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sábado, 8 de septiembre de 2018

Marcos 7, 31-37



Effetà”: ¡Ábrete!
Es el suspiro de Jesús intentando curar al sordomudo en el texto que escucharemos hoy en la liturgia.
Un texto concreto, profundo, actual.
Y, como siempre, su profundidad y actualidad van más allá de los datos históricos.
La lectura simbólica desde la visión mística nos da una clave de comprensión tan profunda y actual que nos muestra la frescura y la capacidad de transformación del evangelio.

Las metáforas de la “sordera” y la “ceguera” son de las más usadas por los profetas de Israel y por el mismo Jesús. El gran “pecado” de Israel es su sordera y su ceguera:
Los ídolos, en cambio, son plata y oro, 
obra de las manos de los hombres. 
Tienen boca, pero no hablan, 
tienen ojos, pero no ven; 
tienen orejas, pero no oyen, 
tienen nariz, pero no huelen” (Sal 115, 4-6).
Y Jesús:
Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen” (Mc 8, 18).

La fuerza metaforica de la sordera es impresionante. Por eso que el primer y más importante mandamiento de Israel es la “escucha”, el famoso “Shema Israel”: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor” (Dt 6, 4).
Para escuchar y para ver el primer y esencial paso es abrirse.
Effetà”: ¡Ábrete!
El sordomudo de nuestro evangelio se resiste a la curación a pesar de los gestos tiernos y sanadores de Jesús. Está cerrado. Cerrado y encerrado en sus prejuicios, la desconfianza y el miedo. Falta apertura. Por eso el suspiro de Jesús mirando al cielo: Effetà”: ¡Ábrete!.
Sin apertura no hay sanación. Sin apertura no hay encuentro con Dios. Porque sin abrirse no es posible la escucha y la visión.
Effetà”: ¡Ábrete! es el grito que el Espíritu renueva hoy en día. A cada uno en particular y a la iglesia. Nos cuesta abrirnos, personal y colectivamente.
La iglesia en muchos casos sigue cerrada y encerrada, aunque cada vez más se dan signos y propuestas de apertura, sobre todo desde la base, desde los sencillo, desde la gente común.
¿Por qué cuesta tanto esta apertura?
Le costó al sordomudo del evangelio, nos cuesta a cada uno de nosotros, le cuesta a la iglesia.

Me parece vislumbrar dos razones fundamentales:
1)   Los miedos.
Los miedos por definición inmovilizan, impiden avanzar, descubrir, crecer. El miedo está muy radicado en la estructura psíquica humana por ser un mecanismo de defensa y supervivencia. Pero hay que asumirlo y enfrentarlo en sus múltiples disfraces. Los miedos van de la mano de la desconfianza. Por eso una de las claves para enfrentar y superar los miedos es desarrollar la confianza. Y la confianza también surge de la escucha, de la conexión amorosa con uno mismo. Así el circulo “virtuoso” se cierra: la escucha lleva a la confianza y a la apertura; la apertura me lleva a confiar y a escuchar. Y como siempre todo empieza por uno, por la decisión personal – apoyada en la comunidad y en los que me quieren – de profundizar en la interioridad. La verdadera escucha no surge como por arte de magia: necesita tiempos de calidad, de silencio, de reflexión. Abrirse y superar los miedos es todo un arte.

2)   Los prejuicios.
Otro gran obstáculo para poder abrirnos radicalmente son los prejuicios. Y los prejuicios – gracias a Dios – se ocultan en nuestra mente, no en la interioridad. Los prejuicios son siempre mentales y dependen de nuestras estructuras psíquicas, de nuestro esquemas de valores, de nuestras opiniones y de nuestra visión del mundo y la sociedad. Todos nacemos y nos criamos con prejuicios. La mayoría de ellos son tantos inconscientes como inconsistentes. Detectarlos y desarmarlos es entonces fundamental. ¿Cómo hacer? La mente no puede, porque justamente los prejuicios son simple y solamente mentales. Tenemos que ir más allá de la mente: no podemos ver lo que está en la mente “siendo” mente. Tenemos que ponernos en otro lugar. Es el lugar al cual acceden el silencio y la quietud. Es el lugar de nuestra interioridad, nuestro “corazón”. Establecernos ahí es esencial. Solo desde ahí “veremos” nuestros prejuicios y podremos desarmarlos y por fin abrirnos y confiar. Por eso la interioridad es uno de los llamados más urgentes e importantes. Y acá también se da otro circulo – está vez “vicioso” – que no nos permite abrirnos: el miedo a descubrir nuestros prejuicios y desinstalarnos de nuestras seguridades no nos permite ver los mismos prejuicios y sin poder verlos quedamos estancados en nuestros miedos.


Effetà”: ¡Ábrete!
Desde la interioridad asumida y vivida volveremos otra vez a comunicarnos en profundidad. En nuestras sociedades tecnológicas sobra información y falta comunicación: terrible paradoja.
El sordomudo, cerrado en su sordera, no podía comunicarse y vivir la maravillosa belleza de las relaciones: consigo mismo, con los demás, con la creación.
Cuando pudo abrirse volvió a comunicarse. Necesitamos abrirnos para comunicarnos desde lo profundo de nuestro ser y no desde la superficie de una simple información.
Comunicar lo que somos desde lo profundo, necesita escucha y conexión.
Effetà”: ¡Ábrete!
Es lo único necesario. El Amor hará el resto.







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