Celebramos hoy la maravillosa fiesta de Pentecostés: la efusión del Espíritu Santo.
Los discípulos están con miedo y están con las puertas cerradas: no solo las puertas de su casa, sino las puertas del corazón.
El miedo es una de las emociones básicas del ser humano. Es la emoción que se ocupa de nuestra supervivencia, protección y seguridad.
El problema y el desafío consisten en que – este mismo miedo – casi siempre excede su función y toma el control de nuestra existencia: con frecuencia es un miedo aumentado, exagerado y, no pocas veces, ilógico e irreal.
Entonces el miedo no nos ayuda: bloquea la vida, la creatividad, las relaciones humanas. Es un miedo que frena nuestro crecimiento y expansión. Y los más preocupante: es el miedo que se opone e impide el amor.
En nuestro texto queda muy claro el proceso dinámico y espiritual de los discípulos: desde el miedo a la paz, desde el miedo a la alegría, desde el miedo a la apertura y a la misión.
Es el Espíritu el gran artífice de este cambio y proceso. El Espíritu va transformando nuestros miedos en paz, en alegría, en dinamismo y en expansión.
La iglesia cristiana ortodoxa tiene en su centro al Espíritu: es una iglesia eminentemente pneumatológica y nos recuerda que la obra esencial del Espíritu es divinizarnos, llevar a plenitud nuestra identidad de hijos de Dios, llevar a su perfección el sello y semilla de la “imagen y semejanza” de la creación (Gen 1, 26-27).
Este proceso del Espíritu pasa necesariamente por etapas: purificación, iluminación, unión. Etapas progresivas y simultaneas a la vez.
Cuanto más nos abrimos al Espíritu y cuanto más lo dejamos actuar, más ágil y profunda será su obra.
San Simeón el Nuevo Teólogo, monje bizantino del año mil, es el místico del Espíritu y el místico de la Luz.
Escribe: “dejémonos arrebatar en Espíritu en esta misma vida verdadera hasta el tercer cielo, o mejor, espiritualmente hasta el cielo mismo de la Santa Trinidad.”
El Papa Benedicto XVI, con su lucidez, analiza el legado de Simeón y nos invita a dejarnos guiar por su sabiduría y experiencia:
“Simeón concentra su reflexión sobre la presencia del Espíritu Santo en los bautizados y sobre la conciencia que deben tener de esta realidad espiritual. La vida cristiana —subraya— es comunión íntima y personal con Dios; la gracia divina ilumina el corazón del creyente y lo conduce a la visión mística del Señor. En esta línea, Simeón el Nuevo Teólogo insiste en el hecho de que el verdadero conocimiento de Dios no viene de los libros, sino de la experiencia espiritual, de la vida espiritual. El conocimiento de Dios nace de un camino de purificación interior, que comienza con la conversión del corazón, gracias a la fuerza de la fe y del amor; pasa a través de un profundo arrepentimiento y dolor sincero de los propios pecados, para llegar a la unión con Cristo, fuente de alegría y de paz, invadidos por la luz de su presencia en nosotros. Para Simeón esa experiencia de la gracia divina no constituye un don excepcional para algunos místicos, sino que es fruto del Bautismo en la existencia de todo fiel seriamente comprometido.”
El Espíritu nos habita, nos sostiene y quiere llevarnos a la plena consciencia de nuestra identidad. El Espíritu, que es la Luz, quiere convertirnos en luz.
¿No es extraordinario?
¿Lo dejamos actuar, por favor?
Terminemos con la última parte del himno 21 de nuestro Simeón, himno de una belleza conmovedora y una profundidad insondable. Necesitamos leerlo varias veces, lentamente y desde el alma.
Podría ser nuestra lectura para comenzar cada día.
¡Busca el Espíritu!
Posiblemente Dios te consolará y te dará,
como ya te dejó ver el mundo
y el sol y la luz de día,
sí, se dignará iluminarte ahora del mismo modo.
Te iluminará con la luz del Sol Triple.
Aprenderás entonces de la gracia del Espíritu:
que, hasta ausente, está presente por su poder
y que, presente, no lo vemos a causa de su naturaleza divina,
y que él está por todas partes y en ninguna.
Si buscas verlo de manera sensible,
¿dónde lo encontrarás?
En ninguna parte, simplemente dirás.
Pero si tienes la fuerza de mirarlo espiritualmente,
será él mismo quien alumbrará tu espíritu
y abrirá los ojos de tu corazón.