sábado, 11 de octubre de 2025

Lucas 17, 11-19


 

El texto de hoy concentra, en pocos versos, dos ejes centrales de todo el evangelio y el mensaje de Jesús: la compasión y la gratitud.

Compasión y gratitud que encontramos también como partes esenciales, en todas las religiones y tradiciones espirituales de la humanidad.

Porque la compasión y la gratitud son, antes que nada, actitudes y dimensiones profundamente humanas, antes de ser “religiosas”.

Hay que dudar de una supuesta revelación divina – en cualquier época, cultura y religión – que no tenga como puntos centrales, la compasión y la gratitud.

 

El grito desesperado de los leprosos: “¡Jesús, maestro, ¡ten compasión de nosotros!” (17, 13), es también nuestro grito.

 

La lepra, al tiempo de Jesús, no era solo una terrible enfermedad física, sino también social y religiosa. Los leprosos eran excluidos y marginados. Podemos suponer que su dolor emocional era más profundo y amargo, que el físico.

Siempre el dolor emocional supera al dolor físico y siempre las enfermedades tienen que ver con dolores emocionales.

 

La compasión, hoy la ciencia lo tiene más que demostrado, puede activar un proceso de sanación: ¡la compasión, sana!

Escribe el dramaturgo y medico ruso Antón Chéjov: “Es la compasión lo que nos saca del entumecimiento y nos empuja hacia la sanación”.

 

Y el médico y psiquiatra contemporáneo Gabor Maté nos dice: “la compasión de la verdad reconoce que el dolor no es el enemigo. De hecho, el dolor es inherentemente compasivo, ya que intenta avisarnos de lo que marcha mal. Sanar, en cierto sentido, consiste en desaprender la noción de que necesitamos protegernos de nuestro propio dolor. En este sentido, la compasión es una puerta abierta a otra cualidad esencial: la valentía

 

La compasión, entonces, no es “amor barato”. La compasión va de la mano de la verdad: reconocer lo que es, reconocer nuestro propio dolor y el dolor del otro. Y va de la mano también, de la valentía. La compasión no es debilidad, es fortaleza.

 

La compasión de Jesús es extraordinaria, fecunda y sanadora, porque es una compasión que no huye de lo que es – se alinea con la realidad – y es valiente.

 

Jesús tocaba a los leprosos. Nuestro texto de hoy no lo dice, pero nos lo dice Marcos: “¡Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó” (Mc 1, 41).

 

La valentía de Jesús es integral, porque no solo supera el miedo al contagio sino supera también el miedo al juicio de los demás y a la exclusión. Jesús supera las categorías de pureza e impureza. Para Jesús no hay “intocables”: como fue por la Madre Teresa y San Francisco de Asís.

La compasión es sumamente sanadora y transformadora y, como siempre, empieza por uno mismo:

 

¿Soy compasivo conmigo mismo?

¿Reconozco con valentía mi dolor y mis heridas?

Desde ahí, la compasión hacia el mundo, brota espontanea.

 

Este mundo maravilloso y herido, necesita compasión. Necesitamos sanarnos, para ser instrumentos de sanación.

 

Necesitamos sanarnos para ver el dolor del otro y dejarnos atravesar.

Jesús “ve” a los diez leprosos, nos dice el texto: “al verlos” (17, 14).

 

Cuando nuestra visión se hace más límpida, más pura, empezamos a ver y nace la compasión.

 

La compasión de Jesús sana a los leprosos mientras van de camino para que los sacerdotes confirmen su curación, según la prescripción de Levítico 14, 1-32.  

 

Jesús no cumple ningún ritual taumatúrgico: ningún gesto, ninguna oración.

 

¿Por qué los sana? O, mejor: ¿Por qué se sanan?

Simple y extraordinariamente, porque los vio. Fueron vistos. Fueron vistos: fueron considerados, fueron reconocidos en su derecho a existir. Se sintieron amados, comprendidos, aceptados. Esto es lo que los sanó.

El amor incondicional, sana. Dejarse amar, dejarse ver, sana.

 

¿Cómo no ser agradecidos?

 

Pero, la sorpresa: solo uno vuelve a agradecer. Un samaritano, un hereje. A Lucas les encantan los samaritanos. El hereje regresa a agradecer. Para Jesús, no hay herejes, hay personas: personas que sufren y que necesitan ser vistas… ¿y para la iglesia?

 

Otra vez el evangelio nos invita a superar las barreras y las etiquetas que nos ponemos y les ponemos a los demás.

La compasión y la gratitud no tienen etiquetas, no son propiedad de nadie. Son humanas y patrimonio de la humanidad, como dijimos.

 

Solo el samaritano agradece. Y su agradecimiento es lo que lo sana por completo: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado” (17, 19).

El samaritano ha comprendido la clave de la vida: ¡Todo es un don! La curación del cuerpo es simplemente un signo, por cuanto importante, de lo interior.

 

El samaritano ha comprendido que la gratitud es el eje de la existencia y es la actitud que nos lleva a la plenitud, a la paz interior.

¿Y tú?

 

 

 

 

 

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