“Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (13, 34-35): Jesús y el evangelista Juan, nos llevan al Centro.
La primera carta de Juan insistirá en el tema: “Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (4, 11-12).
La poeta estadounidense Emily Dickinson, lo resumió de esta maravillosa forma: “que el amor es lo único real, es todo cuanto sabemos del amor”.
San Juan de la Cruz lo expresa así: “a la tarde de la vida te examinarán en el amor”.
El que escribe, lo repite desde hace cinco años en los buñuelitos de vida: “¡Solo el amor es real!”.
Esta centralidad del amor la conocemos, por lo menos a nivel intelectual… pero, hasta que nuestro conocimiento no se haga carne, vida, experiencia, en realidad, ¡no sabemos nada!
Y el Amor queda, de toda forma, como el Misterio de los Misterios.
Porque el Amor es Dios y Dios es el Amor. Como no podemos encerrar a lo Infinito en nuestras categorías, así tampoco el Amor.
Tenemos vislumbres, chispas de intuición, pero nunca podremos encorsetar el Amor, en dogmas y doctrinas, en reglas y ritos.
El Amor, como el Espíritu, se nos escurre de las manos y de la tentación de posesión y de manipulación: cuando creemos haber comprendido, nos encontramos con las manos vacías.
El Amor se nos escapa y nos persigue.
El Amor es camino y meta a la vez, horizonte y fuente. Es el único objetivo de nuestra búsqueda, pero al mismo tiempo, somos los buscados. El Amor nos persigue hasta derrotarnos.
Como nos recuerda Rumi: “Nada tiene sentido afuera de la rendición al Amor. Hazlo”
Entonces el Amor es victoria y derrota, ganancia y perdida.
A menudo, el Amor es “si”, otras veces es “no”.
El Amor tiene que ver con la entrega y con el bien de los demás, sin duda. Pero surgen unas preguntas: ¿Qué significa entregarse? ¿Cómo y hasta cuándo? ¿Puedo entregar lo que no tengo? ¿Cuál es el bien del otro?
Simultáneamente el Amor, es autocuidado, silencio y soledad.
El Amor es morir para vivir y vivir para morir.
El Amor es plenitud y vacío, todo y nada. Pura apertura y posibilidad. Puro recibirme y sublime gratuidad. El Amor es misericordia y perdón, pero también justicia y responsabilidad.
El Amor es el sentido del sinsentido. Es lo que somos, lo que fuimos, seremos y deseamos ser.
El Amor nos cuestiona y nos mueve; cada día tenemos que recomenzar, desde la humildad y la ignorancia.
Amar es desaprender una y otra vez, y recomenzar humilde y serenamente.
El Amor es memoria y profecía. El Amor es firme y tierno, madre y padre, dar y recibir.
El Amor fluye y contiene, ilumina la noche y oscurece el día.
Calienta lo frío y enfría lo caliente.
El Amor se recibe para darlo, es don y tarea.
El Amor se aprende a cada instante y crece desde el silencio y la escucha.
Vivir en plenitud, es vivir con esta apertura y confianza.
Es caminar sin pisar suelo firme, peregrinos de lo inefable, amantes de lo incierto.
Nos alcanzan las palabras de Jesús. Nos alcanza el Espíritu que nos seduce y orienta desde dentro. Nos alcanza caminar y saber que el Amor, en el fondo, es lo Único Real.