sábado, 17 de mayo de 2025

Juan 13, 31-35


Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (13, 34-35): Jesús y el evangelista Juan, nos llevan al Centro.

 

La primera carta de Juan insistirá en el tema: “Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (4, 11-12).

 

La poeta estadounidense Emily Dickinson, lo resumió de esta maravillosa forma: “que el amor es lo único real, es todo cuanto sabemos del amor”.

 

San Juan de la Cruz lo expresa así: “a la tarde de la vida te examinarán en el amor”.

 

El que escribe, lo repite desde hace cinco años en los buñuelitos de vida: “¡Solo el amor es real!”.

 

Esta centralidad del amor la conocemos, por lo menos a nivel intelectual… pero, hasta que nuestro conocimiento no se haga carne, vida, experiencia, en realidad, ¡no sabemos nada!

 

Y el Amor queda, de toda forma, como el Misterio de los Misterios.

Porque el Amor es Dios y Dios es el Amor. Como no podemos encerrar a lo Infinito en nuestras categorías, así tampoco el Amor.

Tenemos vislumbres, chispas de intuición, pero nunca podremos encorsetar el Amor, en dogmas y doctrinas, en reglas y ritos.

 

El Amor, como el Espíritu, se nos escurre de las manos y de la tentación de posesión y de manipulación: cuando creemos haber comprendido, nos encontramos con las manos vacías.

 

El Amor se nos escapa y nos persigue.

 

El Amor es camino y meta a la vez, horizonte y fuente. Es el único objetivo de nuestra búsqueda, pero al mismo tiempo, somos los buscados. El Amor nos persigue hasta derrotarnos.

 

Como nos recuerda Rumi: “Nada tiene sentido afuera de la rendición al Amor. Hazlo

 

Entonces el Amor es victoria y derrota, ganancia y perdida.

A menudo, el Amor es “si”, otras veces es “no”.

El Amor tiene que ver con la entrega y con el bien de los demás, sin duda. Pero surgen unas preguntas: ¿Qué significa entregarse? ¿Cómo y hasta cuándo? ¿Puedo entregar lo que no tengo? ¿Cuál es el bien del otro?

Simultáneamente el Amor, es autocuidado, silencio y soledad.

 

El Amor es morir para vivir y vivir para morir.

El Amor es plenitud y vacío, todo y nada. Pura apertura y posibilidad. Puro recibirme y sublime gratuidad. El Amor es misericordia y perdón, pero también justicia y responsabilidad.

El Amor es el sentido del sinsentido. Es lo que somos, lo que fuimos, seremos y deseamos ser.

El Amor nos cuestiona y nos mueve; cada día tenemos que recomenzar, desde la humildad y la ignorancia.

Amar es desaprender una y otra vez, y recomenzar humilde y serenamente.

El Amor es memoria y profecía. El Amor es firme y tierno, madre y padre, dar y recibir.

El Amor fluye y contiene, ilumina la noche y oscurece el día.

Calienta lo frío y enfría lo caliente.

El Amor se recibe para darlo, es don y tarea.

El Amor se aprende a cada instante y crece desde el silencio y la escucha.

 

Vivir en plenitud, es vivir con esta apertura y confianza.

Es caminar sin pisar suelo firme, peregrinos de lo inefable, amantes de lo incierto.

 

Nos alcanzan las palabras de Jesús. Nos alcanza el Espíritu que nos seduce y orienta desde dentro. Nos alcanza caminar y saber que el Amor, en el fondo, es lo Único Real.

 

 


 

sábado, 10 de mayo de 2025

Juan 10, 27-30

 


 

Solo cuatro versículos: una belleza y profundidad infinitas.

 

Son versículos que reflejan la experiencia mística del evangelista. Podríamos detenernos horas en cada versículo.

Nos centraremos especialmente en dos.

 

Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos” (10, 28): este versículo nos llena de paz y alegría. El Espíritu de Jesús nos regala Vida eterna: ahora.

 

La Vida eterna, justamente porque es eterna, no viene “después”: en lo eterno, no hay un antes y un después. Estamos en la Vida, ya estamos participando de la Única Vida. En este preciso instante, Dios está creando el mundo, nos mantiene en el Ser y nos hace participar de Su Vida, de La Vida. “Somos”, porque estamos participando del Ser.

 

Somos eternidad experimentando el tiempo: por eso “no perecerán jamás”. Jesús y el evangelista Juan, reconocen la ilusión de la muerte. Jesús se refiere a la muerte como al sueño: “no está muerta, sino que duerme” (Lc 8, 52), le dice a los que lloran por la hija de Jairo. Lo que llamamos y experimentamos como muerte, en realidad, está aconteciendo adentro de la Vida y es, ella misma, una expresión de la Vida Una.

 

Y mientras experimentamos el tiempo, “estamos en las manos del Misterio”. Qué hermosa metáfora, que nos ofrece refugio, protección, amparo. “Nadie las arrebatará de mis manos”: tal vez San Pablo tenía en su corazón estas palabras cuando escribía a los romanos: “tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.” (8, 38-39).

 

Tal vez, también Simeón el Nuevo Teólogo (949-1022), tenía presente este versículo cuando escribió esta hermosa oración:

 

Oh Dios, ningún hombre te ha visto jamás.

Tú eres único, pues superas toda misericordia.

Te doy gracias con todo mi corazón,

porque no me has retirado tu mirada

cuando yo me iba hundiendo en la oscuridad.

Tú me has agarrado con tu mano divina.

 

Nuestro texto cierra con la famosa sentencia: El Padre y yo somos una sola cosa” (10, 30).

Estamos en la experiencia cumbre de toda mística. Todo camino espiritual apunta ahí; todo camino místico se centra ahí. Toda experiencia contemplativa, nos lleva ahí.

Toda autentica espiritualidad nos lleva a descubrir lo Uno y a enamorarnos de la unidad. También el camino de la filosofía llega a la misma conclusión: el Principio Originario y Original tiene que ser Uno.

Lo Uno, en su revelación y expansión, entra en la dinámica de la unidad y la distinción: la creación. Unidad y distinción, conviven simultáneamente en lo Uno. Nuestro acceso y nuestra experiencia de lo Uno, pasa por abrazar la diferencia y reconducirla, sin negarla, a la unidad.

 

Si lo pensamos bien, es nuestra experiencia cotidiana y muy concreta.

 

Todo esto nos regala, entonces, un camino esencial: en primer lugar y en primera instancia, la unidad, se descubre.

Solo después, se construye.

Ya somos Uno, porque venimos de lo Uno, lo Uno nos sostiene y nos mantiene en el Ser. La raíz de todo lo que existe es lo Uno.

Por eso, no somos nosotros que tenemos que crear la Unidad. La unidad ya es y es la ley esencial de la Vida. Cuando descubrimos por experiencia personal esta unidad ya presente, entonces podemos construir la unidad en nuestro mundo y en todas las circunstancias y situaciones.

 

Somos constructores de una unidad que preexiste y nos precede. Nuestra labor consiste en dar visibilidad a esta unidad y en hacerla historia y carne.

 

Reconocer que la unidad nos precede y que ya vivimos en lo Uno, nos ofrece paz y entusiasmo en nuestro caminar y en nuestro trabajo cotidiano de ser constructores de esta misma unidad.

 

 

 

 


sábado, 3 de mayo de 2025

Juan 21, 1-19

 


 

En este tiempo pascual, siguen los relatos de las apariciones del Resucitado.

Su valor trasciende lo histórico – nunca verificable – y nos abre a lo simbólico y a lo místico.

Estos relatos no quieren ser un informe de lo que ocurrió, sino que quieren transmitirnos la experiencia clave: ¡Jesús vive!

Por otro lado, los relatos de las apariciones, quieren ofrecernos pistas catequéticas, simbólicas y espirituales.

 

El texto de hoy va en este sentido y tiene una profundidad inabarcable.

 

Me centraré en unos pocos aspectos.

 

El Resucitado se aparece a la orilla del lago de Tiberíades. Los pescadores, que no lo reconocen, llegan con las redes vacías. Y Jesús les dice: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán” (21, 6).

 

¿Por qué la derecha?

 

En el evangelio nada es casualidad… en realidad, nada en la vida, es casualidad: siempre y en cualquier lugar y situación, el Espíritu está actuando.

 

¿Por qué la derecha?

 

El Espíritu – a través del evangelista – quiere sugerirnos algo importante.

 

El hemisferio derecho del cerebro se ocupa de la dimensión intuitiva y creativa: desde ahí nace nuestra inspiración y todo lo que tiene que ver con la creatividad.

En el árbol de la vida de la cábala hebrea, se refleja extraordinaria y sorprendentemente la misma realidad: la columna derecha del árbol, y en especial la dimensión de la sabiduría (la Jojmá), revelan la parte intuitiva y creativa del alma humana.

 

Si leemos el texto evangélico a luz de estas intuiciones, descubrimos algo maravilloso.

 

Jesús invita a Pedro y compañía, a tirar la red del lado derecho; como si le dijera: “confíen en su intuición, ábranse a la novedad, al Espíritu creador. Salgan de la pura lógica racional”.

 

Cuando nuestra vida se va secando, se hace árida, es el momento de tirar la red del lado derecho. Es el momento de la confianza, de salir de los angostos caminos de la racionalidad. Es el momento de confiar, de atreverse, de crear.

 

Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla” (21, 6): aparece la abundancia.

 

La abundancia siempre está ahí: ¿Dios no es acaso este Misterio Infinito de Amor y Belleza?

 

Cuando salimos de la pura lógica, de la necesidad de control y de la ceguera del ego, se nos abre la visión, se nos regala Vida abundante: “Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante” (Lc 6, 38).

 

Cuando nos abrimos al Espíritu y confiamos, la vida nos recompensa con una abundancia que nos supera por completo. Es la “gracia sobreabundante de Dios”, que aparece varias veces en San Pablo (Rom 5, 20; 2 Cor 9, 14).

 

Soy testigo de todo esto y solo puedo agradecer, con suspiros y lágrimas.

 

¡Atrevámonos a tirar las redes por la derecha!

 

Es el camino hacia la plenitud del amor.

Es un proceso – individual y comunitario –, como podemos ver en el dialogo entre Jesús y Pedro.

 

Juan construye este hermoso dialogo para mostrarnos este proceso de crecimiento en la confianza y en el amor.

 

Jesús quiere llevar a Pedro al amor más alto. El Espíritu quiere llevarnos, obviamente, por el mismo camino… ¡pero tiene que vencer nuestras resistencias!

 

En el fondo, le tenemos miedo al amor y le tenemos miedo a la plenitud.

 

El amor es pura desposesión y entrega, pura confianza y libertad.

Las alturas de todo tipo – también la del amor – nos dan vértigos.

 

El primer paso es la escucha: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”.

Como afirma el teólogo Paul Tillich (1886-1965): “el primer deber del amor es saber escuchar.” La escucha es apertura, disponibilidad. La verdadera escucha nos hace dar cuenta de cuanto somos amados y de nuestro potencial de respuesta.

La escucha nos hace conscientes de que “nosotros amamos porque Dios nos amó primero” (1 Juan 4, 19).

 

Escucharme es escuchar al Espíritu.

Escucharme me abre al Espíritu.

Escucharme me pone en marcha.

Escucharme me abrirá a la experiencia de la abundancia y a la plenitud del amor.


Etiquetas