sábado, 16 de noviembre de 2024

Marcos 13, 24-32

 



Nos acercamos al tiempo de Adviento y la liturgia nos va presentando los textos que nos hablan metafóricamente del “fin del mundo” y de la “segunda venida de Cristo”: es el famoso y complejo “genero apocalíptico”, presente en este capítulo trece de Marcos y al cual la Escritura dedica todo el libro del Apocalipsis. Es un género literario que se sirve de símbolos, metáforas, imágenes, números, para revelarnos algo misterioso: revelación es, justamente, el significado del término griego “apocalipsis”.

 

Una de las técnicas literarias del género apocalíptico es la catástrofe: si desconocemos el género literario, corremos el peligro – y de hecho ocurrió y ocurre – de tomar a la letra las expresiones catastróficas y destructoras de los textos y perdemos la clave de lectura del Evangelio que siempre es, como significa la misma palabra, “Buena Noticia”.

 

En el fondo, detrás de los textos apocalípticos, está un maravilloso y simple mensaje: “todo va a estar bien”.

La fabulosa mística inglesa, Juliana de Norwich, sin duda lo había comprendido, cuando escribió: “todo acabará bien, todo acabará bien, y sea lo que sea, acabará bien.”

 

Y en otro lugar nos dice: “no vi ni una pizca de enojo en Dios, en el corto o en el largo plazo.”

 

La clave radica, como siempre, en nuestra capacidad de ver.

 

¿Qué hay detrás del mal, del pecado, del dolor del mundo?

¿Qué hay detrás de mi pecado y de mi dolor?

 

Si nos quedamos en la superficie no captamos la revelación apocalíptica.

 

Jesús nos enseña a ver. Jesús nos comparte su visión.

 

Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano” (13, 28): Jesús sabe “leer” la naturaleza, logra ver algo que nosotros no logramos ver.

Jesús sabe que todo es un libro abierto que necesita visión, interpretación, profundidad. Todo es mucho más de lo que parece y en todo, Dios se revela y se oculta, misteriosamente.

 

La realidad es un velo luminoso que dice y no-dice, muestra y esconde.

Dios se revela, ocultándose y se oculta, revelándose.

El camino y el crecimiento espiritual es un camino apocalíptico y la catástrofe que tenemos que vivir, es el derrumbe de nuestro ego – individual y colectivo –, y el derrumbe de nuestra manera superficial, auto-centrada (mirarse el ombligo) e infantil de ver.

 

Brotan las hojas”: empezamos a ver de otra manera. Detrás del “derrumbe”, hay vida, algo nuevo está naciendo.

Dentro del invierno, duerme la primavera: ¿lo podemos ver?

Dentro del dolor, duerme la alegría y se despierta.

Dentro de la muerte, palpita la vida.

Dentro del fracaso, espera un éxito insospechado.

 

“Sus ramas se hacen flexibles”: la vida es flexible, porque la vida fluye, es dinámica. Son los conceptos que son rígidos y fijos. La mente racional y los conceptos no pueden “ver más allá”. Flexibilizar la mente es clave para poder ver la maravilla que se oculta detrás del velo.

 

Por eso, el rol del Espíritu es quebrar nuestra cáscara, derrumbar las paredes que hemos construido para defendernos, y abrir nuestra visión: algo nuevo está naciendo.

 

Siempre algo nuevo está naciendo.

 

Yo hago nuevas todas las cosas”, nos dice justamente, hacia su final, el libro del Apocalipsis (21, 5), como para decir: ¡no hay final!

 

Todo pasa, todo cambia. Nuestro texto lo dice así: “El cielo y la tierra pasarán”.

Es la famosa impermanencia que nos recuerda el budismo. Es el “cambia, todo cambia” de Mercedes Sosa.

 

¿Qué es, entonces, lo que permanece?

¿Hay algo que permanece?

 

Marcos pone en los labios de Jesús: “mis palabras no pasarán” (13, 31).

 

Hay algo que no pasa, por cierto. Debemos entender también estas palabras en clave metafórica, apocalíptica, profunda.

 

¿Qué se esconde detrás de las palabras?

 

El Silencio Creador, el Espacio Vacío, la Consciencia Una.

 

Es el Misterio Infinito que llamamos Dios y que se revela en todo lo que pasa.

 

Apuntemos ahí. Como hizo Juliana de Norwich. Ella vio y nosotros podemos ver, como ella.

 

Debemos alegrarnos grandemente de que Dios habite en nuestra alma, y debemos alegrarnos más aún de que nuestra alma habite en Dios. Nuestra alma es creada para ser la morada de Dios, y la morada de nuestra alma es Dios, el Increado. Es gran inteligencia ver y conocer interiormente que Dios, que es nuestro creador, habita en nuestra alma, y es una inteligencia mayor ver y saber interiormente que nuestra alma, que es creada, habita en Dios en substancia, substancia por la cual, a través de Dios, nosotros somos lo que somos.

 

sábado, 9 de noviembre de 2024

Marcos 12, 38-44


 

Debemos aprender a ser honestos. Siempre y en cualquier circunstancia: es el único camino de crecimiento.

 

Ser honestos con el texto de hoy significa no evadirnos de su fuerza, su verdad, su actualidad.

 

Trasladando el texto al hoy, podría, sin duda, sonar así: “Cuídense de los obispos, los sacerdotes, los políticos, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las iglesias y los banquetes… en la televisión y en las redes sociales…”

 

Siempre es importante y sano, aplicarnos el evangelio a nosotros mismos, dejándonos cuestionar y siendo conscientes que, estas palabras, aunque dirigidas especialmente a las autoridades, son para todos.

La denuncia de Jesús, como les movió el piso a los escribas y doctores de la ley de su tiempo, nos tiene que mover el piso a nosotros, hoy. Las tajantes palabras de Jesús nos invitan a revisar nuestras actitudes y a reconocer nuestro ego y nuestras necesidades básicas.

Todo eso consiste, lo vuelvo a repetir, en un trabajo de honestidad.

 

En un nivel básico de nuestro ser, necesitamos ser reconocidos y valorados. Cuando un niño, en su primera infancia, no es reconocido y no es valorado, llevará una herida profunda que necesitará ser también reconocida y sanada. Cuando no sanamos esta falta de reconocimiento y apreciación, el ego buscará satisfacer esta necesidad de una forma compulsiva y exagerada. A menudo el ego se concentrará en lo exterior: los títulos, los roles, las vestimentas, los bienes, los aplausos, el éxito, la fama, el poder.

 

Cuando reconocemos esta necesidad básica y sanamos nuestras heridas, nos podremos concentrar en el ser, en nuestra esencia: es la hermosa imagen de la viuda de nuestro texto.

Las viudas, en el tiempo de Jesús, eran una de las franjas sociales más desprotegidas y vulnerables. Esta maravillosa mujer anónima del evangelio, sanó su herida: ya no necesita reconocimiento. No tiene nada y lo tiene todo. Leído metafóricamente, podríamos decir: no necesita nada exterior que la valide ya que, en lo interior reconoce su propia valía. La viuda ya no tiene ego: es puro amor, pura gratuidad reconocida. Es una mujer transformada, una mujer realmente libre.

 

Con frecuencia la vida y los años nos transforman; tendría que ser el proceso normal del camino espiritual, como afirma San Pablo: “aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día” (2 Cor 4, 16).

 

Con el pasar de los años nos volvemos más sabios: lentamente tomamos consciencia que la plenitud viene desde adentro, que la luz nos habita. Ya no nos importan tanto las opiniones de los demás, los aplausos y los títulos. Soltamos lo exterior y nos volvemos más transparentes a la luz.

 

Podemos acelerar este proceso en nuestro discernimiento y camino espiritual: la viuda nos acompaña.

Todos debemos “enviudar”: conectar con nuestra pobreza y con nuestra soledad, conectar con nuestra vulnerabilidad y transformarnos desde ahí.

 

Cuando la vida nos quita algo, es una bendición.

 

Lo había comprendido cabalmente Bert Hellinger: “La vida te corta las alas y te poda las raíces, hasta que no necesitas ni alas ni raíces, sino solo desaparecer en las formas y volar desde el Ser. La vida te niega los milagros, hasta que comprendes que todo es un milagro. La vida te acorta el tiempo, para que te apures en aprender a vivir. La vida te ridiculiza hasta que te vuelves nada, hasta que te haces nadie, y así te conviertes en todo.

 

Y, mucho antes que él, el justo Job lo expresó así: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!”.

 

La viuda, simbólicamente, está muerta: “dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir” (12, 44).

La viuda representa, metafóricamente, la muerte del ego.

Podemos leer la experiencia de la viuda en paralelo con el encuentro de Jesús con Nicodemo (Jn 3, 1-21): “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios”. Se renace, cuando se muere antes. La viuda, muerta a su ego, renació al Espíritu.

Por eso la mística nos invita a “morir antes de morir”: es el miedo más grande de nuestro ego y es el anhelo más grande de nuestra alma. El alma sabe bien, que la muerte del ego se convierte al instante, en la consciencia de la inexistencia de la misma muerte.

 

Escuchemos el anhelo y el ego se callará.

Escuchemos el anhelo y nuestra esencia brillará.

Escuchemos el anhelo y todo se transformará en luz.

 


sábado, 2 de noviembre de 2024

Marcos 12, 28-34


 

Estamos delante de un texto de una importancia capital.

El mensaje esencial que se oculta en el texto, no podemos comprenderlo desde el nivel mental. Por eso los invito a tomarse un tiempito de silencio antes de leer el texto y la reflexión y a leer/escuchar desde el alma y no desde la mente.

 

¿Cuál es el primero de los mandamientos?

¿Amar a Dios o amar al prójimo?

 

Son preguntas que encierran un falso problema y Jesús lo sabe.

 

Por eso que su respuesta arranca con la fundamental cita de Deuteronomio 6, 4: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

 

Es el famoso “Shema, Israel, Adonai eloheinu, Adonai ejad.

El texto hebreo es contundente: Dios es Uno y Único. No hay nada afuera de Él.

Nos adentramos en el gran tema del teísmo y de su superación.

Intentaré explicarlo lo mejor que puedo. Lean desde su alma.

 

¿Qué es el teísmo?

 

En pocas palabras: es la forma de comprender a Dios como un Ser Omnipotente y separado del mundo que interviene desde afuera en la creación. El dios del teísmo se nutre de imágenes y conceptos humanos y es, en el fondo, un dios hecho a nuestra medida.

Esta visión ya no tiene cabida y es, en el fondo, la raíz de la crisis religiosa de la humanidad.

 

La consciencia evoluciona. Como hay una evolución de la consciencia individual – la manera de ver y comprender al mundo no es la misma en la niñez que en la adultez – también hay una evolución colectiva y cósmica.

 

El Espíritu conduce esta evolución y cuando la humanidad y las religiones se empecinan en su ceguera y en no abrirse al Espíritu, más nos quedamos aislados y retardamos la manifestación de la redención y de la plenitud divina en el mundo.

 

Uno de los autores más lúcidos sobre el tema fue el obispo episcopaliano estadounidense John Shelby Spong (1931-2021): un iluminado y un profeta. Escribe:

 

El teísmo como forma de definir a Dios ha muerto. Ya no puede entenderse a Dios de forma creíble como un ser con poder sobrenatural, que vive por encima del cielo y está listo para interferir en la historia humana periódicamente, a fin de hacer cumplir su divina voluntad. Por tanto, hoy, la mayor parte de lo que se dice sobre Dios no tiene sentido. Debemos encontrar un nuevo modo de conceptualizar a Dios y de hablar sobre Él.

 

Desde siempre la mística fue una crítica del teísmo – a veces implícita, otras explícita –, a partir de la experiencia. Por eso, este es el tiempo de volver de forma colectiva a la mística. Ya no es el tiempo de simples y solas individualidades místicas; es el tiempo del Espíritu, es el tiempo donde la visión mística tiene que permear grupos y comunidades.

 

Cuando hablamos de visión mística, estamos hablando de no-dualidad. La visión mística o no-dual es, justamente, la visión que trasciende al teísmo. Es la visión de Jesús, la visión de lo Uno y lo Único que abraza, asume y trasciende la dualidad. Es la visión y la experiencia de centenares de místicos cristianos a lo largo de la historia: ¡es el momento de volver a escuchar su voz!

 

Lo Uno y lo Único, es el fundamento, la raíz y el sostén de lo Real.

 

¿Amar a Dios o al prójimo?

 

Falso problema, porque no hay un dios separado del prójimo. No hay un dios por un lado y el ser humano o la creación por otro. El Amor todo lo abarca y todo lo sostiene. Lo Uno y Único todo lo abarca y todo lo sostiene. Por eso que el Amor es lo Único Real: el Amor Uno y Único que se revela y manifiesta en el Universo y en cada cosa y cada detalle.

 

Ya la primera carta de Juan lo había dicho, pero somos “duros de entendimiento”, como los discípulos de Emaús:

 

El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Juan 4, 20-21).

 

La genial respuesta de Jesús a la pregunta del escriba abarca, en un mismo y tierno abrazo, esta visión mística: el Amor es Uno, es lo Único que hay, pero se manifiesta en las diferencias. Cuando se ama, se ama todo y para siempre. Amar, es siempre amar la totalidad: no hay parcialidad en el amor.

Amar a una flor es amar a la creación entera. Amar a Dios significa amar a cada revelación de Su Esencia amorosa: cada ser humano, cada hilo de hierba, cada suspiro, cada sonrisa, cada pajarito, cada atardecer, cada luna y cada brisa, cada anhelo, cada dolor, cada esperanza, cada caída, cada avance, cada noche y cada color, cada cultura, cada religión, cada idioma y cada letra, cada canción, cada arte, cada música y melodía, cada tiempo y proceso, cada espacio y cada vacío, cada alimento y cada olor, cada nacimiento y cada muerte.

 

Dejémonos enamorar por esta visión. No intentemos comprenderla racionalmente: no se puede, porque no es la función de la razón. La razón nos servirá después – y solo después – para intentar dar forma a la experiencia mística y sublime de la Luz y de la Unidad.

 

Cierro con una perla de la mística hebrea, la cual se sirve de la gematría, la ciencia que asocia las letras a los números.

 

La palabra EJAD (uno/único) tiene gematría 13

La palabra AHAVA (amor) tiene gematría 13.

La palabra BOHU (vacío) tiene gematría 13.

 

Lo UNO/UNICO es AMOR, el AMOR es UNO/UNICO.

Somos un VACÍO que el AMOR llena y amar es vaciarse, para volver a lo UNO/UNICO.

 

Jesús, sin duda, lo sabía.

¿Algo más que decir?

 

 

viernes, 25 de octubre de 2024

Marcos 10, 46-52


 


Maestro, que yo pueda ver”: es el profundo deseo del ciego Bartimeo.

Maestro, que yo pueda ver”: es mi única oración explicita, desde hace años.

Maestro, que yo pueda ver”: es el anhelo interior – a menudo escondido – de cada alma.

 

La ceguera, en la Biblia y en la espiritualidad es, sobre todo y antes que nada, metáfora.

 

Es la metáfora por excelencia de una percepción errada, sesgada o parcial de lo real.

Es la metáfora de una falta de comprensión, ya que “ver es comprender”.

Es la metáfora de una visión superficial y egoica, de uno mismo y de la vida.

 

Jesús y el evangelio, utilizaron mucho esta metáfora.

Leemos en Juan (9, 39-41):

 

Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven». Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: “Vemos”, su pecado permanece»

 

El primer paso para “ver” entonces es, paradójicamente, reconocer que “no vemos”.

 

¿Qué significa reconocer que somos ciegos?

 

Significa reconocer nuestra nada y nuestra total dependencia de lo divino. Dicho de otra forma: dejar de creernos los grandes sabios e iluminados.

Significa reconocer nuestros límites, nuestros condicionamientos.

Significa reconocer que el ser humano es siempre un ser en “perspectiva”: vemos la realidad no como es, sino como somos.

 

Afirma Melloni: “No podemos dejar de conocer situacionalmente, a partir de un yo siempre condicionado temporal y espacialmente. Más allá del yo se extiende lo Real, que tiene muchos más ángulos de acceso que aquel por el que uno llega.

 

Vemos la realidad a partir de numerosos filtros. Solo por citar los más importantes: la cultura, las creencias, la educación.

No podemos evitar y evadirnos de estos filtros, por eso el primer paso hacia una visión más profunda, es el reconocimiento de que nuestra visión siempre está condicionada.

Somos seres “en perspectiva”: vemos desde un punto, no podemos ver la realidad simultáneamente a 360 grados. Para verla así tenemos que movernos, para cambiar el punto de visión. Cuanto más uno se mueve y gira alrededor de los 360 grados, más su visión es ajustada y completa. Pero acá también hay un detalle: en este movimiento, yo mismo voy cambiando y la realidad también. Es probable que cuando volveré a un mismo punto de visión (la perspectiva), ya estaré viendo otra cosa.

 

Entonces, humildad. Siempre humildad.

 

Humildad que no tiene nada que ver con la baja autoestima o con una “falsa humildad”, incapaz de reconocer y aceptar nuestros dones y valía.

Es la sencilla y sabia humildad del reconocimiento de nuestros límites constitutivos: límites que son también nuestra grandeza y nuestra posibilidad de crecimiento.

Aprender a ver es, entonces, el centro de todo camino espiritual.

El primer paso, ya lo hemos visto, es reconocer nuestra ceguera y, desde ahí, pedir luz, como Bartimeo: “Maestro, que yo pueda ver”.

El Espíritu nos guiará entonces a otro modo de ver, a otra visión.

El Espíritu nos entrenará a la visión “desde dentro”, nos enseñará a ver lo invisible.

 

Como afirma Rumi:

Cada uno ve lo invisible, en proporción a la claridad de su corazón.

 

Creceremos en la confianza, en la verdadera fe: ver a Dios en todo.

Entonces ocurre la “magia”: desde cada punto, desde nuestra perspectiva única, “veremos la totalidad”, sin perder la visión parcial, también necesaria.

La pregunta que siempre nos tenemos que hacer y que puede purificar nuestro corazón y nuestra visión es:

¿Estoy “viendo” a Dios, aquí y ahora?”.

 

Si me honesta respuesta es: “si”, significa que estoy viendo.

Si mi respuesta es “no”, significa que tengo que mirar más en profundidad.

 

Terminemos con un maravilloso texto de Baba Kuhi, poeta sufí iraní del siglo XI:

 

En el mercado y en el claustro, solo vi a Dios.
En el valle y en la montaña, solo vi a Dios.
Lo he visto detrás de mí,
en la hora de la tribulación
y en los días del favor y la fortuna.
No vi alma ni cuerpo,
accidente ni sustancia,
causas ni cualidades:
solo vi a Dios.
Abrí mis ojos,
y gracias a la luz
de Su rostro circundándome,
descubrí en todas las miradas,
al Amado.

sábado, 19 de octubre de 2024

Marcos 10, 35-45


 

 

El mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”: este es el versículo que cierra nuestro texto de hoy. Es el versículo que resume la visión teológica de Marcos y su gran mensaje: ¡Jesús es un servidor! ¡Dios es un servidor!

 

Podríamos cerrar desde ya este comentario: sería más que suficiente este impactante y extraordinario mensaje, que revoluciona nuestra visión sobre Dios y nuestros conceptos.

 

La pregunta que Jesús hace a Santiago y a Juan, nos la hace también a nosotros hoy: “¿Qué quieren que haga por ustedes?”.

 

Tú: ¿Qué quieres de Dios?, ¿Qué buscas de él?

 

La pregunta de Jesús escarba en nuestro deseo. Es imprescindible, esencial y fundamental escarbar en el deseo.

 

Santiago y Juan desean un puesto especial, desean honores, aplausos, gloria. La historia se repite, porque es la historia de nuestra humanidad herida y de nuestro ego descontrolado.

 

En Santiago y Juan, me parece escuchar a la clase política mundial actual.

 

¿Dónde quedó el sentido puro y sincero de la política como servicio?

¿Dónde quedaron los políticos que entregaban su vida y sus bienes para su gente?

 

Prácticamente todos, o casi todos, los que entran en política ven engrosarse su cuenta bancaria, su lista de seguidores, su apariencia pública, sus honores y sus privilegios… en algunos países, los privilegios de los parlamentarios, son escandalosos.

 

Lo mismo puede ocurrir, más lamentable aún, en el seno de la iglesia o de las religiones en general.

 

Por eso la pregunta de Jesús – “¿Qué quieren que haga por ustedes?” – es clave, porque va a purificar el deseo y la búsqueda, nos pone delante de nuestra propia verdad y nos invita a profundizar en el deseo.

 

Marcos, artista literario, usa como siempre el recurso de la contraposición: contrapone la actitud de los discípulos a la del maestro; los discípulos buscan honores y gloria y Jesús busca el servicio.

 

Jesús vino para servir y entregar la vida. Jesús vino a revelarnos – como cada auténtico maestro – la profundidad del Misterio divino.

 

Jesús está a servicio de la luz, a servicio de la revelación de la luz.

Jesús es un servidor de la luz. Y nos invita a seguir su camino: ¡servidores de la luz!

 

Estamos acá, en primer lugar, como revelación de la luz y para revelar más luz a través de nuestras vidas.

Cada cual, en su espléndida unicidad, revela algo de la divinidad. Como decía Santa Hildegarda de Bingen: “somos chispas de la divinidad”, chispas de luz.

 

Nuestra vida, entonces, está a servicio de la luz que somos y que nos habita y que se quiere revelar en cada cual, de manera única y original.

Nuestro deseo esencial tiene que llegar a esta profundidad. Todos los demás deseos son expresión de este único deseo. A menudo los deseos superficiales son tomados por el ego que los absolutiza y nos hace perder en el camino… y los deseos, en lugar de llevarnos al deseo esencial, se estancan en la superficie, nos enredan y nos confunden.

 

Desde el servicio de la luz, podemos comprender y vivir en plenitud todos los demás aspectos del servicio: el servicio material y concreto, la entrega de nuestra vida para el bien de nuestros hermanos, la entrega amorosa de nuestro tiempo y de nuestros talentos.

 

Si no nos enraizamos en el deseo esencial y en el servicio de la luz, es muy fácil perdernos en la superficialidad o la exterioridad y caer en las trampas del ego.

 

Somos servidores de la luz.

La luz ilumina por sí sola, porque es su esencia iluminar.

El cristiano ilumina porque es hijo de la luz, porque es de Cristo.

El ser humano en general ilumina, cuando vive enraizado en su auténtica humanidad.

 

Seamos la luz que somos.

Seamos el amor que somos.

El servicio brotará puro y alegre desde ahí.

 

Somos servidores de la luz, Maestro Jesús.

Tu luz nos atrapó y queremos vivir como tú.

Queremos revelar la luz y extraer luz de este mundo, con frecuencia muy oscuro.

Queremos aprender a descubrir la luz que habita la tiniebla y que duerme en la noche.

Somos servidores de tu luz, oh Cristo luminoso.

Somos servidores de la luz de tu Transfiguración y de tu Resurrección.

Somos servidores de la luz del Espíritu de Pentecostés.

La luz nos enamoró y nos atrapó.

Tu luz nos amarró por completo y solo vivimos para desparramar luz.

Inúndame con tu luz, oh Diamante Cristalino.

Tu transparencia es la nuestra.

Tu luz es la nuestra, es lo que somos.

Servidores de la luz: ¡esto nos basta! Esto lo es todo.

 

 

 

 

 

 

 

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