Celebramos hoy a la Santísima Trinidad. A nivel mental y conceptual no podemos y no conviene decir mucho: el Misterio nos supera y nos trasciende.
Solo podemos intuir elementos y dimensiones que nos guíen en la dirección correcta y, sobre todo, que nos puedan iluminar y servir para nuestro crecimiento espiritual.
Antes que nada, el Misterio trinitario es un Misterio de Presencia, así como Jesús lo reveló.
El texto de hoy nos lo dice a claras letras: “yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (28, 20).
Mateo encierra todo su evangelio en el Misterio de la Presencia, el “Dios con nosotros”, el Emanuel: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros»”; así nos dice Mateo en el capítulo 1 y termina afirmando la Presencia hasta el fin del mundo.
Resuenan las palabras de Pablo en los hechos de los apóstoles: “en él vivimos, nos movemos y existimos” (17, 28).
Toda la Escritura, toda la Revelación judeo-cristiana se puede resumir en la categoría de la Presencia: Dios está siempre y nosotros estamos en Dios. Dios es, y nosotros, desde Él y en Él, somos.
Esta Presencia – aquí viene algo extraordinario y conmovedor – tiene dos características esenciales: el deseo y el movimiento.
Deseo y movimiento revelan la estructura amorosa de la Presencia y de la realidad, de todo lo que es.
La Presencia es Amor y el Amor es Presencia.
El Amor es, esencialmente, relación y podemos comprender la relacionalidad del amor a partir del deseo y del movimiento.
A partir de un lenguaje metafórico, podríamos decir: El Padre desea al Hijo y se mueve hacia él, el Hijo desea recibirse del Padre y volver a Él, y el Espíritu es el incesante movimiento.
Esta es, en el fondo, la estructura del amor. Si reflexionamos sobre nuestra experiencia humana del amor veremos que siempre tiene estas tres dimensiones esenciales: presencia, deseo y movimiento.
El amor es un acto de presencia: aquí estoy, para ti, ahora.
El amor es deseo: algo me atrae irresistiblemente.
El amor es movimiento: salgo de mi mismo para ir hacia el objeto de mi amor y regreso a mí.
Desde siempre la mística subraya estas tres dimensiones y hoy quiero compartir con ustedes esta visión a partir de un místico especial y original: Dante Alighieri (1265-1321) y su “Divina Comedia”.
La Divina Comedia, sin dejar de ser un texto literario y poético es, esencialmente, un texto místico, reflejo de la experiencia espiritual de Dante.
No por nada, la Comedia, fue definida como el “quinto evangelio” o el “último libro de la Biblia”.
¿Qué encontramos en el centro de la Divina Comedia?
¿Cuál es el eje alrededor del cual todo gira?
Deseo y movimiento, justamente. Asombrosamente. Maravillosamente.
Solo si tenemos presente este eje, podremos comprender cabalmente este fascinante texto místico-literario.
El Paraíso – canto 1, verso 1 – empieza así: “La gloria di colui che tutto move” – “La gloria de Aquel que todo lo mueve”.
El Paraíso, y toda la obra termina así (canto 33, verso 145): “l’amor che move il sole e l’altre stelle” – “El amor que mueve el sol y las demás estrellas”.
Dante hace como Mateo, juega con la inclusión, para darnos un mensaje contundente: Mateo incluye su obra desde la Presencia y Dante la suya, desde el movimiento.
El infierno – notamos la genialidad de Dante – es justamente lo opuesto: la fijación, lo estático, lo rígido. Nada se mueve, el deseo está muerto: el mismísimo Lucifer – en el centro del infierno, el noveno circulo – está congelado de la cintura para abajo. Nada de fuego ahí: el fuego se mueve, el hielo no.
El Misterio de Dios lo intuimos desde la Presencia, el deseo y el movimiento. Es la ley y la dinámica del amor.
¿Queremos conocer la Trinidad?
Vivamos. La vida lo tiene todo. La vida nos enseña, la vida es sabia y es maestra. Dios mueve y se mueve en la vida.
Vivamos desde la Presencia, demos cabida al deseo y dejémonos mover por el amor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario