El relato de los discípulos de Emaús es
un texto muy conocido y de una belleza inagotable.
Es una maravillosa catequesis de Lucas
sobre la resurrección. Tomar el texto como una catequesis nos permite
desentrañar su fuerza viva para nosotros hoy.
Hace unos años durante un curso bíblico
en Tierra Santa visitamos el supuesto lugar de Emaús (no hay certeza histórica)
y pude presidir allí la Eucaristía. Una experiencia muy linda y sugestiva.
“Nosotros
esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres
días que sucedieron estas cosas” (24, 21): los dos caminantes no ocultan su
decepción y frustración. Están hablando con el resucitado pero no lo saben
porque no lo reconocen.
Es la decepción de unas expectativas
frustradas, de un proyecto fracasado, de una vida ya sin sentido, de una nueva
esclavitud.
¿Cuántas
veces hemos experimentado esta misma decepción?
Tal vez a nivel personal o compartiendo
el dolor de otros o en el sin sentido de la humanidad cuando se embrutece en
las guerras, el odio, los egoísmos.
Es la decepción que nos lleva a caminar
sin rumbo o a volver a caminos trillados: simplemente queremos huir del dolor y
de lo que no entendemos.
El Jesús desconocido les explica las
Escrituras y pregunta: “¿No era necesario
que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” (24,
26).
Este “era necesario” llevó a la teología a interpretar la pasión y la
muerte de Jesús como una exigencia del Padre para salvar a la humanidad. Desde
esta visión el Padre quiso la muerte de Jesús como precio para nuestra
salvación.
¡Nada más antievangélico que esto! ¡Nada
más alejado de la experiencia y la visión del mismo Jesús!
Sin duda esta visión de Dios es una de
la causas del ateísmo moderno. También yo me definiría ateo frente a un Dios
tan terrible e inhumano.
“Era
necesario” fue la manera en la cual la primera comunidad intentó dar una
explicación al escandalo de la cruz y conectar la muerte y resurrección de
Jesús con las profecías de Israel.
¿Cómo
interpretarlo hoy a la luz del mensaje evangélico y de la visión contemplativa?
“Era
necesario” expresa simple y profundamente la vida que acontece. El aquí y
ahora. Es necesario porque aconteció y si aconteció es necesario. “Lo que es”
es “lo que ocurre”.
Desde acá podemos empalmar la correcta
interpretación de la pasión y muerte de Jesús: justamente la fidelidad a la
vida. Es la fidelidad de Jesús a la vida y al amor que lo llevó a la cruz. La
cruz es el resultado de la fidelidad de Jesús al amor, a su entrega, a una
manera de vivir y de entender la vida.
No hay una voluntad externa que quiere
la muerte de Jesús – ¿sería un Padre
este? – sino una fidelidad interna al Amor.
Es el mecanismo normal del amor que
todos experimentamos: entregarse, en algún momento, supone dolor. Desprenderse
de la vida para donarla tiene su porción de dolor.
El desapego, la entrega, el dar nos
cuestan algo de dolor.
Pero los frutos no tienen comparación:
es la alegría infinita de la resurrección. Alegría que hace olvidar el instante
de dolor y que hacer arder el corazón.
“¿No
ardía acaso nuestro corazón?” (24, 32).
La imagen del parto usado por San Pablo
expresa muy bien todo eso (Rom 8, 22).
Para terminar nuestra reflexión, nos
preguntamos
¿Por
qué los discípulos no reconocen a Jesús que camina junto a ellos?
El simbolismo de la ceguera nos ayuda a
comprender. Los discípulos están interiormente ciegos. Están tan atrapados en
su decepción y dolor que no logran ver.
Sospecho que tenemos abundantes
experiencias parecidas. Cuando nos dejamos atrapar e invadir por el dolor y la
decepción no logramos ver, perdemos el contacto con la realidad. Simplemente
reflejamos afuera el dolor que tenemos adentro. Todo se vuelve gris, todo está
envuelto en una espesa niebla. No hay luz y no podemos ver.
Necesitamos entonces compañeros del
camino, hermanos y amigos, que nos sacudan del torpor, que nos saquen las
vendas de los ojos.
Hermosa imagen esta de Emaús: la luz
vuelve cuando se camina juntos. La luz vuelve a través del don de la amistad,
del compartir.
Es un día para agradecer a nuestros
compañeros de camino, a todos los que, de una forma u otra, nos tendieron una
mano e hicieron posible la luz.
Gracias! Gracias a todos los que
comparten conmigo el camino. Su presencia y su amor son signo de la Presencia
del Amor, del Resucitado.
Al partir el pan, Jesús desaparece nos
dice Lucas: “él había desaparecido de su
vista” (24, 31).
Es normal, es bueno que sea así.
Jesús mismo lo había anunciado: “les conviene que yo me vaya, porque si
no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se
lo enviaré” (Jn 16, 7).
Ya no necesitamos la presencia física de
Jesús. El Espíritu lo llena todo. El Cuerpo de Cristo es la luz universal y,
para los cristianos, el cuerpo de Cristo es también la iglesia.
La Presencia todo lo ilumina y lo
penetra.
Solo necesitamos los ojos del amor para
verla.
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