“Effetà”:
¡Ábrete!
Es el suspiro de Jesús intentando curar
al sordomudo en el texto que escucharemos hoy en la liturgia.
Un texto concreto, profundo, actual.
Y, como siempre, su profundidad y
actualidad van más allá de los datos históricos.
La lectura simbólica desde la visión
mística nos da una clave de comprensión tan profunda y actual que nos muestra
la frescura y la capacidad de transformación del evangelio.
Las metáforas de la “sordera” y la “ceguera” son de las más usadas por los profetas de Israel y por el
mismo Jesús. El gran “pecado” de Israel es su sordera y su ceguera:
“Los ídolos, en cambio, son plata y oro,
obra de las manos de los hombres.
Tienen boca, pero no hablan,
tienen ojos, pero no ven;
tienen orejas, pero no oyen,
tienen nariz, pero no huelen” (Sal 115, 4-6).
Y Jesús:
“Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen” (Mc 8, 18).
La fuerza metaforica de la
sordera es impresionante. Por eso que el primer y más importante mandamiento de
Israel es la “escucha”, el famoso “Shema
Israel”: “Escucha, Israel: el Señor,
nuestro Dios, es el único Señor” (Dt 6, 4).
Para escuchar y para ver el
primer y esencial paso es abrirse.
“Effetà”:
¡Ábrete!
El sordomudo de nuestro
evangelio se resiste a la curación a pesar de los gestos tiernos y sanadores de
Jesús. Está cerrado. Cerrado y encerrado en sus prejuicios, la desconfianza y
el miedo. Falta apertura. Por eso el suspiro de Jesús mirando al cielo: “Effetà”: ¡Ábrete!.
Sin apertura no hay sanación. Sin
apertura no hay encuentro con Dios. Porque sin abrirse no es posible la escucha
y la visión.
“Effetà”:
¡Ábrete! es el grito que el Espíritu renueva hoy en día. A cada uno en
particular y a la iglesia. Nos cuesta abrirnos, personal y colectivamente.
La iglesia en muchos casos sigue cerrada
y encerrada, aunque cada vez más se dan signos y propuestas de apertura, sobre
todo desde la base, desde los sencillo, desde la gente común.
¿Por
qué cuesta tanto esta apertura?
Le costó al sordomudo del evangelio, nos
cuesta a cada uno de nosotros, le cuesta a la iglesia.
Me parece vislumbrar dos razones
fundamentales:
1) Los
miedos.
Los miedos por definición inmovilizan, impiden avanzar, descubrir,
crecer. El miedo está muy radicado en la estructura psíquica humana por ser un
mecanismo de defensa y supervivencia. Pero hay que asumirlo y enfrentarlo en
sus múltiples disfraces. Los miedos van de la mano de la desconfianza. Por eso
una de las claves para enfrentar y superar los miedos es desarrollar la
confianza. Y la confianza también surge de la escucha, de la conexión amorosa
con uno mismo. Así el circulo “virtuoso” se cierra: la escucha lleva a la
confianza y a la apertura; la apertura me lleva a confiar y a escuchar. Y como
siempre todo empieza por uno, por la decisión personal – apoyada en la
comunidad y en los que me quieren – de profundizar en la interioridad. La
verdadera escucha no surge como por arte de magia: necesita tiempos de calidad,
de silencio, de reflexión. Abrirse y superar los miedos es todo un arte.
2)
Los prejuicios.
Otro gran obstáculo para poder abrirnos radicalmente son los
prejuicios. Y los prejuicios – gracias a Dios – se ocultan en nuestra mente, no
en la interioridad. Los prejuicios son siempre mentales y dependen de nuestras
estructuras psíquicas, de nuestro esquemas de valores, de nuestras opiniones y
de nuestra visión del mundo y la sociedad. Todos nacemos y nos criamos con
prejuicios. La mayoría de ellos son tantos inconscientes como inconsistentes. Detectarlos
y desarmarlos es entonces fundamental. ¿Cómo
hacer? La mente no puede, porque justamente los prejuicios son simple y
solamente mentales. Tenemos que ir más allá de la mente: no podemos ver lo que
está en la mente “siendo” mente. Tenemos que ponernos en otro lugar. Es el
lugar al cual acceden el silencio y la quietud. Es el lugar de nuestra
interioridad, nuestro “corazón”. Establecernos ahí es esencial. Solo desde ahí
“veremos” nuestros prejuicios y podremos desarmarlos y por fin abrirnos y
confiar. Por eso la interioridad es uno de los llamados más urgentes e
importantes. Y acá también se da otro circulo – está vez “vicioso” – que no nos
permite abrirnos: el miedo a descubrir nuestros prejuicios y desinstalarnos de
nuestras seguridades no nos permite ver los mismos prejuicios y sin poder
verlos quedamos estancados en nuestros miedos.
“Effetà”:
¡Ábrete!
Desde la interioridad asumida y vivida
volveremos otra vez a comunicarnos en profundidad. En nuestras sociedades tecnológicas
sobra información y falta comunicación: terrible paradoja.
El sordomudo, cerrado en su sordera, no
podía comunicarse y vivir la maravillosa belleza de las relaciones: consigo
mismo, con los demás, con la creación.
Cuando pudo abrirse volvió a
comunicarse. Necesitamos abrirnos para comunicarnos desde lo profundo de
nuestro ser y no desde la superficie de una simple información.
Comunicar lo que somos desde lo profundo,
necesita escucha y conexión.
“Effetà”:
¡Ábrete!
Es lo único necesario. El Amor hará el
resto.
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