En este último domingo del tiempo
ordinario – el domingo que viene empezará el Adviento – se nos presenta el
relato evangélico conocido como el “juicio final”.
En realidad la parábola es una
invitación a vivir el presente y nos regala una clave esencial para que nuestra
existencia sea feliz y fecunda.
Lamentablemente una lectura literal y
superficial del texto nos llevó a interpretaciones y elucubraciones tanto
fantasiosas como inútiles sobre el llamado “juicio final”.
El evangelio – y con él todos los textos
sagrados de las tradiciones espirituales y religiosas – son mapas para vivir en
plenitud la vida presente y no suposiciones de un hipotético futuro.
Un cuento zen que cito a menudo nos
viene muy bien:
Un
discípulo fue a ver a su gran maestro:
- Maestro, ¿qué hay después de la muerte?, le
preguntó.
- No lo sé querido hijo, respondió el
maestro.
- ¡Como es posible! Usted es un gran y sabio
maestro…
- Soy un maestro si, pero estoy vivo.
Cuando vivimos en plenitud el presente
ocurre el milagro y algo paradójico: entramos desde ya en la vida eterna. Nos
damos cuenta que lo único que hay es Vida y ya no nos preocupamos por el
futuro.
La parábola quiere responder a las
preguntas:
¿Cómo
vivir para encontrarse con Dios?
¿Qué
hacer?
Nuestro texto es tan profundo como
sorprendente.
Jesús no hace ninguna referencia a
actitudes “religiosas”: no dice que hay que rezar, ir al templo, obedecer
doctrinas, cumplir con leyes.
Jesús da una respuesta profundamente
humana y ética: preocúpate del que sufre, sé atento y compasivo, alivia el
dolor del otro.
¡Qué
maravillosa grandeza! ¡Qué belleza!
La clave está en la compasión atenta y
activa hacia el otro y la parábola del “buen samaritano” (Lc 10, 25-37) lo
muestra de manera contundente.
Es también sumamente interesante y
sugerente que Jesús no hable de “amor”, sino de actitudes muy concretas:
visitar, vestir, dar de comer y de beber, curar.
En realidad Jesús habló muy poco del
“amor”… lo vivió. Nosotros hablamos demasiado del amor y nos cuesta vivirlo.
Raimon Panikkar sugirió un ayuno de dos
siglos de palabras tan usadas y abusadas como “amor” y “Dios”.
No sabemos nada o casi nada sobre el “amor”
y sobre “Dios”: mejor callar y servirnos concretamente.
Hay otro aspecto tremendamente
sorprendente y profundo.
Jesús – en relación al servicio concreto
hacia el necesitado – no dice: “Les
aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, es como si lo hicieron conmigo.”
Sino dice: “lo hicieron conmigo”.
Estamos en el corazón místico, en el
centro de la no-dualidad. El evangelio invita también, y muy claramente, a la
visión no dual.
Jesús era un místico y sabía bien que
todos somos uno, que “el otro soy yo”.
Podemos afirmar de esta manera la visión
no dual de la realidad: “somos diferentes
pero somos lo mismo”.
Somos Vida, somos Amor manifestándose de
manera distinta, única, original.
Esta es la paradoja central de la vida y
de la visión mística de todas las tradiciones y de todos los sabios.
Entrar en esta visión es revolucionario
y fascinante.
Podemos así comprender más cabalmente el
eje del texto: la compasión.
La compasión – no es menor subrayarlo –
es el eje alrededor del cual giran todas las religiones y tradiciones
espirituales… parece ser el centro de la Vida, el centro del Ser.
La compasión más profunda y verdadera
surge de esta visión mística: “el otro soy yo”, “el otro es no-otro de mí”. Por
eso lo que hago (o no hago) al otro me lo estoy haciendo o no-haciendo a mí
mismo… y al revés.
Por eso también el Buda afirmó: “la
compasión no es completa si no te incluye a ti mismo”.
Por todo eso también, “la regla de oro”
de todas las religiones es la misma: “Hagan
por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes” (Lc 6, 31;
Mt 7, 12).
Lo que me hago – como me trato,
considero, valoro – se manifestará y reflejará “afuera”, en mi entorno y
relaciones.
Lo que hago a los demás me lo estoy
haciendo a mí mismo.
Y, maravilla de las maravillas, todas
estas series de relaciones y de idas y venidas, es el Misterio que llamamos
“Dios”.
“Dios” precede estas relaciones, es el
espacio vital donde las vivimos, es esa mismas relaciones y las trasciende por
completo.
Silencio.
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