El agradecimiento es el protagonista
del texto de hoy.
¡Qué hermoso es vivir agradecidos!
Jesús nos enseña que la auténtica
sanación surge del agradecimiento y descubrirse en proceso de sanación lleva a
agradecer: es un circulo virtuoso fenomenal.
Entramos en el texto.
Los diez leprosos no se acercan a Jesús,
se mantienen a distancia. No pueden acercarse: las estrictas normas cultuales y
sociales les impedían vivir en comunidad y acercarse a los sanos. Eran
marginados. Por eso expresan su dolor y su esperanza gritando: “¡Jesús, Maestro, ten
compasión de nosotros!”.
El evangelio,
sorprendentemente, no dice que Jesús los
oye. Dice que los ve: “Al verlos” (17, 14).
La compasión surge de la
visión. Jesús está atento, sabe detenerse. Sabe ver con el corazón. Jesús
percibe el dolor de los leprosos, su marginación, su tristeza, su soledad.
Jesús es el hombre que vio y que ve.
Afinar nuestra visión es
entonces esencial y es el camino de purificación y sanación. Los leprosos fueron
sanados “en el camino”: “en el camino
quedaron purificados” (17, 14).
Ponerse en camino es
fundamental y el camino empieza por el primer paso. Hoy puedo empezar el camino
de sanación, de descubrimiento de mi mismo, de agradecimiento.
El primer paso abre
horizontes infinitos.
“Cuando nos ponemos a caminar, el camino aparece”, afirma el zen.
“Cuando el discipulo está preparado, el maestro aparece”: otra forma
de decir lo mismo.
Dando el primer paso
descubrimos que ya estamos en la meta, que “camino” y “meta” coinciden. Es
cuestión de confiar y entregar con totalidad este primer paso.
Cuando los leprosos empiezan
a caminar hacia su sanación, se descubren sanos. Es la parodoja de la Vida, del
Amor, del Misterio del Ser.
Es la paradoja de la
gratuidad que nos lleva al agradecimiento.
¿Qué podemos hacer por ser?
En sentido estricto, nada.
Dado un paso consciente en
el Ser – “siendo” conscientemente –
descubrimos que ya somos. Camino y meta coinciden.
Es la clave de
agradecimiento: descubrir la pura gratuidad de la Vida, descubrir el Amor que
somos y nos sostiene a cada instante.
El evangelio sorprende otra
vez: solo uno de los diez sanados regresa para agradecer al maestro.
Es el gran peligro del ego.
Cuando aparentemente estamos bien –
todo marcha viento en popa – nos encerramos en nosotros mismos y en la
comodidad de una existencia superficial. Nos creemos autosuficientes,
independientes, indestructibles.
Creemos que todo nos es
debido y nos olvidamos de la gratuidad.
En el fondo es parte del
proceso psicologico humano que podemos vislumbrar especialmente en la adolescencia
y la juventud. Los jovenes, en general, se sienten sanos, fuertes,
independientes y a menudo caen en las trampas del ego y se olvidan que todo es
un regalo.
La Vida se encargará de
recordarselo a su debido tiempo. Los podemos ayudar, así como a los niños. Los
podemos ayudar y acompañar educando a ver el dolor ajeno, educando a la
gratuidad, educando a la compasión. Y, sobretodo, educandonos a nosotros
mismos. La plena conciencia de la gratuidad ilumina, por sí sola, a los demás.
Solo el leproso sanado que
vuelve a agradecer encuentra la verdadera y definitiva sanación: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”
(17, 19).
El mensaje es hermoso: la
auténtica y definitiva salvación está en el agradecimiento.
Cuando aprendemos a agradecer
estamos salvados, es decir, experimentamos la plenitud del Amor.
¿Por qué agradecer siempre y en cualquier circunstancia?
¿Por qué el agradecimiento es la clave de la vida?
Por una razón muy simple y a
la vez tremendamente profunda.
Lo que es, es lo que ahora
tiene que ser. Si algo en este momento está
siendo significa que está participando del Ser y que no puede no-ser. Por
eso, de manera misteriosa para nuestra mente, está enraizado en Dios y surge de
Dios.
Lo que es – lo que está siendo - en este momento es
manifestación de Dios, aunque nuestras mentes finitas y limitadas no lo
comprenden.
Por eso el primer aliado del
agradecimiento es el silencio. El silencio no juzga este momento, sino que lo
acepta y se hunde – dichoso – en él.
Solo el silencio logra ver
lo que la mente no puede. Solo el silencio comprende el lenguaje misterioso del
Ser.
Una mente y un corazón
silenciosos se convierten en una mente y un corazón agradecidos.
Por eso San Pablo exclamó
con fuerza:
“Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo,
conforme al beneplácito de su voluntad,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que nos dio en su Hijo muy querido” (Ef 1,
5-6).
La vocación cristiana – y en general la vocación humana – es “alabar la gloria de Dios”.
Dicho de otra manera: cantar
agradecidos la belleza del Amor, el Misterio del Ser, la plenitud de la Vida.
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