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sábado, 21 de diciembre de 2019

Mateo 1, 18-24




Celebramos hoy el cuarto domingo de Adviento: la Navidad está muy cerca y la iglesia nos presenta la figura de María y nos invita a reflexionar sobre su divina maternidad.
El texto de hoy es muy interesante y sugiere pistas importantes para nuestro camino espiritual y para vivir con intensidad y radicalidad esta Navidad.

Para empezar es fundamental subrayar el carácter mítico del relato.
El nacimiento de Jesús nos es transmitido solo por Mateo y Lucas, mientras que Marcos y Juan lo omiten.
En Lucas la anunciación se dirige a María, mientras en nuestro texto se dirige a José.
Los relatos de “concepciones milagrosas y virginales” están presentes en todas las tradiciones espirituales y en todas las religiones.
Decir que el relato del nacimiento virginal de Jesús es un mito no quita nada a su profundo y hermoso significado – más aún – lo hace más comprensible, accesible, actual.
Es importante recordar que la humanidad vive de mitos y que hablar de mito no significa quedar atrapados en fantasías y magia. Los mitos están a la raíz de cada cultura.
Hoy en día asociamos equivocadamente mito a mentira pero en realidad el mito expresa las búsquedas del corazón humano y el anhelo de comprensión.
El mito intenta dar una explicación de la realidad y de la experiencia humana del vivir en términos de relatos, símbolos, metáforas, alegorías.
A menudo el mito está más cerca de la realidad que la pura historia. El mito trasciende la historia y es una descripción de la interioridad humana, su profundidad y su trascendencia.
Los mitos escoden en su interior respuestas sobre las preguntas fundamentales y habla de lo esencial saltando por encima de la coyuntura del momento. Los mitos nos conducen al conocimiento de nosotros mismos, son aliados en el conocimiento interior, son verdaderos guías. El mito sugiere e invita a vivir la riqueza de la existencia. Por eso los protagonistas de los mitos viven en nuestro interior.
Un mito muestra realidades que trascienden la razón y la lógica  cotidiana.
Dice el experto en mitología Juan Manuel Losada: “El mito es un relato explicativo, simbólico y dinámico, de uno o varios acontecimientos extraordinarios personales con referente trascendente, que carece en principio de testimonio histórico, se compone de una serie de elementos invariantes reducibles a temas y sometidos a crisis, que presenta un carácter conflictivo, emotivo, funcional, ritual y remite siempre a una cosmogonía o a una escatología absolutas, particulares o universales. Esta definición, general, fría e indeterminada, requiere un tiempo, un espacio, y sobre todo una conciencia que la viva. El mito no es un constructo mental ajeno a las vicisitudes socioculturales: lleva marcada en su piel y sus entrañas la huella de cada individuo y sociedad que lo vio nacer; pero también sabe adaptarse a las condiciones del nuevo tiempo que lo acoge.

¿Cuál es el profundo significado del relato mítico del nacimiento de Jesús?
Lo podemos captar por los dos nombres con los cuales Mateo subraya la identidad del hijo de María: Jesús y Emanuel.
Jesús – “Yeshu” – parece ser una contracción “Yeoshua” – Josué – que significa “Dios salva”.
Emanuel en cambio significa “Dios con nosotros” y Mateo utiliza un pasaje del profeta Isaías que interpreta mesiánicamente: “La Virgen (literalmente “la joven”) concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrá el nombre de Emanuel” (1, 23 – Is 7, 14).

El nombre era muy importante en las culturas antiguas ya que indicaba el ser de la persona, su identidad y su misión.
Mateo entonces nos quiere decir que en Jesús se nos regala la experiencia de la salvación y la experiencia de la unidad con la divinidad: dos caras de la misma moneda.
Salvación es volver a lo Uno y volver a lo Uno es experimentar la salvación.
En Jesús los cristianos tenemos acceso a las dos dimensiones de la misma realidad.
En Jesús se nos revela en que consiste la verdadera salvación: experimentar la profunda y perfecta Unidad de todo. Es el anhelo de siempre del corazón humano: volver a la Fuente única, volver al Ser. Volver a Casa. Este anhelo – para los cristianos – se nos regala y se cumple en Jesús.
En Jesús se nos revela que todo es Emanuel, “Dios con nosotros”: ahí está la maravillosa y actual comprensión del mito. Comprendido el mito lo podemos trascender para vivir – aquí y ahora – el mensaje que nos deja.

Dios no es un “Ente” separado de nosotros, sino el Fondo último de lo real y nuestro propio fondo. “Dios” es una palabrita que utilizamos para expresar lo inexpresable e inefable: el Misterio sin nombre del cual estamos hechos, el Amor increado que nos sostiene y engendra en cada instante, es la Vida de nuestra vida.
En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hec 17, 28) afirma Pablo en su discurso en el Aeropago.

Esta es la Navidad, esto es entrar en la experiencia de la Encarnación.
¿Cómo podemos hacer esta experiencia tan fundante y esencial?
La figura de María nos ayuda enormemente y nos revela el secreto.
El secreto de María tiene dos dimensiones: apertura y silencio.
María es la mujer total y radicalmente abierta al Misterio. Abrirse es ser receptivo, acoger el regalo. Es imposible una verdadera experiencia de este Misterio de salvación y unidad sin abrirse. Lo más difícil – bien lo sabemos – es abrir la mente. La mente por un sinfín de motivos, vive cerrada, con miedos y prejuicios. Son las actitudes típicas del ego.
No hay mayor bendición que una mente abierta, disponible y receptiva. En el instante que abrimos la mente y el corazón una luz nueva nos alcanza y crecemos en comprensión.
El silencio es la herramienta maestra para usar responsablemente una mente abierta y un corazón abierto. El silencio nos conduce de la mano y nos lleva más allá de la mente, nos conduce a nuestras raíces y a nuestro ser más profundo, donde el Misterio ya vive en plenitud.
El texto de hoy sugiere que también la actitud de José es de apertura, receptividad, silencio. José se abre a la novedad y al proyecto de Dios y se lleva a María a su casa.
María y José pudieron recibir a Jesús por su apertura y su silencio, su disponibilidad y entrega.
Parecería que apertura, receptividad y silencio son las claves comunes a todas las religiones y tradiciones espirituales para una real experiencia del Misterio.
Misterio que siempre es gratuidad y que solo necesita un corazón abierto que lo reciba: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado” (Is 9, 5).

¿Por qué nos cuesta tanto abrir el corazón?







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