Con el domingo de Ramos entramos en la
Semana Santa, cuyo centro celebrativo serán los tres días del Triduo Pascual:
jueves santo, viernes santo, Vigilia Pascual.
Hemos vivido una Cuaresma especial,
diría única, en casi todo el mundo.
Un tiempo de Cuaresma donde la pandemia
viral nos ha obligado a un estilo de vida más sobrio, más interior, más lento.
También una Cuaresma de mucho dolor por miles de familias que a lo largo del
planeta han visto morir a sus seres queridos sin ni siquiera el consuelo de
despedirse. Una Cuaresma también muy sacrificada por todo el personal sanitario
y por todos aquellos que debido a la pandemia tuvieron que trabajar más, sin
descanso y en condiciones difíciles y riesgosas.
Cuaresma:
cuarenta días. “Cuarenta” que constituye la misma raíz de “cuarentena”. No es
casualidad, por supuesto.
Para el mundo cristiano no es casualidad
que nos haya tocado vivir una cuarentena en Cuaresma.
Cuarenta
fueron los años del éxodo de Israel en el desierto, cuarenta los días de Jesús también en el desierto.
Más allá del obvio simbolismo del numero
bíblico, ¿qué nos quiere decir todo esto?
¿Cuál
es el significado de esta Cuaresma/Cuarentena de la humanidad?
Si desentrañamos el significado podremos
vivir con más sentido y plenitud esta Semana Santa.
Puedo vislumbrar dos pistas de
significado y comprensión.
En primer
lugar los cuarenta años en el desierto de Israel, los cuarenta días de
Jesús y nuestra Cuaresma/Cuarentena son un tiempo de purificación.
En general la palabra purificación no tiene buena prensa y es
mirada con sospecha. En realidad expresa algo maravilloso: el proceso por el
cual se saca a luz lo que es puro.
La primera carta de Pedro lo expresa
así: “ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir
momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más
valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en
motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo” (1 Pe 1, 6-7).
Este tiempo de
Cuaresma y de Cuarentena has sacado a luz y está sacando lo que es puro y
valioso. El fuego del Amor quemó muchas de las ilusiones de la humanidad: una
economía inhumana, el egoísmo inútil, el deseo de posesión y de control, el
ritmo acelerado de la vida, el ruido y la contaminación, la exterioridad de las
relaciones. Todo esto se pulverizó al calor del Fuego del Amor.
Y brilló lo mejor,
lo que siempre estuvo ahí. Se quedó y se consolidó lo eterno y lo bello.
Brilló la entrega
generosa de muchos y la solidaridad. Brilló el clima de unión y fraternidad.
Brilló la gana de encontrarse y compartir. Brilló la belleza y la necesidad de
interioridad, de silencio y de relaciones humanas verdaderas y profundas.
Todo esto es un
camino a seguir obviamente: “¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13, 9).
Todo esto puede ser ocasión
y oportunidad de crecimiento y desarrollo si lo sabemos ver, asumir y
aprovechar, tanto a nivel individual como colectivo.
Qué no nos pase como a los
discipulos de Jesús – en ocasión de la multiplicación de los panes – que
tuvieron que escuchar su duro reproche: “¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes
tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen” (Mc 8, 17-18).
Dios quiera que
esta Cuaresma y Cuarentena nos abra los ojos y los oídos.
El segundo significado de este tiempo tan
especial lo resumo en la palabra “interioridad”.
Para Israel y para
Jesús el camino en el desierto fue un tiempo de interioridad. Solos y con
importantes restricciones tuvieron que “ir adentro”, no tuvieron más remedio.
En este “ir adentro” se enfrentaron con sus propios “demonios”.
Demonios que son
los nuestros, individual y colectivamente: miedos, deseos de poder y placer,
angustia existencial, violencia y agresividad.
Estas dimensiones
habitan también – en mayor o menor medida y en distintas formas – en nuestro
interior, todos convivimos con ellas.
En este tiempo
tuvimos y tenemos la posibilidad de mirarlas y enfrentarlas. La Cuarentena nos
obligó a mirar hacia dentro. No pudimos huir, no podemos huir. Por lo menos
físicamente nos encontramos atrapados.
Sin duda es un
llamado a encontrarnos con nosotros mismos también interiormente.
Pero este depende
de nosotros. Somos tan hábiles en escapar y huir que hasta en estas condiciones
de reclusión somos capaces de evadirnos y perder el tiempo banal y
superficialmente.
Esta Cuaresma
particular que nos regaló la pandemia es una invitación a “ir adentro”, a dejar
la superficie, a dejar lo pasajero y lo banal. Es un tiempo oportuno para
enfrentar nuestro dolor y nuestras heridas.
Solo la
interioridad salvará a la humanidad. Solo la interioridad nos salvará.
Esta en el fondo es
la vocación y la misión del dolor en nuestra vida: llevarnos adentro. Llevarnos
a lo esencial, a lo eterno.
Llevarnos al Amor
que somos.
Como dice
magistralmente el místico sufí Hafiz: “el
dolor es maestro de los que huyen del Amor.”
Ya que somos tercos
para comprender y para discernir, el dolor nos viene a socorrer. En este
sentido, y solo en este, esta pandemia es también bendición.
Será aún más
bendición si lograremos captar sus enseñanzas, si nos dejaremos purificar y
llevar a la interioridad.
Qué la purificación
y la interioridad nos sigan conduciendo en esta Semana Santa para poder llegar
renovados a la Pascua y poder cantar a una sola voz la Gloria de Dios:
¡Aleluya!
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