¿Qué
buscan? ¿Qué quieren?
Es la pregunta que Jesús le hace a dos
de sus primeros discípulos... y es la pregunta que sigue resonando en el
corazón de cada persona que se compromete con la vida y con su propio
crecimiento.
¿Estamos
buscando?
¿Qué
estamos buscando?
No podemos evadir estas preguntas.
Muchos no buscan nada y simplemente
sobreviven o se conforman con una existencia muy por debajo de su potencialidad.
Toda experiencia de fe y toda
experiencia humana enriquecedora empiezan con una sincera búsqueda.
La búsqueda surge del anhelo del corazón. Quién conecta con su
corazón no puede no vibrar con el anhelo de plenitud, amor y eternidad que nos
habita.
Es el anhelo que San Agustín reconoció en sí mismo y plasmó en esta
famosa y maravillosa expresión: “Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto estará nuestro
corazón hasta que descanse en Ti”.
Somos este anhelo.
Somos anhelo de eternidad. El anhelo nos constituye y nos sostiene. Vivimos por
este anhelo, aunque a menudo seamos inconscientes.
Conectar con este
anhelo es el comienzo y el fin del camino espiritual.
En el
extraordinario texto de hoy los discípulos siguen a Jesús, empiezan su
búsqueda. Le preguntan a Jesús donde vive, quieren conocerle más.
La respuesta de
Jesús es esencial y concreta y quedará como icono de todo camino o experiencia
espiritual: “vengan y lo verán” (1,
39).
“Vengan y lo verán”
pone de relieve lo fundamental de la experiencia.
Lo primero es
siempre la experiencia personal.
Afirma Pagola: “Aquellos hombres no saben adónde los puede
llevar la aventura de seguir a Jesús, pero intuyen que puede enseñarles algo
que aún no conocen. «Maestro, ¿dónde vives?». No buscan en él grandes doctrinas.
Quieren que les enseñe dónde vive, cómo vive y para qué. Desean que les enseñe
a vivir.”
Los discípulos
quieren aprender a vivir: maravilloso!
Todos queremos
aprender a vivir. Saber vivir no es tan obvio y tan fácil como parece.
No basta con comer,
trabajar, construir una familia y unas amistades y tal vez estudiar algo.
La sabiduría de la
vida pasa por otros cauces, aunque obviamente incluye – o puede incluir – todas
estas dimensiones.
En el fondo la
filosofía y las tradiciones espirituales – bien
entendidas – son escuelas de vida, aprendizaje para vivir.
Pocos hoy enseñan a
vivir. Nos enseñan muchas cosas – tal vez
demasiadas – pero no nos enseñan a vivir.
Hay que volver a la
escuela de la vida. El evangelio es una de estas escuelas de vida, como toda la
existencia y las enseñanzas del maestro de Nazaret.
El cristianismo se
enredó en doctrinas, ritos, normas y perdió el rumbo. Perdió el rumbo de la
vida y de la sabiduría del vivir. A mi parecer eso es uno de los motivos
centrales de la crisis de la iglesia y del cristianismo.
La gente busca
alguien que les enseñe a vivir, a amar, a ser feliz. No necesita tanto de
doctrinas y normas y ya no cree lisa y llanamente a una autoridad externa.
Sigue Pagola: “Hay que olvidar convicciones y dudas,
doctrinas y esquemas… lo decisivo para ser cristiano es tratar de vivir como
vivía Jesús, aunque sea de manera pobre y sencilla. Creer en lo que él creyó,
dar importancia a lo que se la daba él, interesarse por lo que él se interesó.
Mirar la vida como la miraba él, tratar a las personas como él las trataba:
escuchar, acoger y acompañar como lo hacía él. Confiar en Dios como él
confiaba, orar como oraba él, contagiar esperanza como la contagiaba él.”
Volver a la
búsqueda y al evangelio como escuela de vida es entonces esencial.
Buscar y buscar…
hasta que suceda lo paradójico, extraordinario y maravilloso: ¡Darnos cuenta
que no había nada que buscar!
“Lo que buscas, te están buscando”,
afirma toda la tradición mística de la humanidad.
La razón es simple,
cuanto profunda.
Buscamos “adentro”
del Misterio divino que nos hace ser. Somos este mismo Misterio.
“Afuera” no hay
nada, ni nadie.
La búsqueda nos
llevará al punto de comienzo. Pero es un camino necesario y hermoso. Es el
regalo de la existencia y la aventura de la vida. Es la búsqueda que genera
creatividad, compasión, arte y cultura. Es la búsqueda de la revelación y
expresión del Misterio de Dios.
Cuando caemos en la
cuenta – despertamos – que somos lo
que buscamos nos encontraremos con la paz del corazón, con nuestro ser y con
nuestra original esencia.
En este plano
histórico seguiremos buscando, pero ya sin ansias ni angustias, sino como
expresión pacifica y amorosa del dinamismo interno de la existencia que quiere
manifestar la vida divina.
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