Celebramos hoy el cuarto domingo de
Adviento: la Navidad está muy cerca y la iglesia nos presenta la figura de
María y nos invita a reflexionar sobre su divina maternidad.
El texto de hoy es muy interesante y
sugiere pistas importantes para nuestro camino espiritual y para vivir con
intensidad y radicalidad esta Navidad.
Para empezar es fundamental subrayar el
carácter mítico del relato.
El nacimiento de Jesús nos es
transmitido solo por Mateo y Lucas, mientras que Marcos y Juan lo omiten.
En Lucas la anunciación se dirige a
María, mientras en nuestro texto se dirige a José.
Los relatos de “concepciones milagrosas
y virginales” están presentes en todas las tradiciones espirituales y en todas
las religiones.
Decir que el relato del nacimiento
virginal de Jesús es un mito no quita nada a su profundo y hermoso significado
– más aún – lo hace más comprensible,
accesible, actual.
Es importante recordar que la humanidad
vive de mitos y que hablar de mito no significa quedar atrapados en
fantasías y magia. Los mitos están a la raíz de cada cultura.
Hoy en día asociamos equivocadamente mito a mentira pero en realidad el mito expresa las búsquedas del corazón
humano y el anhelo de comprensión.
El mito
intenta dar una explicación de la realidad y de la experiencia humana del vivir
en términos de relatos, símbolos, metáforas, alegorías.
A menudo el mito está más cerca de la
realidad que la pura historia. El mito trasciende la historia y es una
descripción de la interioridad humana, su profundidad y su trascendencia.
Los mitos escoden en su interior
respuestas sobre las preguntas fundamentales y habla de lo esencial saltando
por encima de la coyuntura del momento. Los mitos nos conducen al conocimiento
de nosotros mismos, son aliados en el conocimiento interior, son verdaderos guías.
El mito sugiere e invita a vivir la riqueza de la existencia. Por eso los
protagonistas de los mitos viven en nuestro interior.
Un mito muestra realidades que
trascienden la razón y la lógica
cotidiana.
Dice el experto en mitología Juan Manuel
Losada: “El mito es un relato explicativo,
simbólico y dinámico, de uno o varios acontecimientos extraordinarios
personales con referente trascendente, que carece en principio de testimonio
histórico, se compone de una serie de elementos invariantes reducibles a temas
y sometidos a crisis, que presenta un carácter conflictivo, emotivo, funcional,
ritual y remite siempre a una cosmogonía o a una escatología absolutas,
particulares o universales. Esta definición, general, fría e indeterminada,
requiere un tiempo, un espacio, y sobre todo una conciencia que la viva. El
mito no es un constructo mental ajeno a las vicisitudes socioculturales: lleva
marcada en su piel y sus entrañas la huella de cada individuo y sociedad que lo
vio nacer; pero también sabe adaptarse a las condiciones del nuevo tiempo que
lo acoge.”
¿Cuál
es el profundo significado del relato mítico del nacimiento de Jesús?
Lo podemos captar por los dos nombres
con los cuales Mateo subraya la identidad del hijo de María: Jesús y Emanuel.
Jesús –
“Yeshu” – parece ser una contracción “Yeoshua” – Josué – que significa “Dios salva”.
Emanuel en
cambio significa “Dios con nosotros” y Mateo utiliza un pasaje del profeta
Isaías que interpreta mesiánicamente: “La Virgen (literalmente “la joven”) concebirá y
dará a luz un hijo a quien pondrá el nombre de Emanuel” (1, 23 – Is 7, 14).
El nombre era muy importante en las
culturas antiguas ya que indicaba el ser de la persona, su identidad y su
misión.
Mateo entonces nos quiere decir que en
Jesús se nos regala la experiencia de la salvación
y la experiencia de la unidad con la
divinidad: dos caras de la misma moneda.
Salvación es volver a lo Uno y volver a
lo Uno es experimentar la salvación.
En Jesús los cristianos tenemos acceso a
las dos dimensiones de la misma realidad.
En Jesús se nos revela en que consiste
la verdadera salvación: experimentar la profunda y perfecta Unidad de todo. Es
el anhelo de siempre del corazón humano: volver a la Fuente única, volver al
Ser. Volver a Casa. Este anhelo – para los cristianos – se nos regala y se cumple
en Jesús.
En Jesús se nos revela que todo es
Emanuel, “Dios con nosotros”: ahí está la maravillosa y actual comprensión del
mito. Comprendido el mito lo podemos trascender para vivir – aquí y ahora – el
mensaje que nos deja.
Dios no es un “Ente” separado de
nosotros, sino el Fondo último de lo real y nuestro propio fondo. “Dios” es una
palabrita que utilizamos para expresar lo inexpresable e inefable: el Misterio
sin nombre del cual estamos hechos, el Amor increado que nos sostiene y
engendra en cada instante, es la Vida de nuestra vida.
“En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hec 17, 28) afirma Pablo
en su discurso en el Aeropago.
Esta es la Navidad, esto es
entrar en la experiencia de la Encarnación.
¿Cómo podemos hacer esta experiencia tan fundante y esencial?
La figura de María nos ayuda
enormemente y nos revela el secreto.
El secreto de María tiene dos
dimensiones: apertura y silencio.
María es la mujer total y radicalmente
abierta al Misterio. Abrirse es ser receptivo, acoger el regalo. Es imposible
una verdadera experiencia de este Misterio de salvación y unidad sin abrirse.
Lo más difícil – bien lo sabemos – es abrir la mente. La mente por un sinfín de
motivos, vive cerrada, con miedos y prejuicios. Son las actitudes típicas del
ego.
No hay mayor bendición que una mente
abierta, disponible y receptiva. En el instante que abrimos la mente y el
corazón una luz nueva nos alcanza y crecemos en comprensión.
El silencio es la herramienta maestra
para usar responsablemente una mente abierta y un corazón abierto. El silencio
nos conduce de la mano y nos lleva más allá de la mente, nos conduce a nuestras
raíces y a nuestro ser más profundo, donde el Misterio ya vive en plenitud.
El texto de hoy sugiere que también la
actitud de José es de apertura, receptividad, silencio. José se abre a la
novedad y al proyecto de Dios y se lleva a María a su casa.
María y José pudieron recibir a Jesús
por su apertura y su silencio, su disponibilidad y entrega.
Parecería que apertura, receptividad y silencio son las claves comunes a todas
las religiones y tradiciones espirituales para una real experiencia del
Misterio.
Misterio que siempre es gratuidad y que
solo necesita un corazón abierto que lo reciba: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido
dado” (Is 9, 5).
¿Por
qué nos cuesta tanto abrir el corazón?
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