En esta fiesta de Pentecostés se nos presenta el brillante relato de la aparición del Resucitado, según el evangelista Juan. En los relatos de las apariciones, estamos invitados a ir más allá de lo metafórico y simbólico, para descubrir el mensaje que encierran para nosotros hoy: ¡Hoy “se nos aparece” el Resucitado! ¡Hoy se nos revela el Espíritu!
Uno de los puntos claves de las apariciones – tal vez es el mensaje principal – es el eje Espíritu/paz.
El Espíritu del Resucitado trae la paz.
Donde está el Espíritu está la paz, donde está la paz está el Espíritu.
Nos dice Pablo: “el Reino de Dios no es cuestión de comida o de bebida, sino de justicia, de paz y de gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14, 17). También lo reafirma en el famoso texto de Gálatas 5, 22: “el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia.”
En estos tiempos convulsionados, tiempos de guerras, de conflictos, de inestabilidad política y económica, de crisis sociales y religiosas, el don de la paz que el Espíritu nos ofrece, es esencial y es el rumbo a seguir.
Sin paz, todo se descolora, todo pierde sentido y fuerza.
Sin paz hasta las cosas bellas, merman en su belleza.
Sin paz, el amor cae en el voluntarismo.
Sin paz no hay futuro y la alegría huye.
La paz lo es todo.
La paz es luz en la oscuridad, la paz es esperanza en el dolor.
Esta centralidad de la paz, la vieron muchos maestros y místicos.
San Juan Bosco llegó a afirmar: “Quién tiene paz en su consciencia, lo tiene todo.”
Y el santo ortodoxo, Serafín de Sarov (1759-1833), dice: “Adquiere la paz interior y miles a tu alrededor encontrarán la salvación.”
La paz fundamental y primigenia surge desde dentro, desde el corazón. Empieza siempre por uno mismo.
Nos dice el Dalai Lama: “Tenemos que aprender a enfrentarnos a nuestras emociones destructivas. Si lo hacemos, seremos capaces de comprender que el corazón cálido es la base de la paz mundial.”
La paz es don y tarea. Como todo.
La paz nos la regala el Espíritu, cuando nos encuentra vacíos, abiertos, desapegados, disponibles.
Nos dice el profeta Isaías (26, 12):
“Señor, tú nos darás la paz,
porque todas nuestras empresas
nos las realizas tú.”
Desde la paz comprendemos que es el Espíritu que actúa a través de nosotros.
Para entrenar la paz es necesario aprender a descubrir la plenitud en lo poco, en la pobreza, en lo simple.
El poeta sufí Hafiz lo expresa así:
“En el jardín del mundo, una rosa
para mi es suficiente;
muchas, una más bella en ese jardín crece:
la bella mía es suficiente.
Fuera, en el prado, toda la sombra que pido
cae del ciprés que llamo mío”
Cuando descubrimos que el momento presente es perfecto y suficiente, la paz nos inunda, el Espíritu nos la regala.
Terminemos con un poema/oración al Espíritu que nos habita y nos guía a la verdadera paz:
Espíritu de la Luz,
inúndanos de la Presencia.
Respiro del Padre y deseo del Hijo,
ven a nosotros.
Ven a cada corazón
que anhela el Infinito Amor.
Ven a cada alma,
que te invita silenciosa.
Espíritu, humilde susurro
y puerta siempre abierta:
regala la paz al mundo.
Tú eres La Paz,
tú lo eres todo;
sostén último de la realidad.
Sobre nuestra nada, Tú.
Somos nada y sólo desde ti,
somos, fuimos y seremos.
Fuente y Manantial,
Gozo y Libertad,
Vida y Deseo infinito.
Solo queremos agradecer,
y ser. Ser Jesús para el mundo.
Ser. Ser presencia.
Regálanos la confianza absoluta,
la confianza plena,
y que nuestra vida sea un himno
a la confianza.
Ser y dejarnos ser;
amor y dejarnos amar.
Vacío sereno y luminoso.
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