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sábado, 6 de octubre de 2018

Marcos 10, 2-16



El texto que se nos invita a reflexionar hoy habla sobre la relación entre el varón y la mujer: ese es el eje y en este eje hay que centrarse.
Como bien sabemos se usó y se usa este texto para afirmar la doctrina católica de la indisolubilidad del matrimonio: operación, a mi parecer, – y de muchos otros estudiosos – indebida y manipuladora del texto.
En realidad era un problema de “pureza ritual” y no de indisolubilidad del matrimonio.
Aplicar nuestros problemas, conceptos y expectativas al evangelio para que digas lo que queremos hoy no es honesto ni transparente.

También es importante no identificar sin más una ley eclesiástica con el evangelio: más allá de la valoración moral de la ley el evangelio es siempre mucho más grande. La ley eclesiástica, aunque tenga un fundamento evangélico – no siempre ocurre – es fruto de una mente humana – la del legislador – condicionada por el lenguaje, la cultura, los límites morales y psicológicos. Elevar una ley a norma eterna e indiscutible es muy peligroso y poco humano.
Y en caso de duda entre ley y evangelio, optar. Por el evangelio, obviamente, y con el riesgo de subjetividad conexo.
Volviendo a nuestro texto: no sabemos con certeza si refleja algo ocurrido al mismo Jesús o si Marcos nos presenta una controversia propia de cuando él está redactando su evangelio. En realidad poco importa.
En la época de Jesús había dos grandes escuelas rabínicas que – amparándose e interpretando el texto de Dt 24, 1-4 – otorgaban al varón la posibilidad del divorcio… ¡sólo al varón obviamente!

Afirma con lucidez José María Castillo: “La pregunta de los fariseos no era la pregunta por el divorcio, tal como ahora se plantea, sino la pregunta por la desigualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Es decir, los fariseos preguntaban si los privilegios del hombre eran prácticamente ilimitados, como defendía la escuela teológica de Hillel. Ahora bien, eso es lo que Jesús no tolera. La desigualdad de derechos está directamente en contra del evangelio.

Jesús y el evangelio apuntan al amor, expresado en la centralidad de la relación y las relaciones.
Lo que importa es la relación… porque todo es relación y está en relación.
Y el amor y la relación se aprenden, como toda realidad verdaderamente humana.
Cuando nos aferramos y nos cerramos herméticamente en una ley estamos borrando con el codo lo que escribimos con la mano. Estamos diciendo sin darnos cuenta que el ser humano no puede aprender ni crecer…

Estamos acá justamente para aprender a amar: nada más ni nada menos. Estamos acá, en esta hermosa aventura humana, para despertar a lo que somos: amor. Y despertamos aprendiendo a amar humanamente.
Desde esta perspectiva – que no quita nada al valor cristiano del matrimonio y la familia – todo se va ordenando. Nuestras locuras egoicas y nuestros delirios de omnipotencia vuelven a su cauce.

No se necesita estudiar sociología o ser un genio para darnos cuenta que la institución familiar está en una profunda crisis y, más aún, el matrimonio cristiano como sacramento.

¿Qué hacer frente a la realidad?
¿Cerramos los ojos y seguimos aferrados a la ley? ¿O nos dejamos interpelar y cuestionar?

Sin duda, hay un aprendizaje importante ahí.
Desde el mensaje de Jesús y del evangelio podemos centrarnos en el amor como aprendizaje.
Podemos así comprender y apoyar a las parejas y familias de separados y divorciados. Podemos acompañar serenamente a los procesos de noviazgos y a las amistades. Podemos comprender las dificultades de relaciones y aportar luz.
Simplemente desde la ley, eso es imposible.

Aprender a amar tiene la característica típica de todo aprendizaje: ensayo y error.
Si logramos centrarnos – desde un camino de interioridad – en nuestra esencia amorosa, educar al amor resultará más efectivo y sereno.
Si los legisladores tuvieran la honestidad y valentía de mirar en su interior, serían mucho más compasivos y lucidos con la realidad.

La compasión – eje del mensaje cristiano – no significa bajar las exigencias del evangelio y del amor. Significa reconocer la esencial fragilidad humana y trabajar el amor desde ahí: perdonando, aprendiendo, recomenzando.

Buen camino… construyendo relaciones desde al amor que somos.


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