Los últimos acontecimientos en la vida
de nuestro pueblo y de nuestra comunidad parroquial y social me llevan a
proponer esta reflexión. Agradezco por esta posibilidad y lo que ofrezco es un
compartir desde el amor.
La famosa y tan citada ley de laicidad
que tanto angustia a la iglesia y a muchos cristianos es en realidad, una joya
legislativa.
Sospecho que muchos de los angustiados
por esta ley ni se tomaron el tiempo de leerla. Como también, por el otro lado,
muchos de los defensores anti-católicos de esta ley ni sabe lo que afirma: sino
sería inexplicable su ensañamiento y fanatismo.
La ley dice así: “El principio de laicidad asegurará el tratamiento integral y critico de
todos los temas en el ámbito de la educación pública, mediante el libre acceso
a las fuentes de información y conocimiento que posibilite una toma de posición
consciente de quien se educa. Se garantizará la pluralidad de opiniones y la
confrontación racional y democrática de saberes y creencias.”
(Art. 17, Ley No 18.437, LEY GENERAL DE
EDUCACIÓN)
Una ley amplia, democrática, abierta. “Todos
los temas”, “libre acceso”, “toma de posición consciente”, “pluralidad de opiniones”: todas
expresiones que habilitan y exigen una presentación responsable de todos
los temas: también los “religiosos”.
Sugiero leer toda la ley. Sorprende que
una ley tan abierta y tan bien hecha no habilita una formación espiritual
explicita y una presentación de las grandes religiones de la humanidad.
Decir que en la escuela pública “no se puede hablar de Dios” – como
comúnmente se afirma – es totalmente incorrecto. Esta creencia anda rondando en los dos bandos: fanáticos anti-católicos
y fanáticos católicos. Si dejáramos de lado los fanatismos podríamos leer la
ley y toda la realidad con más cordura, objetividad, humildad y apertura.
A mi profano entender (no soy jurista ni
abogado, pero se leer…) la ley habilita ampliamente la presentación y el debate
sobre las distintas posturas políticas, las distintas religiones, y otros y diversos
temas.
De veras una ley moderna, democrática,
bien hecha. Felicito al legislador.
Lástima que se entiende mal y no se
práctica.
Como siempre atrás están los
miedos: en este caso el miedo al proselitismo religioso y a la
propaganda política y partidaria. También el miedo al otro, al que piensa distinto, el miedo a perder poder y
privilegios.
Hay que repetirlo una y otra vez: si los
miedos no se reconocen, enfrentan y superan, seguiremos esclavos de nuestros
fanatismos, nuestros egoísmos y nuestra manera parcial de ver las cosas.
Por todo eso me gustaría proponer la
meditación a amplio nivel. Me gustaría que los responsables de la educación en
Uruguay y en el mundo tomaran en cuenta el aporte de la meditación en la vida
de los alumnos.
Por su misma esencia la meditación es
eminentemente laica: no es partidaria, ni religiosa. Es humana. Hace parte del
patrimonio humano.
La meditación es la experiencia más
radical del silencio y no hay nada
más laico que el silencio: universal, disponible, abierto, acepta todo, no
juzga.
La meditación va a mover las fibras
humanas más profundas e internas: más allá de lo psicológico, toca la interioridad. Interioridad que
también podemos llamar “espiritualidad”. Creo que hoy en día la conciencia
humana da por hecho que el ser humano es un ser espiritual (que no significa ni
se identifica con “religioso”). La inmensa mayoría de la comunidad científica
superó el burdo materialismo y reconoce esta dimensión del ser humano. Hasta la
física cuántica – la ciencia más “materialista” – afirma que en el fondo la
“materia” no existe y que todo es vacío, energía. En otra palabra: espíritu.
La meditación, siendo en su esencia
laica y profundamente humana, no tiene ninguna contraindicación para ser
enseñada y aplicada en la enseñanza publica. En Uruguay y en cualquier país del
mundo.
Más aún: siempre más la meditación está
entrando en lo curricular de muchas instituciones de enseñanza, publicas y
privadas. A lo largo y ancho del planeta.
Sería un signo de madurez, de apertura y
de verdadera laicidad si la enseñanza publica en el Uruguay introdujera la
meditación en lo curricular.
¿Por
qué es tan importante?
La razón es simple. Demasiado simple.
Por eso cuesta verla.
Meditar forma seres humanos plenos,
autónomos, libres, emotivamente estables y maduros.
Meditar forma personas que saben pensar
y usar la inteligencia: tal vez esto asusta. Los poderes establecidos tienen un
terrible miedo de personas libres que saben pensar.
Enseñar a meditar, desde este punto de
vista, sería como los cimientos de una casa. Sería dar una solidez emotiva y
afectiva al alumno desde la cual construir sin duda con más eficacia y empatía
todo lo demás: historia, geografía, lenguaje, matemáticas, etcétera….
Enseñar a meditar es enseñar a
valorarse, a descubrirse en lo mejor de uno, a respetar al otro, ajusta la
autoestima del alumno, ayuda a superar las normales frustraciones.
Aprender a meditar viene antes de las
normales materias de los programas ministeriales.
La vocación primaria de la educación ¿no es formar seres humanos plenos y
felices? ¿No es ayudar a desarrollar
el don único de cada cual?
Tal vez le estamos errando un poco… centrados
en lo intelectual tenemos en muchos casos excelentes profesionales que fallan
terriblemente en humanidad.
Tenemos jerarcas políticos y religiosos
que son personas afectivamente inestables, frustrados y amargados. Muchas veces
pocos empáticos y atentos al otro, arrogantes y egoístas. Y a veces – dicho sea de paso – no saben
armar una frase gramáticamente correcta.
Estoy convencido que antes tenemos que
construir humanidad y después, excelentes profesionales.
Por eso propongo que se introduzca la
meditación en lo curricular de la enseñanza pública y privada del Uruguay.
No para que vengan a la iglesia:
sinceramente no me interesa. No me falta trabajo ni gana de trabajar. Y no me
importa ver los templos llenos.
Me importa ver niños sanos y felices. Me
importa ver jóvenes con futuro, empuje, entusiasmo y creatividad. Me importa
ver familias unidas, estables, alegres. Me importa ver personas que sepan amar
y se dejen amar.
Lo demás es secundario. Sumamente
secundario.
Desde la esencia laica de la meditación
después, y solo después, puede brotar un matiz religioso, que cada cual lo
vivirá donde quiere, como quiere y cuando quiere.
Entonces ahí hablaremos de meditación
cristiana, budista, hinduista.
Y la iglesia, ahí donde yo estaré,
tendrá siempre las puertas abiertas. Para todos. Para los cristianos y los que
no lo son. Para los que buscan a Dios y los que no lo buscan. Para los que
meditan y lo que no.
La meditación y el silencio son
patrimonios de la humanidad. Un patrimonio olvidado por la absurda y deshumana
hegemonía de la racionalidad y del pensamiento. Hegemonía que lleva al
conflicto y al enfrentamiento.
Y a perder de vista la belleza infinita
y común del corazón humano.
Recuperemos, a través de la meditación y
del silencio, esta infinita belleza.
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