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sábado, 14 de noviembre de 2020

Mateo 25, 14-30

 


 

Se nos presenta hoy la famosa parábola de los talentos. El talento era una unidad de medida monetaria de los tiempos de Jesús y parece que desde ahí deriva el actual significado de “talento” como inteligencia y aptitud para algo.

La parábola es de una actualidad impresionante y hasta urgente.

A menudo la parábola fue leída e interpretada solo en clave moral y mercantilista: al don recibido hay que responder con el esfuerzo y el trabajo para producir más. Es lo que ocurre con los primeros dos servidores que multiplican al 100% los talentos.

 

Esta lectura – que tiene su razón de ser – no puede ser exclusiva. No podemos olvidar dos realidades: por un lado el eje del mensaje de Jesús es la gratuidad y por el otro el centro de la parábola va por otro lado.

El eje de la parábola gira justamente alrededor del tercer servidor. Este servidor tiene miedo y entierra su talento: “este siervo no se siente identificado con su señor ni con sus intereses. En ningún momento actúa movido por el amor. No ama a su señor, le tiene miedo.” (J.A. Pagola).

 

La parábola es una dura critica a la actitud conservadora.

Por eso su actualidad es urgente.

La iglesia y el cristianismo, en muchos y frecuentes casos, siguen escondiendo y enterrando el talento. No les pasa solo a la iglesia obviamente, sino a muchas tradiciones religiosas y a muchas y diversas instituciones.

La actitud conservadora es típica del nivel institucional. El nivel institucional está asociado con el poder y el control y – consciente o inconscientemente – intenta manipular a las personas a través del miedo.

José Antonio Pagola es muy lucido y no puedo que compartir su análisis: “La actitud conservadora es tanto más peligrosa cuanto que no se presenta bajo su propio nombre, sino invocando la ortodoxia, el sentido de la iglesia o la defensa de los valores cristianos. Pero, ¿no es, una vez más, una manera de congelar el evangelio?

 

Es interesante (para comprender…) y preocupante que la iglesia jerárquica sigue centrando su energía en mantener el llamado “depósito de la fe”. Este “depósito” suena muy parecido al “talento” enterrado del tercer servidor o al lugar físico – no muy lleno de vida que se diga – donde guardamos objetos que usamos poco o nada y que se van llenando de polvo.

Hay detrás una interpretación errónea y parcial de la tradición: tradición como conservación. Demasiada conservación lleva a la putrefacción y los que cocinan lo saben.

En realidad tradición viene del latín “tradere”: entregar, transmitir. Nada de conservación. Se confundió y confunde la fidelidad a Jesús y al evangelio con una estéril cuanto inútil conservación.

Lo que dice la carta a los hebreos: “Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre” (13, 8) no podemos interpretarlo en clave conservadora o estática. Justamente habla del “hoy”: ¿que significa transmitir el mensaje del evangelio hoy? ¿Qué significa Jesús hoy?

 

La fidelidad es a la esencia, no a la forma. La esencia se revela y manifiesta siempre de maneras distintas.

La entrega y la transmisión del mensaje es siempre revelación actual y nueva de la esencia.

Por eso que la clave está en volver a la esencia, a lo esencial. Hemos perdido la esencia y seguimos anunciando solo formas y, además, formas viejas o ya muertas.

Por eso esta parábola es tan actual y urgente.

Nos invita a volver a la experiencia central y directa del evangelio y de Jesucristo para compartirla hoy desde formas nuevas y desde el nivel de conciencia de la humanidad en el cual nos encontramos.

 

Jesús es una invitación a vivir intensamente. Jesús es novedad, libertad, apertura.

Vivir el evangelio es arriesgarse, equivocarse, ser vulnerable y hasta perderse.

Sin ninguna duda prefiero arriesgar, equivocarme y perderme que vivir en conserva, como una salsa de tomate.  

La frase que me inspira y que tal vez pueda renovar a muchos la encontramos en Juan 3, 8: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu.

 

El Misterio del Amor que Jesús vivió y anunció es pura libertad, pura posibilidad, pura Vida, fidelidad creativa y siempre nueva.

En el fondo el talento más valioso es nuestra propia vida, la frágil y corta existencia humana que tenemos en las manos.

Se nos pide vivir la vida, disfrutarla, entregarla, amarla. Sin miedo, sin egoísmos, intensamente pero sin apuro.

Estamos llamados a dar fruto. Mejor dicho: a ser el fruto soñado por Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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