La genialidad del evangelista Juan nos
regala un texto maravilloso y que conocemos como “la resurrección de Lázaro”.
Más allá de la raíz histórica
difícilmente detectable, es un texto profundamente simbólico y catequético.
Resume muy bien el eje de todo el evangelio de Juan: la vida. Para el
evangelista y su comunidad, Jesús es vida, vino a revelarnos la vida y a
regalarnos vida plena.
Recordemos que Juan presenta a Jesús
como el “vino nuevo” de la alegría, “el pan de vida” que nos alimenta y el
“agua viva” que sacia plenamente nuestra sed de infinito. Tal vez el versículo
central de este evangelio podría ser: “Yo
he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).
Nuestro texto empieza de una manera
sorprendente: avisan a Jesús que su amado amigo Lázaro está enfermo, está grave.
Jesús no pierde la calma, no corre en auxilio del amigo y se queda dos días más
adonde estaba. ¡Qué maravillosa entereza! ¡Qué calma! Nosotros probablemente
hubiéramos salido corriendo, nerviosos y apurados.
Más allá de su calma, Jesús nos
sorprende con su afirmación: “Esta
enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella” (Jn 11, 4).
Nos viene como anillo al dedo esta
afirmación. En este tiempo de pandemia podemos escuchar con profunda atención
estas palabras del maestro: “Esta
enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios…”
Lo que nuestra corta visión y nuestra fe
superficial interpretan como negativo, terrible y oscuro, Jesús lo interpreta
como Presencia de Dios y como oportunidad para que la gloria de Dios se
manifieste.
Todo eso recuerda lo que decía Maestro
Eckhart: “Cada cosa alaba a Dios; la oscuridad, las faltas, los defectos y hasta
el mismo mal alaban a Dios y bendicen a Dios”.
Estas afirmaciones
de Jesús y del místico alemán pueden sorprendernos. No podemos comprenderlas
desde el nivel de conciencia mental. Tenemos que dar un paso, dar un salto al
vacío.
Solo una
visión espiritual, una visión interior y mística puede captar la profundidad,
importancia y belleza de tales expresiones… expresiones que revelan una
realidad, vislumbres de lo real.
¿Cómo cambiaría nuestra vida si lográramos ver la
Presencia de Dios hasta en las cosas que más nos duelen o nos complican la
existencia?
Entrar en
esta visión de Jesús es lo más hermoso que nos pueda ocurrir. Es esta la visión
que lleva a Jesús a “ver” la misma muerte como un sueño: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo” (Jn 11,
11). Lo mismo que había dicho en la resurrección de la hija de Jairo: “La
niña no está muerta, sino que duerme” (Mc 5, 39).
¿Qué es lo que Jesús ve que nosotros no
vemos?
¿Cómo puede ver en una enfermedad mortal
algo que glorifica a Dios?
¿Cómo puede ver en la muerte un simple y
reparador sueño?
Esta
visión es un regalo sin duda, un don de lo alto. Pero podemos abrirnos a esta
posibilidad y a este regalo.
Abrirnos,
sin duda, significa poner entre paréntesis nuestras creencias y el apego enorme
que tenemos a nuestra manera de ver las cosas y de interpretar la vida. Sin
esto ejercicio de apertura y humildad será difícil que se nos regale esta
visión.
Visión
que podemos captar en una de las definiciones más hermosas de todo el evangelio:
“Yo soy la resurrección y la vida”
(Jn 11, 25).
Jesús
se percibe como vida, porque se percibe Uno con el Padre, con el Misterio
divino.
Jesús
percibe – hace experiencia – que el
fondo último de la realidad es la Vida.
Y
eso es lo que somos todos. Esta es la visión de Jesús y de todos los místicos
de todas las tradiciones espirituales de la humanidad.
Es
el Gran y Único anuncio del evangelio. Es el grito de jubilo y victoria de la
mañana de Pascua.
¡Todo es Vida!
Nacimiento,
historia, amor, pasión, culturas, dolor, muerte: todo se desarrolla en el seno
misterioso de la Vida, en el Corazón del Ser.
Nacemos
adentro de la Vida y morimos adentro de la Vida.
Por
eso que Jesús logra captar lo que se esconde en la dramática experiencia humana
que llamamos “muerte” y solo ve un dulce sueño.
Su
visión penetra la enfermedad y la muerte y en sus entrañas solo ve Vida.
Que
gran y esencial mensaje para los tiempos que vivimos.
Abrámonos
entonces. Este regalo y esta visión son para todos y para todas. Nadie
excluido.
Solo
ábrete, confía, suelta tu mente y tus creencias.
Abre
de par en par tu corazón. Entonces resonará pura, en tu alma, la misma voz que quiebra cada oscuridad: “Yo soy la resurrección y la vida”.
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