El texto de hoy es muy conocido y muy
utilizado en ámbito vocacional. Se conoce como el texto del “joven rico”,
aunque en realidad no sabemos si era joven. Era un ser humano y esto alcanza
para que este texto hable a cada uno de nosotros y en este ser humano nos
podamos reflejar. Este encuentro marcó sin duda la vida de las primeras
comunidad: los tres evangelios sinópticos lo relatan y lo transmiten.
Este hombre pregunta al maestro: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar
la Vida eterna?”(10, 17).
Es la pregunta que todo ser
humano tiene implicita en su corazón y que solo en ocasiones logramos sacarla a
luz. Es la pregunta sobre la salvación, la plenitud de la vida, sobre la
muerte, sobre el dolor y la alegría. En una pregunta todo esto.
El hombre anonimo del
evangelio preguntó desde las profundidades de su corazón inquieto.
¿Qué responde Jesús?
La respuesta de Jesús nos
descoloca y nos sorprende. En realidad no responde, sino provoca un
acercamiento más profundo del hombre consigo mismo.
Jesús le muestra que antes del hacer, está el ser, está la
visión. “Solo Dios es bueno.” Sin el
descubrimiento de la Bondad original, sin haber visto el Amor innombrable que
todo sostiene, nuestro hacer se convierte en cumplir, en forma, en
exterioridad. Descubrir el Amor que palpita en el corazón de la realidad es el
paso previo e imprescindible a todo hacer.
La respuesta de Jesús: “solo Dios es bueno” abre también una
puerta interesante sobre el tema de la conciencia y la identidad de Jesús.
¿Cómo se percibe Jesús en relación a este Dios que solo es bueno?
¿Cómo percibe a la divinidad misma?
Si no nos conformamos con
las respuestas hechas y preconfeccionadas entraremos en una aventura hermosa y
única. Entraremos en el mundo de la mística, que es el mundo de la experiencia
directa, del “tocar” y del “ver”.
Jesús invita al hombre a
observar los mandamientos, que en aquel tiempo, reflejaban el ideal de
perfección del judío. El hombre cumple perfectamente.
Acá el gran problema.
Problema siempre actual: entender la relación con Dios como un cumplir. Como
iglesia hemos tropezado muchas veces con esta piedra: hemos creado un montón de
reglas – rituales y morales – y
exigimos cumplimiento. El “cumplir” tiene el efecto mágico y terrible a la vez
de tranquilizar y narcotizar la conciencia.
No es necesario repasar la
historia para confirmarlo: la triste y muy poco evangelica historia de la
hipocresia que cumple con las reglas por un lado y deshumaniza por el otro,
generando hasta dolor y terror.
Jesús invita a nuestro
hombre sin nombre a dar el paso del Amor. El paso de la ley al Amor es el paso
de la esclavitud a la libertad. Es el paso del cumplir a la creatividad, la
entrega, la fraternidad.
Jesús mira con amor al
personaje evangelico, Jesús nos mira con amor y nos sugiere: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que
tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y
sígueme” (10, 21).
El hombre, rico, se va.
¿Cómo entender todo eso?
Jesús y el evangelio no
condenan la posesión de bienes por sí misma, como tampoco alaban la pobreza por
sí misma.
Hay que intentar ver más en
profudidad.
En primer lugar nos da una
luz la exclamación del maestro: “¡Qué
difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!” (10, 23).
En la visión de Jesús la
fraternidad y la comunión vienen antes de la propiedad: la tierra y los bienes
son un regalo para todos. Y todos tenemos que disfrutarlos y aprovecharlos para
crecer en el amor.
Como dice lucidamente José
Antonio Pagola: “Si pudieramos ver el
proyecto de Dios con la transparencia con que lo ve Jesús y comprender con una
sola mirada el fondo último de la existencia, nos daríamos cuenta de que lo
único importante es crear fraternidad.”
La riqueza que el evangelio
condena es la la riqueza del apego, del consumismo, de la codicia. Es todo lo
que nos atrapa el corazón y nos impide crear fraternidad.
Paradojicamente esa riqueza
puede ser también la del “cumplir”: un perfeccionismo ritual y moral que nos
aleja del verdadero amor que construye fraternidad.
Muchos cristianos hacen del
“cumplir” su riqueza y siguen existencialmene alejados de los pobres, los
marginados, las injusticias.
Alejados del amor.
Es tajante el evangelio. Es
lúcido y nos muestra la verdad de nuestros apegos y egoismos, ocultos y
disfrazados.
Por otra parte el evangelio
es claro en la condena de la codicia y del acaparramento: una condena actual y
terrible en nuestro mundo “en el que el
2% de los habitantes del planeta domina, manda, usa y abusa, no solo de los
bienes de la tierra, sino incluso del futuro de la tierra misma. Mientras que
los demás aguantamos y callamos, anhelando parecernos a quienes nos están
destrozando” (J.M. Castillo).
Condena clara del evangelio en
un mundo donde la agricultura, la medicina, la politica ya no se basan en el
bien común, sino en la búsqueda de más y más dinero y poder.
Condena clara del evangelio en
un mundo donde las multinacionales compran a politicos corruptos y manejan los
hilos de los paises y los pobres.
Condena clara del evangelio
en un mundo donde el circo del futbol, la pornografia y la venta de armas
maneja cantidades disparatadas de dinero y millones de personas sufren el azote
de la miseria.
Condena clara del evangelio en
un mundo donde sigue la inhumana brecha entre ricos y pobres y donde la
hipocresia de pocos condena a muchos a una vida indigna.
Condena que no es juicio.
Condena de un sistema muchas veces
inhumano y de acciones inhumanas e
inconscientes. Nunca condena de personas. Nunca condena de la vida y los
vivientes.
Siempre hay una puerta
abierta: “Para los hombres es
imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible”. (10, 27).
El evangelio de hoy nos
invita finalmente a otra y necesaria reflexión: la relación entre “libertad” e
“igualdad”.
Parece que la historia de la
humanidad es la historia del intento de armonizar estas dos dimensiones
esenciales del ser humano. Hemos tropezado, hemos crecido. Seguimos
equivocandonos y seguimos creciendo.
¿Cómo armonizar estas dos dimensiones?
¿Cómo vivirlas en plenitud?
La historia nos enseña que
la sola libertad crea capitalismo y
liberalimo, donde el rico y el fuerte desplaza al pobre y al débil.
La historia también enseña
que la sola igualdad genera comunismo
y totalitarismo, donde unos se creen más iguales que otros (y a menudo más
capitalistas que los capitalistas) controlando y oprimiendo las libertades de
los demás, generando también una sociedad chata y matando a la creatividad.
Necesitamos un punto externo
que armonice y mantenga la polaridad.
“Ser libres y ser iguales, a la vez y respetando las diferencias, eso no
es posible si semejante utopia no se programa desde los criterios que planteó
Jesús y que vivió el propio Jesús. Solo una firme y compartida convicción de «fe laica» puede ser la raíz y el camino
que nos lleve a poder vivir en una sociedad «libre» e «igualitaria». Eso es lo
que quiso y propuso Jesús con su vida y su Evangelio. De ahí que convertir el
Evangelio en religión, eso es, no solo deformar el Evangelio, sino además
distraer y tranquilizar a la gente, para que todo siga como está.” (J.M.
Castillo).
No puedo que suscribir, con
profunda emoción, estas palabras de Castillo.
Agregaría una cosa.
Esencial.
El camino de silencio. Solo el silencio armoniza lo
que la mente no puede hacer.
Solo el silencio abraza
desde el amor, libertad e igualdad.
Solo el silencio desarma el
ego y nos muestra que las dos dimensiones – libertad e igualdad – son las dos
caras de lo mismo.
Somos iguales pero
distintos. El mismo y único Amor que se manifiesta y expresa de manera
distinta: perfecta igualdad, perfecta libertad.
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