“¿Cual
es el primero de los mandamientos?”, es la pregunta que abre nuestro texto,
es la pregunta del sincero escriba a Jesús. En el fondo es la pregunta que se
esconde en todo corazón humano, un corazón en búsqueda de respuestas y de seguridad.
La respuesta del Maestro descoloca, como
ocurrió en muchas oportunidades.
Jesús en primer lugar citando el famoso
“Shema Israel” (Dt 4, 1) invita a la escucha y en segundo lugar responde con
un segundo mandamiento, cuando en
realidad se le había preguntado solo sobre el “primero”.
El texto de hoy es muy conocido y
comentado: es el texto del mandamiento del amor, de la centralidad del amor en
el mensaje evangélico y de la profunda unidad entre al amor a Dios y el amor al
prójimo.
A partir de nuestra visión contemplativa
que hunde su mirada en el Silencio eterno podemos dar unos pasos más en
profundidad me parece.
¿Qué
es el Amor? ¿Qué significa amar?
Estas son las preguntas eternas y
fundamentales de todo tiempo y toda latitud. El evangelio de hoy nos da pistas
seguras para investigar y profundizar en el tema.
Sorprende el arranque de Jesús: “escucha”.
Si queremos aprender el Amor/amor la
primera actitud es la escucha. Y no hay escucha sin silencio, obviamente.
Silencio y escucha enseñan el amor, en su doble matiz: revelan y educan. Tal vez la
crisis actual de la sociedad no es tanto una crisis de valores, cuanto más bien
una crisis de la escucha.
La escucha precede el Amor, porque solo
la escucha revela la gratuidad. Hasta que no descubramos y palpamos la
gratuidad en nuestras carnes, seguiremos pensando que el amor es una conquista,
un esfuerzo, un merito. O un simple sentimiento.
Nada de todo esto. Una escucha radical
nos revela la primera y fundamental verdad: somos un don para nosotros mismos.
Cada cual es pura gratuidad. Cada cual es el amor que busca.
Sin esta escucha y sin este silencio que
preceden al Amor siempre nos quedaremos con una faceta secundaria del amor: sentimiento y emotividad. Una faceta que tiene que ver con algo que tenemos – la dimensión psicofísica –
pero no con lo que somos. Somos más,
mucho más que nuestros sentimientos y nuestra emotividad, por cuanto jueguen un
rol esencial y ciertamente imprescindible en nuestras existencias.
El Amor, en su esencia, no es
sentimiento ni emotividad.
Los sentimientos y la emotividad son
canales y vehículos del Amor y unas herramientas para comunicarlo.
Esta es tal vez una de las grandes equivocaciones
de las sociedades modernas: confundir el amor con los sentimientos y la
emotividad. Confundirse sobre la auténtica naturaleza del amor y perder su
esencia.
Como afirma Rumi: “el amor no es una emoción, es tu propia existencia.”
Estamos hecho de amor, todo está hecho
de amor. También lo que no nos gusta o nos duele.
Dice Hafiz: “El dolor es maestro, que va buscando a los que huyen del
Amor”.
Aprender a escuchar es entonces la clave, es la puerta maestra, la
piedra angular.
Desde la escucha silenciosa y atenta se nos abrirán los ojos y podremos
decir con Daniel Pinchbeck: “El universo solo finge estar hecho de
materia. En secreto, está hecho de amor.”
El evangelio de hoy nos sitúa entonces
no solo en el centro del mensaje cristiano, sino en el corazón mismo del
Misterio.
Solo lo real existe. La realidad es
Amor. Solo el Amor existe.
El camino espiritual con sus vericuetos,
caídas, retrasos, sufrimientos, perdidas y recomienzo nos quiere llevar a esta
Luz, a esta única Verdad.
El Amor que somos se abre camino a
través de nuestro cuerpo y nuestro psiquismo y es desde este ahí donde nos
experimentamos frágiles, siempre en camino y limitados.
¡No
teman! ¡Sonrían… sonriamos! Es el mismo y único Amor que somos que
se revela, expresa y manifiesta en nuestra estructura individual tan frágil y
limitada.
¡Qué Misterio y que maravilla!
Lo que somos es ilimitado e infinito y
se revela creando vida a través de nuestras fragilidades y limitaciones.
¡Esta es la Vida! Esto es vivir en
plenitud: dejar que el Amor que somos se abra caminos a través de nuestra fragilidad
y se exprese a través de nuestra individualidad psicofísica. Pura creatividad,
esplendida originalidad.
“No
estás lejos del Reino de Dios” le dijo Jesús al sabio escriba. No estamos
lejos: es lo que somos. Basta callar.
Basta escuchar el Amor que nos respira,
nos palpita, nos vive.
Ahora podemos entender unos de los
escritos más hermosos que encontré:
“Hubo un tiempo
en que yo
rechazaba a mi prójimo,
si su
religión no era como la mía.
Ahora mi
corazón se ha convertido
en el
receptáculo de todas las formas:
es pradera
de las gacelas y
claustro de
monjes cristianos,
templo de
ídolos y Kaaba de peregrinos,
Tablas de la
Ley y pliegos del Corán.
Porque
profeso la religión del Amor y
voy donde
quiera que vaya su cabalgadura,
pues el amor
es mi credo y mi fe.”
(Ibn' Arabi,
místico sufi español 1165-1240)
O como afirma el
mismo Hafiz:
“Yo he aprendido tanto de Dios que ya no puedo
llamarme cristiano, hindú, musulmán, budista o judío. La verdad ha compartido
tantas cosas de sí misma conmigo que ya no puedo llamarme hombre, mujer, ángel
o incluso alma. El amor ha penetrado en Hafiz tan por completo que me ha
convertido en ceniza y me ha liberado de las imágenes y conceptos que mi mente
había conocido.”
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