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sábado, 12 de octubre de 2019

Lucas 17, 11-19



El agradecimiento es el protagonista del texto de hoy.
¡Qué hermoso es vivir agradecidos!
Jesús nos enseña que la auténtica sanación surge del agradecimiento y descubrirse en proceso de sanación lleva a agradecer: es un circulo virtuoso fenomenal.

Entramos en el texto.
Los diez leprosos no se acercan a Jesús, se mantienen a distancia. No pueden acercarse: las estrictas normas cultuales y sociales les impedían vivir en comunidad y acercarse a los sanos. Eran marginados. Por eso expresan su dolor y su esperanza gritando: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”.
El evangelio, sorprendentemente, no dice que Jesús los oye. Dice que los ve: “Al verlos” (17, 14).
La compasión surge de la visión. Jesús está atento, sabe detenerse. Sabe ver con el corazón. Jesús percibe el dolor de los leprosos, su marginación, su tristeza, su soledad. Jesús es el hombre que vio y que ve.
Afinar nuestra visión es entonces esencial y es el camino de purificación y sanación. Los leprosos fueron sanados “en el camino”: “en el camino quedaron purificados” (17, 14).

Ponerse en camino es fundamental y el camino empieza por el primer paso. Hoy puedo empezar el camino de sanación, de descubrimiento de mi mismo, de agradecimiento.
El primer paso abre horizontes infinitos.
Cuando nos ponemos a caminar, el camino aparece”, afirma el zen.
Cuando el discipulo está preparado, el maestro aparece”: otra forma de decir lo mismo.
Dando el primer paso descubrimos que ya estamos en la meta, que “camino” y “meta” coinciden. Es cuestión de confiar y entregar con totalidad este primer paso.
Cuando los leprosos empiezan a caminar hacia su sanación, se descubren sanos. Es la parodoja de la Vida, del Amor, del Misterio del Ser.
Es la paradoja de la gratuidad que nos lleva al agradecimiento.

¿Qué podemos hacer por ser?
En sentido estricto, nada.
Dado un paso consciente en el Ser – “siendo” conscientemente – descubrimos que ya somos. Camino y meta coinciden.
Es la clave de agradecimiento: descubrir la pura gratuidad de la Vida, descubrir el Amor que somos y nos sostiene a cada instante.
El evangelio sorprende otra vez: solo uno de los diez sanados regresa para agradecer al maestro.
Es el gran peligro del ego. Cuando aparentemente estamos bien – todo marcha viento en popa – nos encerramos en nosotros mismos y en la comodidad de una existencia superficial. Nos creemos autosuficientes, independientes, indestructibles.
Creemos que todo nos es debido y nos olvidamos de la gratuidad.
En el fondo es parte del proceso psicologico humano que podemos vislumbrar especialmente en la adolescencia y la juventud. Los jovenes, en general, se sienten sanos, fuertes, independientes y a menudo caen en las trampas del ego y se olvidan que todo es un regalo.
La Vida se encargará de recordarselo a su debido tiempo. Los podemos ayudar, así como a los niños. Los podemos ayudar y acompañar educando a ver el dolor ajeno, educando a la gratuidad, educando a la compasión. Y, sobretodo, educandonos a nosotros mismos. La plena conciencia de la gratuidad ilumina, por sí sola, a los demás.
Solo el leproso sanado que vuelve a agradecer encuentra la verdadera y definitiva sanación: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado” (17, 19).
El mensaje es hermoso: la auténtica y definitiva salvación está en el agradecimiento.
Cuando aprendemos a agradecer estamos salvados, es decir, experimentamos la plenitud del Amor.

¿Por qué agradecer siempre y en cualquier circunstancia?
¿Por qué el agradecimiento es la clave de la vida?

Por una razón muy simple y a la vez tremendamente profunda.
Lo que es, es lo que ahora tiene que ser. Si algo en este momento está siendo significa que está participando del Ser y que no puede no-ser. Por eso, de manera misteriosa para nuestra mente, está enraizado en Dios y surge de Dios.  
Lo que es – lo que está siendo - en este momento es manifestación de Dios, aunque nuestras mentes finitas y limitadas no lo comprenden.
Por eso el primer aliado del agradecimiento es el silencio. El silencio no juzga este momento, sino que lo acepta y se hunde – dichoso – en él.
Solo el silencio logra ver lo que la mente no puede. Solo el silencio comprende el lenguaje misterioso del Ser.
Una mente y un corazón silenciosos se convierten en una mente y un corazón agradecidos.
Por eso San Pablo exclamó con fuerza:

Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos 
por medio de Jesucristo, 
conforme al beneplácito de su voluntad, 
para alabanza de la gloria de su gracia, 
que nos dio en su Hijo muy querido” (Ef 1, 5-6).

La vocación cristiana – y en general la vocación humana – es “alabar la gloria de Dios”.
Dicho de otra manera: cantar agradecidos la belleza del Amor, el Misterio del Ser, la plenitud de la Vida.









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