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sábado, 3 de noviembre de 2018

Marcos 12, 28-34


¿Cual es el primero de los mandamientos?”, es la pregunta que abre nuestro texto, es la pregunta del sincero escriba a Jesús. En el fondo es la pregunta que se esconde en todo corazón humano, un corazón en búsqueda de respuestas y de seguridad.
La respuesta del Maestro descoloca, como ocurrió en muchas oportunidades.

Jesús en primer lugar citando el famoso “Shema Israel” (Dt 4, 1) invita a la escucha y en segundo lugar responde con un segundo mandamiento, cuando en realidad se le había preguntado solo sobre el “primero”.

El texto de hoy es muy conocido y comentado: es el texto del mandamiento del amor, de la centralidad del amor en el mensaje evangélico y de la profunda unidad entre al amor a Dios y el amor al prójimo.

A partir de nuestra visión contemplativa que hunde su mirada en el Silencio eterno podemos dar unos pasos más en profundidad me parece.

¿Qué es el Amor? ¿Qué significa amar?
Estas son las preguntas eternas y fundamentales de todo tiempo y toda latitud. El evangelio de hoy nos da pistas seguras para investigar y profundizar en el tema.
Sorprende el arranque de Jesús: “escucha”.
Si queremos aprender el Amor/amor la primera actitud es la escucha. Y no hay escucha sin silencio, obviamente.
Silencio y escucha enseñan el amor, en su doble matiz: revelan y educan. Tal vez la crisis actual de la sociedad no es tanto una crisis de valores, cuanto más bien una crisis de la escucha.
La escucha precede el Amor, porque solo la escucha revela la gratuidad. Hasta que no descubramos y palpamos la gratuidad en nuestras carnes, seguiremos pensando que el amor es una conquista, un esfuerzo, un merito. O un simple sentimiento.

Nada de todo esto. Una escucha radical nos revela la primera y fundamental verdad: somos un don para nosotros mismos. Cada cual es pura gratuidad. Cada cual es el amor que busca.
Sin esta escucha y sin este silencio que preceden al Amor siempre nos quedaremos con una faceta secundaria del amor: sentimiento y emotividad. Una faceta que tiene que ver con algo que tenemos – la dimensión psicofísica – pero no con lo que somos. Somos más, mucho más que nuestros sentimientos y nuestra emotividad, por cuanto jueguen un rol esencial y ciertamente imprescindible en nuestras existencias.

El Amor, en su esencia, no es sentimiento ni emotividad.
Los sentimientos y la emotividad son canales y vehículos del Amor y unas herramientas para comunicarlo.
Esta es tal vez una de las grandes equivocaciones de las sociedades modernas: confundir el amor con los sentimientos y la emotividad. Confundirse sobre la auténtica naturaleza del amor y perder su esencia.

Como afirma Rumi: “el amor no es una emoción, es tu propia existencia.
Estamos hecho de amor, todo está hecho de amor. También lo que no nos gusta o nos duele.
Dice Hafiz: “El dolor es maestro, que va buscando a los que huyen del Amor”.
Aprender a escuchar es entonces la clave, es la puerta maestra, la piedra angular.

Desde la escucha silenciosa y atenta se nos abrirán los ojos y podremos decir con Daniel Pinchbeck: El universo solo finge estar hecho de materia. En secreto, está hecho de amor.
El evangelio de hoy nos sitúa entonces no solo en el centro del mensaje cristiano, sino en el corazón mismo del Misterio.
Solo lo real existe. La realidad es Amor. Solo el Amor existe.
El camino espiritual con sus vericuetos, caídas, retrasos, sufrimientos, perdidas y recomienzo nos quiere llevar a esta Luz, a esta única Verdad.

El Amor que somos se abre camino a través de nuestro cuerpo y nuestro psiquismo y es desde este ahí donde nos experimentamos frágiles, siempre en camino y limitados.
¡No teman! ¡Sonrían… sonriamos! Es el mismo y único Amor que somos que se revela, expresa y manifiesta en nuestra estructura individual tan frágil y limitada.
¡Qué Misterio y que maravilla!
Lo que somos es ilimitado e infinito y se revela creando vida a través de nuestras fragilidades y limitaciones.
¡Esta es la Vida! Esto es vivir en plenitud: dejar que el Amor que somos se abra caminos a través de nuestra fragilidad y se exprese a través de nuestra individualidad psicofísica. Pura creatividad, esplendida originalidad.

No estás lejos del Reino de Dios” le dijo Jesús al sabio escriba. No estamos lejos: es lo que somos. Basta callar.
Basta escuchar el Amor que nos respira, nos palpita, nos vive.

Ahora podemos entender unos de los escritos más hermosos que encontré:

Hubo un tiempo
en que yo rechazaba a mi prójimo,
si su religión no era como la mía.
Ahora mi corazón se ha convertido
en el receptáculo de todas las formas:
es pradera de las gacelas y
claustro de monjes cristianos,
templo de ídolos y Kaaba de peregrinos,
Tablas de la Ley y pliegos del Corán.
Porque profeso la religión del Amor y
voy donde quiera que vaya su cabalgadura,
pues el amor es mi credo y mi fe.
(Ibn' Arabi, místico sufi español 1165-1240)

O como afirma el mismo Hafiz:
Yo he aprendido tanto de Dios que ya no puedo llamarme cristiano, hindú, musulmán, budista o judío. La verdad ha compartido tantas cosas de sí misma conmigo que ya no puedo llamarme hombre, mujer, ángel o incluso alma. El amor ha penetrado en Hafiz tan por completo que me ha convertido en ceniza y me ha liberado de las imágenes y conceptos que mi mente había conocido.



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