El texto de hoy “empieza mal”: “Los judíos murmuraban de él” nos dice Juan.
El verbo griego aquí traducido por “murmurar” significa también quejarse, criticar.
Murmuración, queja y critica son un coctel muy dañino y peligroso. Por eso que Jesús, en seguida, es muy tajante: “No murmuren entre ustedes”.
Unos de los primeros pasos en el camino espiritual es dejar de murmurar, dejar de quejarse, dejar de criticar.
¿Por qué a menudo caemos en estas actitudes tan destructivas e inútiles?
Las motivaciones son muchas y a menudo inconscientes: una baja autoestima, los prejuicios, las creencias, los miedos, la pretensión de verdad.
Podemos tal vez resumir todo esto en una “falta de comprensión profunda.”
El ser humano tiende a rechazar y a juzgar lo que no comprende.
Albert Eistein lo había expresado de esta manera: “todo aquello que el hombre ignora, no existe para él. Por eso, el universo de cada uno se resume al tamaño de su saber”
Hoy sabemos que “no-sabemos” o sabemos muy poco. El avance de la ciencia es un avance asombroso hasta lo desconocido y el Misterio. Cuanto más avanzamos, más Misterio.
El gran filosofo Socrates lo dejó plasmado para los siglos: “yo sé que no sé nada”.
Entonces la primera actitud es la humildad, la apertura, la confianza.
En segundo lugar podemos centrarnos en la necesidad de comprensión profunda; esta comprensión profunda va de la mano de la experiencia.
Las creencias son algo mental, la comprensión es integral, abarca todo el ser.
Afirma Enrique Martínez Lozano: “La creencia se apoya en algo recibido - en definitiva, es un conocimiento “de segunda mano” -; la comprensión viene como fruto de la experiencia y de la autoindagación.”
“Creer” para el evangelista Juan es “confiar”. En realidad el sentido genuino de la fe en la Escritura – emuná en hebreo – y la tradición judía es justamente la de “confianza”.
Fe es confianza. No es de ninguna manera recitar un credo o asentir mentalmente a “verdades dogmáticas”. Nos hemos alejado del verdadero sentido de la fe y es importante volver.
Volver a confiar. A confiar en la Vida y en la bondad. A confiar que todo tiene un sentido, aunque a primera vista no lo percibimos.
Esta confianza y este esfuerzo de comprensión profunda nos abren la puerta a la Vida plena que Jesús nos ofrece.
El “pan” del cuarto evangelio no es solo o simplemente el pan eucarístico. El “pan” de Juan es toda la enseñanza de Jesús, sus gestos, su estilo de vida, su manera de proceder en el mundo.
Así se entiende el desfase que se dio y se da en la vida de la iglesia y de muchos cristianos: no basta con comulgar los domingos para ser “buenos cristianos” y buenas personas.
Sabemos de dictadores o políticos corruptos de comunión diaria o semanal. Sabemos por experiencia directa y personal de la hipocresía que nos puede agarrar por sorpresa y de tantas dobles vidas: comunión eucarística por un lado y egoísmos, juicios, amargura, critica por el otro.
Comulgar los domingos “es fácil”: vivir como Jesús no tanto.
Comulgar los domingos “es fácil”: practicar las enseñanzas de Jesús no tanto.
Por eso se requiere comprensión profunda.
No podemos amar sin comprender. No podemos “entrar” en la Vida plena sin comprensión.
El monje budista Thich Nath Hanh lo tiene sumamente claro: “Cuando comprendes una persona no puedes evitar amarle, no puedes evitar alimentar tu amor hacia él. La comprensión es la base del amor verdadero.”
Cuando comprendemos en profundidad logramos ver la esencia de la persona, más allá de la apariencia. Y este esencia es, indefectiblemente, amor y luz.
Cuando comprendemos en profundidad a una persona, vemos su dolor, sus heridas, sus anhelos de felicidad, sus esfuerzos para ser mejor… y entonces ¿qué podemos hacer? Solo amarla, obvio.
La comprensión profunda exige esfuerzo, humildad, disciplina, confianza.
La compresión profunda nos libera de la murmuración y la queja y nos abre al maravilloso mundo del amor y de la vida plena.
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