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viernes, 3 de mayo de 2024

Juan 15, 9-17

 


 

En este sexto domingo de Pascua, seguimos con la lectura del maravilloso capítulo 15 de Juan.

El texto de hoy es un himno a la amistad, un himno a dos alas: el amor y la alegría.

 

Es sumamente interesante que Jesús se refiera a la amistad como al fundamento del amor: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (15, 13).

 

Se podría decir con suficiente certeza que, para el maestro de Nazaret, la amistad es el fundamento de toda vivencia del amor en nuestra experiencia y aventura humana.

 

Es como si la amistad fuera la sólida base desde donde construir las demás expresiones del amor humano: la pareja, los hijos, los padres, el trabajo y, obviamente, los amigos.

Podríamos ver el amor como un desarrollo de la amistad, una amistad que toma una forma y un color concreto.

 

La amistad dice relación humana: el amor es relación.

La amistad dice confianza: el amor es confianza.

La amistad dice entrega: el amor es entrega.

La amistad dice perdón: el amor es perdón.

La amistad dice escucha: el amor es escucha.

 

Por eso la amistad nos hace volar.

Cuando todo se derrumba, nos queda la amistad.

Cuando caemos, la amistad nos levanta.

Cuando gozamos, la amistad duplica el gozo.

 

Y la amistad tiene dos alas, como dijimos: el amor y la alegría.

 

El evangelio de Juan es el evangelio del amor, de la alegría y de la paz: son como los tres ejes alrededor de los cuales gira el cuarto evangelio.

 

Amor, alegría, paz y amistad constituyen entonces un círculo divino y espiritual que se retroalimenta: una dimensión alimenta la otra.

Por eso, si queremos hacer una pequeña y rápida evaluación de nuestro estado de salud espiritual, nos podemos preguntar sobre estas cuatro dimensiones:

 

¿Cómo va mi entrega en el amor?

¿Cómo está mi alegría?

¿Estoy en paz?

¿Vivo la amistad?

 

Decía el escritor ruso Antón Chéjov: “Los infelices son egoístas, injustos, crueles e incapaces de comprender al otro. Los infelices no unen a las personas, las separan.”

 

Jesús conocía bien el corazón humano y por eso une estrictamente el amor y la alegría, nuestras dos alas.

 

El amor nos lleva a la alegría y la alegría nos hace más capaces de amar.

 

Lo sabemos muy bien por nuestra propia experiencia: cuando estamos bien, cuando la alegría nos habita, amar a los demás nos resulta más fácil y placentero. Cuando estamos preocupados o angustiados, la entrega en el amor se hace más difícil.

 

El camino espiritual es el camino hacia el gozo: “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.” (15, 11).

 

El evangelio y el mensaje de Jesús es para tu plenitud y tu gozo: ¡no lo olvides!

Este gozo va de la mano con el aprendizaje del amor y con la vivencia de la amistad.

 

Y cuando una amistad está orientada hacia el Misterio, se convierte en éxtasis.

Por eso terminemos con esta fabulosa invitación del maestro Rumi:

 

Manténganse juntos, amigos.
No se dispersen, ni se duerman.
Nuestra amistad vive
de estar despiertos.

 

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