Hace ya un par de año escribí el
articulo “Del ver, juzgar, actuar al
observar, callar y fluir” proponiendo un nuevo método teológico-pastoral.
El artículo fue publicado en mi blog “El
agujero en la flauta” el 2 de marzo de 2018, en Eclesalia el 28 de marzo y en Feadulta
el 2 de abril del mismo año.
A lo largo de estos dos años me llegaron
varios comentarios, sugerencias e invitaciones a profundizar el tema. También
comenzaron, con mi gran sorpresa y alegría, las primeras aplicaciones concretas
del método.
Tal vez el tiempo es maduro para seguir
profundizando y poder ofrecer otras pistas y otros aportes.
Empiezo por presentar los cimientos
sobre los cuales se construye mi propuesta pastoral del “observar, callar,
fluir”.
Un método teológico-pastoral tiene
siempre – consciente o inconscientemente – una visión teológica que lo sostiene
y alimenta.
La visión
teológica de fondo es siempre fundamental porque es como el sostén racional
de la propuesta y su misma posibilidad de ser comunicada y compartida. Y más en
profundidad, una visión teológica es el sostén de una manera de “ver” a Dios y
de vivir la fe.
En el fondo siempre vivimos y actuamos a
partir de lo que pensamos, por lo menos en un nivel más superficial y
pragmático. Por eso es esencial tomar en cuenta el “desde donde” pensamos.
Nuestra manera de rezar, de hacer
pastoral, de organizar una comunidad, reflejan siempre una visión teológica.
Lo característico y también paradójico
de mi propuesta es que esta visión teológica hunde sus raíces en la experiencia
y se retroalimenta de la experiencia. Es como un circulo virtuoso: de la
experiencia a la reflexión y de la reflexión a la experiencia. La prioridad
ontológica la tiene la experiencia sin duda, y lo veremos. Decir “experiencia”
es decir “vida”: la vida siempre precede a las opiniones, ideas y conceptos sobre la vida.
“La
vida siempre tiene razón”, decía el gran poeta Rilke.
La obvia consecuencia de todo eso es que
también las verificaciones de lo correcto y fructífero del método “observar, callar,
fluir” siempre la ofrecerá la vida; y esa misma vida sugerirá los ajustes
necesarios. Un método, por ende, sumamente abierto y transparente.
En el fondo es un volver a un sano
ejercicio del pensar, donde la vida concreta y real siempre tiene la primera y
última palabra. Este sano ejercicio que la teología católica, el magisterio y
la pastoral en muchos casos han perdido a lo largo de los siglos. Son testigos
la proliferación de tratados especulativos y propuestas pastorales totalmente
ajenas y alejadas de la vida real.
Si es verdad – acá reside lo paradójico
– que el pensar funda el actuar (actúo como pienso) es también verdad que el
actuar funda el pensar (pienso según actúo).
Pensar y actuar (hacer) se
retroalimentan. Por eso reitero que es fundamental establecer desde donde pensamos.
En mi propuesta este “actuar/hacer” no
es otra cosa que ser. Simple y
maravillosamente ser.
Es el primer cimiento teológico de la
propuesta.
Los demás serán:
·
Prioridad de la experiencia por sobre el
concepto y la idea (ortopraxis/ortodoxia)
·
Síntesis fecunda entre occidente y
oriente
·
Vivencia del silencio
Empezamos analizando el primero.
1) Prioridad
del “ser” sobre el “hacer”
El primer cimiento – la primera pata de
nuestra mesa metodológica – es la prioridad del ser sobre el hacer. Esto
que parece bastante obvio y aceptado, en la práctica es sumamente olvidado.
Prueba es la centralidad casi absoluta del “hacer” en la pastoral de la
iglesia. Los documentos del magisterio y las propuestas de Diócesis y
parroquias siempre están centradas en el “hacer” y más aún en este tiempo donde
se subraya – también por el impulso dado por el Papa Francisco – una iglesia
“en salida”, una iglesia misionera. Los únicos que nos recuerdan la prioridad
del “ser” sobre el “hacer” son las grandes ordenes de vida monástica y
contemplativa que, no es casualidad, parecen tener algo más de vocaciones que
los institutos de vida activa.
Dar prioridad al “ser” sobre el “hacer”
no significa en absoluto caer en una pasividad sin entusiasmo y creatividad.
Significa simplemente reconocer las cosas por como son. El ser se nos regaló y
se nos regala a cada momento, independientemente del “hacer”. No tuvimos que
“hacer” nada por “ser”. Es el regalo primordial y asombroso. Somos. Pura
gratuidad. Más allá de lo que podamos o no hacer, somos. En este experiencia
mística “del Ser” y “de ser” vislumbramos el Misterio y oímos
el eco de la voz de Dios. (aclaración: cuando hablo del “Ser” con mayúscula me
refiero al Misterio trascendente que llamamos también Dios y cuando hablo del
“ser” con minúscula me refiero a nuestra participación humana al Ser o al
reflejo del Ser en nosotros).
Este asombrosa experiencia primordial de
ser es, en sentido estricto y en terminología cristiana, la experiencia de la salvación. No hay belleza comparable y
experiencia cumbre comparable con este misterioso sentido de ser.
A partir de esta experiencia fundante,
el “hacer” fluirá sereno, entusiasta y libre. Se caerán por si solas las
tentaciones de apegos, egoísmos, y los delirios de omnipotencia que a menudo
nos invaden. Nuestra brújula será la gratuidad y la pura alegría del Ser que se
expresa y manifiesta a sí mismo en nuestro “hacer”.
También el pensar que surgirá de esta experiencia primordial será libre y
creativo. La experiencia del Ser y de ser funda también el pensar y lo
sostiene. El pensar y el pensamiento son intrínsecamente variables e
inestables, mientras el Ser y la conciencia de ser es el fondo estable y seguro
donde todo acontece. El pensar que surge del Ser es un pensar siempre fresco,
nuevo, dinámico, actual. El problema se da cuando el pensar no hunde sus raíces
en el Ser y es simplemente un esfuerzo mental/racional. Desde ahí solo puede
surgir un pensamiento repetitivo y conflictivo y, cosa más grave aún, separado
de la vida. Es el pensar que gira sobre sí mismo, aislado en su cárcel. Y la
vida queda afuera y sigue por otro lado. El “problema” no es el pensar, sino la
desconexión del pensamiento de la experiencia del Ser y de ser.
La visión teológica que prioriza el Ser/ser
por sobre el “hacer” permitirá un brotar de un pensar abrazado a la vida, fiel
a la vida y expresión de la vida. Esto es: un pensar teofanico y epifánico.
(sigue)
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