En este tiempo pascual, siguen los relatos de las apariciones del Resucitado.
Su valor trasciende lo histórico – nunca verificable – y nos abre a lo simbólico y a lo místico.
Estos relatos no quieren ser un informe de lo que ocurrió, sino que quieren transmitirnos la experiencia clave: ¡Jesús vive!
Por otro lado, los relatos de las apariciones, quieren ofrecernos pistas catequéticas, simbólicas y espirituales.
El texto de hoy va en este sentido y tiene una profundidad inabarcable.
Me centraré en unos pocos aspectos.
El Resucitado se aparece a la orilla del lago de Tiberíades. Los pescadores, que no lo reconocen, llegan con las redes vacías. Y Jesús les dice: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán” (21, 6).
¿Por qué la derecha?
En el evangelio nada es casualidad… en realidad, nada en la vida, es casualidad: siempre y en cualquier lugar y situación, el Espíritu está actuando.
¿Por qué la derecha?
El Espíritu – a través del evangelista – quiere sugerirnos algo importante.
El hemisferio derecho del cerebro se ocupa de la dimensión intuitiva y creativa: desde ahí nace nuestra inspiración y todo lo que tiene que ver con la creatividad.
En el árbol de la vida de la cábala hebrea, se refleja extraordinaria y sorprendentemente la misma realidad: la columna derecha del árbol, y en especial la dimensión de la sabiduría (la Jojmá), revelan la parte intuitiva y creativa del alma humana.
Si leemos el texto evangélico a luz de estas intuiciones, descubrimos algo maravilloso.
Jesús invita a Pedro y compañía, a tirar la red del lado derecho; como si le dijera: “confíen en su intuición, ábranse a la novedad, al Espíritu creador. Salgan de la pura lógica racional”.
Cuando nuestra vida se va secando, se hace árida, es el momento de tirar la red del lado derecho. Es el momento de la confianza, de salir de los angostos caminos de la racionalidad. Es el momento de confiar, de atreverse, de crear.
“Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla” (21, 6): aparece la abundancia.
La abundancia siempre está ahí: ¿Dios no es acaso este Misterio Infinito de Amor y Belleza?
Cuando salimos de la pura lógica, de la necesidad de control y de la ceguera del ego, se nos abre la visión, se nos regala Vida abundante: “Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante” (Lc 6, 38).
Cuando nos abrimos al Espíritu y confiamos, la vida nos recompensa con una abundancia que nos supera por completo. Es la “gracia sobreabundante de Dios”, que aparece varias veces en San Pablo (Rom 5, 20; 2 Cor 9, 14).
Soy testigo de todo esto y solo puedo agradecer, con suspiros y lágrimas.
¡Atrevámonos a tirar las redes por la derecha!
Es el camino hacia la plenitud del amor.
Es un proceso – individual y comunitario –, como podemos ver en el dialogo entre Jesús y Pedro.
Juan construye este hermoso dialogo para mostrarnos este proceso de crecimiento en la confianza y en el amor.
Jesús quiere llevar a Pedro al amor más alto. El Espíritu quiere llevarnos, obviamente, por el mismo camino… ¡pero tiene que vencer nuestras resistencias!
En el fondo, le tenemos miedo al amor y le tenemos miedo a la plenitud.
El amor es pura desposesión y entrega, pura confianza y libertad.
Las alturas de todo tipo – también la del amor – nos dan vértigos.
El primer paso es la escucha: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”.
Como afirma el teólogo Paul Tillich (1886-1965): “el primer deber del amor es saber escuchar.” La escucha es apertura, disponibilidad. La verdadera escucha nos hace dar cuenta de cuanto somos amados y de nuestro potencial de respuesta.
La escucha nos hace conscientes de que “nosotros amamos porque Dios nos amó primero” (1 Juan 4, 19).
Escucharme es escuchar al Espíritu.
Escucharme me abre al Espíritu.
Escucharme me pone en marcha.
Escucharme me abrirá a la experiencia de la abundancia y a la plenitud del amor.