Los evangelistas, de vez en cuando, nos
presentan un sumario (o compendio) de lo que Jesús hacía. Concentran en pocas
frases las rutinas del maestro.
El texto de hoy es un ejemplo de
sumario.
Marcos nos muestra, en pocos versículos,
una jornada típica de Jesús: cura, ora en soledad, predica.
Son tres rasgos esenciales del maestro
de Nazaret: sanador, místico, profeta.
Estamos también llamados a vivir estos
tres aspectos en nuestra vida.
¿Cuál
es la raíz de la vida de Jesús?
¿Cuál
es el motor de su vida?
Sin duda la relación con el Misterio
divino que él llama “Padre”.
Por eso me parece que en la mística se
puede resumir y concentrar la vida de Jesús y la nuestra.
Marcos lo dice al pasar: “Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús
se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando” (1, 35).
Podemos suponer con suficiente certeza
que esta era una rutina del maestro: todas las mañanas Jesús dedicaba un tiempo
a estar en silencio, solo, en profunda oración.
En estos momentos de soledad e intimidad,
Jesús encontraba la inspiración y la fuerza para vivir sus días tan intensos a
servicio de los demás y, especialmente, a servicio de los pobres, los enfermos
y los excluidos.
El evangelio no deja lugar a duda: las
jornadas de Jesús eran asombrosamente intensas, llenas de personas, de
actividades y de encuentros.
Jesús puede vivir con tan alto nivel de
entrega y desapego, por su constante conexión con el Misterio divino.
Jesús es un místico y un místico judío.
Su relación y conexión con Dios es directa y personal, sin por eso dejar de
participar en las expresiones religiosas de su pueblo.
Lo que nos interesa es la relación
directa de Jesús con Dios. Esta es la experiencia fundamental que sostiene toda
su vida y su ministerio.
Lo hemos visto la semana pasada y lo
reiteramos: es la experiencia de Jesús lo que lo lleva a predicar con autoridad
y a sanar.
La mística es esencialmente esto:
experiencia directa y personal. En el camino espiritual no podemos obviar esta
dimensión. No podemos dejar en manos de otros – la autoridad que sea o el gurú de turno – nuestra propia
experiencia y vida espiritual.
La autoridad religiosa siempre tendrá la
tentación de manipular y controlar a las conciencias y de embretar el camino
espiritual.
Cuando el místico habla, habla por
experiencia directa y su palabra cuestiona el nivel institucional y las
estructuras religiosas.
Por eso que una mística auténtica tiene
siempre algo de rebeldía y de soledad.
En Jesús se ve claramente este dinamismo
y sin duda su palabra sincera y cuestionadora fue una de las causas de su
muerte.
¿Por
qué ocurre todo eso?
En un primer momento, el nivel
institucional y las estructuras - por su
propia involución interna – van encerrando el Misterio en dogmas, conceptos y
ritos. En un segundo momento la institución religiosa se cree dueña de la
verdad y condena, juzga o margina a quien se sale de lo establecido y del
“pensamiento único”.
A menudo son mecanismos inconscientes
que se plasman en el “siempre se hizo así” o cosas por el estilo.
Lo absurdo que la propia institución no
puede ver – es la ceguera espiritual que
Jesús tantas veces evidenció con fuerza – es que de esta manera se
considera a sí misma dueña de la Verdad y, consecuentemente, descalifica a los
demás o los pone en un plan inferior.
Obviamente que se defiende la propia
postura utilizando motivaciones espirituales – es un perro que se muerde la cola – que no permiten salir del
circulo vicioso: la inspiración divina, una revelación privilegiada, los textos
sagrados, etc….
En realidad cada tradición puede
fundamentar de esta manera: ¿Quién tiene
la Verdad?
Las consecuencias son peligrosas: por un
lado, si cada institución o tradición espiritual cae en esta trampa, no hay
posibilidad de un verdadero diálogo y verdadero encuentro.
Por el otro, el Misterio Infinito y
trascendente viene deformado y restringido en categorías humanas, que son
siempre parciales y relativas.
Jesús – y todos los místicos con él – defienden y reivindican el derecho a
una relación personal con la divinidad en total libertad y disponibilidad. Por
eso el místico, con su palabra y su acción, cuestiona el poder establecido.
Jesús es el testimonio viviente que una
relación intima y personal con Dios es posible, urgente y decisiva.
Todos somos potenciales místicos:
estamos llamados a sumergirnos en el Misterio, a cruzar el abismo, a conectar
con la luz divina que nos habita.
Desde ahí todo surgirá sereno y potente
y nuestra existencia será bendición para la humanidad entera.
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