martes, 22 de abril de 2025

“Con profunda alegría”: reflexión sobre la Pascua de Francisco.


 

“Con profunda alegría”:

reflexión sobre la Pascua de Francisco.

 

Perdónenme. Lo siento, pero voy a contracorriente. No puedo con mi anhelo y mi deber de ser honesto y diré (escribiré) lo que siento.

 

Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído la palabra de Dios, que dice: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? ¡El no es un Dios de muertos, sino de vivientes!”: así dice Jesús en Mateo 22, 31-32.

 

El anuncio de la muerte de Papa Francisco fue dado “con profundo dolor” y se repiten frases que subrayan la tristeza.

 

¿Profundo dolor? ¿Tristeza?

¿No es el cristianismo la experiencia de la resurrección y de la fe en el Dios de la vida?

 

Hay algo que no me cierra.

Con “profunda alegría”, Francisco terminó su experiencia terrenal y goza de la plenitud de la Vida. Me alegro por Francisco, me alegro con Francisco.

El dolor humano de la separación fisica, no puede opacar el grito jubiloso: ¡está vivo! ¡Alegrense!

 

En mi vida sacerdotal pude acompañar a varios entierros y a menudo me nacía esta imagen que iba compartiendo con la gente: lo que llamamos “muerte” o “fin” de una vida humana es, en realidad, la nota final del primer acto de un espectacular concierto. ¿Qué ocurre? Todos se levantan y aplauden: ¡qué belleza! ¡Qué belleza cuando una vida humana llega a su fin!

 

Qué belleza este primer acto de la vida de Francisco: solo podemos ponernos de pie y aplaudir. ¡Qué alegría! Se terminó el acto terreno y sigue la plenitud de la Vida.

 

Nos dice San Pablo: “La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?” (1 Cor 15, 54-55).

En en el centro de nuestra fe y de nuestra experiencia está el Dios de la Vida, el Dios en el cual “vivimos, nos movemos y existimos” (Hec 17, 28).

Jesús nos invita a alegrarnos de su partida: “Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.

 

Todavía no hemos comprendido al Dios de la Vida, al Dios que es Vida y en el cual todos vivimos. Estamos en los comienzos de la comprensión de lo que es y significa la resurrección.

El dolor de la muerte – de la desaparición física – se asemeja más a cierto egoísmo enmascarado y a una falta de confianza. Dios marca el tiempo y los tiempos: cuando es hora de partir es hora de partir. Simplemente partir y agradecer: con profunda alegría.

 

El dolor de la muerte es legítimo por cierto y hasta Jesús lloró por su amigo Lázaro, pero no puede opacar la Vida, el Amor y la confianza y no puede encerrar nuestro lenguaje en el estrecho marco de la noche y de la tristeza.

 

El único dolor que tiene derecho a opacar, es el dolor de los vivos, del sufrimiento inocente, de la estupidez humana.

Este dolor merece nuestras lágrimas, nuestra compasión y nuestro compromiso.

 

Cuando alguien parte, solo podemos alegrarnos y aplaudir: el concierto sigue, la música sigue.

Cuando alguien parte, solo podemos alegrarnos y aplaudir: y más aún en el caso de Francisco, un hombre mayor y enfermo y que “murió” – mira la “casualidad” – al terminar el domingo de Pascua.

 

A quien le tocará anunciar mi muerte, por favor, desde ya se lo digo, anuncie: “con profunda alegría…”.

 

 

 

 

 

 

 

 


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