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sábado, 10 de julio de 2021

Marcos 6, 7-13

 


 

El texto de hoy nos presenta el envío de Jesús a sus discípulos. Este envío misionero es mucho más que un simple envío a predicar y a compartir el mensaje de Jesús. El envío de Jesús tiene raíces más hondas.

El envío, la misión y la vocación constituyen una triada esencial en la vida de cada ser humano.

¿Para que vine a este mundo?

¿Cuál es mi vocación única y original?

¿Cuál es mi misión?

Todo ser humano viene a este mundo para revelar una luz especial, para revelar un matiz único de Dios y para cumplir con una misión: el ser humano es revelación de Dios en el mundo.

En efecto somos enviados a este mundo y esta experiencia humana que vivimos es nuestra vocación y nuestra misión.

Nuestra esencia se manifiesta en nuestra vida: somos proyecto.

La vocación y la misión única de cada uno tiene que ver mucho más con el “ser” que con el “hacer”. El “hacer” se hace espontaneo, feliz y pleno cuando surge del ser y lo revela.

Como la luz que cumple su función cuando ilumina y cuando las cosas se dejan iluminar.

¿Cuál es la luz – única y original – que tengo que revelar en el mundo?

Descubrir esta luz es fuente inagotable de energía, alegría y entusiasmo.

Cuando descubrimos nuestra misión y somos fieles a nosotros mismos vivimos la vida con desapego, soltura y agradecimiento.

Jesús lo subraya en nuestro texto: “les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas” (6, 8-9).

Cuando somos fieles a nosotros mismos y a nuestra vocación no necesitamos de tantas cosas y vivimos todo como una herramienta, sin apropiación.

El ego siempre busca apropiarse de las cosas y las personas porque justamente no comprende que nuestra esencia y nuestra misión se encuentran en otro lado. El ego tiende siempre a identificarse con cualquier cosa – ideales, trabajo, afectos, etcetera – para encontrar y defender un ilusorio sentido de identidad.

Quién descubre su esencia y su misión, en cambio, conecta con la libertad, la libertad que define la existencia de Jesús y de todos los sabios y maestros espirituales de la humanidad.

Jesús es el hombre libre porque sabe de donde viene y adonde va. Es el hombre libre porque conoce su esencia y su misión.

Jesús es libre en sus relaciones, en sus afectos y con las cosas.

Es libre de los supuestos “exitos” y “fracasos”: “Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos” (6, 12).

Es libre hasta de sí mismo, de sus pensamientos y emociones. Todo está en función de revelar la luz y vivir su vocación y misión.

El camino espiritual se centra en este descubrimiento. Un descubrimiento que nos lleva a Casa, a nuestro Origen y a nuestra esencia divina.

Desde allí, desde esta luz que nos habita, nuestra existencia se transforma en misión, en vocación y en revelación de la luz.

Todo se transforma en misión, todo es oportunidad de manifestar la luz.

Todo lo recibimos y todo lo soltamos, porque sabemos que nuestra esencia está a salvo y segura. Ya no hay apegos ni apropiación.

Solo hay asombro, vida que fluye, luz para ver y luz para revelar.

 

 

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