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sábado, 14 de agosto de 2021

Lucas 1, 39-56


  

En esta fiesta de la Asunción de María se nos presenta el bellísimo texto de la visitación de María a su prima Isabel.

Un texto que inspiró a muchos artistas y poetas y generó hermosas expresiones artísticas y culturales.

Nuestro texto gira alrededor de la alegría y la felicidad.

Isabel está “llena del Espíritu Santo”, se bendice, se alaba, se canta, se danza.

Es un texto “espejo”, un texto que refleja como tiene que ser una vida humana y cristiana plena.

Así que lo mejor y más directo es arrancar con las siguientes preguntas:

¿Estoy lleno del Espíritu Santo?

¿Soy bendición para mí mismo y los demás?

¿Alabo, canto, danzo?

 

El canto de María – Magnificat en su primera palabra latina – es una sabia recopilación de Lucas de temas y cantos del Primer Testamento. Es un canto lleno de sabiduría, alegría, alabanza.

¿De dónde surge la alegría?

¿Qué es la felicidad?

 

María está “preñada” de Dios y esta es la fuente de su alegría y la fuente de la alegría de su prima.

Me gusta mucho esta expresión que no solo indica – obviamente – el estado de embarazo, sino también una situación de plenitud espiritual: María está llena de Dios, cargada de lo divino.

¿Y no es así para nosotros?

Claro que si. Lo que se dice de María y de Jesús, en cierta medida, vale también para cada uno y este es el gran secreto del evangelio.

Cada cual está “preñado” de lo divino, somos “portadores de Dios” – teoforos – como se decía en los primeros siglos del cristianismo.

Dios es nuestra esencia, es lo más íntimo de nuestra intimidad, el alma de nuestra alma, nuestra raíz.

La felicidad entonces es la conexión plena con esta esencia, es la conciencia plena de nuestra verdadera identidad.

¿Por qué a menudo la gente no es feliz o vive de altibajos emocionales?

Porque confunde la felicidad con los “estados de animo”, con objetos (reales o mentales) y con algo a conseguir.

En realidad la felicidad es un “estado del ser” y un “estado de conciencia”.

Si hacemos depender la felicidad de los estados de animo o de lo que podamos lograr, estamos desplazando la felicidad “afuera”, cuando en realidad está adentro, porque es lo que somos, es lo que nos define.

Somos amor, somos paz, somos luz… y también felicidad. Somos felicidad más allá de los que pueda ocurrir afuera y más allá de las situaciones pasajeras de conflictos o dolores emocionales; todo esto va y viene; lo que somos, permanece.

Por eso es esencial el descubrimiento y la conexión con nuestra esencia divina, con la alegría divina que nos habita.

¿Por qué muchos mártires pudieron cantar en sus agonías?

¿Por qué muchos pudieron vivir su enfermedad y situaciones difíciles desde una profunda paz?

Porque estaban “preñados de Dios” y lo descubrieron.

Somos lámparas que llevan la luz.

Somos cauces que llevan agua divina.

¿Qué podemos hacer sino cantar, danzar, bendecir?

Solo quiero vivir para cantar, danzar y bendecir.

¿y tú?

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