sábado, 25 de abril de 2020

Lucas 24, 15-35




El relato de los discípulos de Emaús es un texto muy conocido y de una belleza inagotable.
Es una maravillosa catequesis de Lucas sobre la resurrección. Tomar el texto como una catequesis nos permite desentrañar su fuerza viva para nosotros hoy.
Hace unos años durante un curso bíblico en Tierra Santa visitamos el supuesto lugar de Emaús (no hay certeza histórica) y pude presidir allí la Eucaristía. Una experiencia muy linda y sugestiva.

Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas” (24, 21): los dos caminantes no ocultan su decepción y frustración. Están hablando con el resucitado pero no lo saben porque no lo reconocen.
Es la decepción de unas expectativas frustradas, de un proyecto fracasado, de una vida ya sin sentido, de una nueva esclavitud.

¿Cuántas veces hemos experimentado esta misma decepción?
Tal vez a nivel personal o compartiendo el dolor de otros o en el sin sentido de la humanidad cuando se embrutece en las guerras, el odio, los egoísmos.
Es la decepción que nos lleva a caminar sin rumbo o a volver a caminos trillados: simplemente queremos huir del dolor y de lo que no entendemos.
El Jesús desconocido les explica las Escrituras y pregunta: “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” (24, 26).
Este “era necesario” llevó a la teología a interpretar la pasión y la muerte de Jesús como una exigencia del Padre para salvar a la humanidad. Desde esta visión el Padre quiso la muerte de Jesús como precio para nuestra salvación.
¡Nada más antievangélico que esto! ¡Nada más alejado de la experiencia y la visión del mismo Jesús!
Sin duda esta visión de Dios es una de la causas del ateísmo moderno. También yo me definiría ateo frente a un Dios tan terrible e inhumano.
Era necesario” fue la manera en la cual la primera comunidad intentó dar una explicación al escandalo de la cruz y conectar la muerte y resurrección de Jesús con las profecías de Israel.

¿Cómo interpretarlo hoy a la luz del mensaje evangélico y de la visión contemplativa?
Era necesario” expresa simple y profundamente la vida que acontece. El aquí y ahora. Es necesario porque aconteció y si aconteció es necesario. “Lo que es” es “lo que ocurre”.
Desde acá podemos empalmar la correcta interpretación de la pasión y muerte de Jesús: justamente la fidelidad a la vida. Es la fidelidad de Jesús a la vida y al amor que lo llevó a la cruz. La cruz es el resultado de la fidelidad de Jesús al amor, a su entrega, a una manera de vivir y de entender la vida.
No hay una voluntad externa que quiere la muerte de Jesús – ¿sería un Padre este? – sino una fidelidad interna al Amor.
Es el mecanismo normal del amor que todos experimentamos: entregarse, en algún momento, supone dolor. Desprenderse de la vida para donarla tiene su porción de dolor.
El desapego, la entrega, el dar nos cuestan algo de dolor.
Pero los frutos no tienen comparación: es la alegría infinita de la resurrección. Alegría que hace olvidar el instante de dolor y que hacer arder el corazón.
¿No ardía acaso nuestro corazón?” (24, 32).
La imagen del parto usado por San Pablo expresa muy bien todo eso (Rom 8, 22).

Para terminar nuestra reflexión, nos preguntamos
¿Por qué los discípulos no reconocen a Jesús que camina junto a ellos?
El simbolismo de la ceguera nos ayuda a comprender. Los discípulos están interiormente ciegos. Están tan atrapados en su decepción y dolor que no logran ver.
Sospecho que tenemos abundantes experiencias parecidas. Cuando nos dejamos atrapar e invadir por el dolor y la decepción no logramos ver, perdemos el contacto con la realidad. Simplemente reflejamos afuera el dolor que tenemos adentro. Todo se vuelve gris, todo está envuelto en una espesa niebla. No hay luz y no podemos ver.
Necesitamos entonces compañeros del camino, hermanos y amigos, que nos sacudan del torpor, que nos saquen las vendas de los ojos.
Hermosa imagen esta de Emaús: la luz vuelve cuando se camina juntos. La luz vuelve a través del don de la amistad, del compartir.
Es un día para agradecer a nuestros compañeros de camino, a todos los que, de una forma u otra, nos tendieron una mano e hicieron posible la luz.
Gracias! Gracias a todos los que comparten conmigo el camino. Su presencia y su amor son signo de la Presencia del Amor, del Resucitado.
Al partir el pan, Jesús desaparece nos dice Lucas: “él había desaparecido de su vista” (24, 31).
Es normal, es bueno que sea así.
Jesús mismo lo había anunciado: “les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré” (Jn 16, 7).
Ya no necesitamos la presencia física de Jesús. El Espíritu lo llena todo. El Cuerpo de Cristo es la luz universal y, para los cristianos, el cuerpo de Cristo es también la iglesia.
La Presencia todo lo ilumina y lo penetra.
Solo necesitamos los ojos del amor para verla.







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