“El
verdadero Dios no es un ser separado, que está en alguna parte de la
estratosfera, sino el fundamento de mi ser y de cada uno de los seres del
universo”, afirma Fray Marcos comentando el texto evangélico de hoy.
En otras palabras: mi verdadero “yo” no
soy “yo”, sino Dios.
Estamos en el corazón del evangelio y de
la experiencia de Jesús.
Las expresión “habitaremos en él” o “haremos
morada en él” (14, 23) expresan este Misterio tan maravilloso e
incomprensible para nuestra mente humana.
Lo que llamamos Dios es la raíz de
nuestro ser y de todo lo existente. Como ya afirmaba San Agustín “Dios es más íntimo a nosotros que nuestra
propia intimidad”.
Esta es la experiencia clave que Jesús
intentó transmitir a sus discípulos. Experiencia clave que no puede ser
reducida a palabras y conceptos. También Jesús tuvo dificultad para transmitir
dicha experiencia y tuvo que recurrir a imágenes y metáforas sacadas de su
cultura y su época.
Palabras, conceptos, imágenes y metáforas
son siempre condicionados y limitados. Tomar conciencia de eso nos proporciona
una gran libertad y apertura para seguir expresando el Misterio con
creatividad, originalidad y actualidad.
Nuestro texto habla del Espíritu y
hablar del Espíritu es otra manera de afirmar nuestra esencia invisible y
eterna.
El mundo que vemos es manifestación y
expresión del Espíritu que no vemos. Lo que somos – nuestra común esencia – se
expresa y se revela en las infinitas formas de la creación.
Lo interior se expresa y revela en lo
exterior.
Por eso afirma muy bien Enrique Martínez
Lozano: “El Espíritu, o Dinamismo de Vida
y de Amor, es la dimensión invisible de lo Real, que hace que lo visible sea; y
ello en una relación no-dual. Por eso, no es lo opuesto a materia (o cuerpo),
sino a muerte. En cierto sentido, podríamos decir, metafóricamente, que el
cosmos entero no es sino el «cuerpo» del Espíritu, su manifestación y
expresión. Por eso, quien sabe ver el mundo, está viendo al Espíritu.”
“Quien
sabe ver el mundo, está viendo al Espíritu”: Martínez nos ofrece la clave.
Ver. Aprender a ver es aprender a conectar con nuestra común esencia, el amor
que somos y el amor que es.
Para aquel que sabe ver, solo el Amor
es, solo el Amor es real.
Así lo dice Emily Dickinson: “que el amor es lo único real,/eso es cuanto
sabemos del amor”.
Así lo dice el poeta y místico sufí
Fuzûlî: “más allá del amor, todo es
herejía”.
Aprender esta visión es la verdadera
revolución que el mundo necesita.
Aprender esta visión es lo único
necesario.
Aprender esta visión nos hace salir de
la ilusión y del miedo y nos conecta con lo real.
Aprender esta visión tiene un paso
previo y fundamental: callar la mente y enraizarse en el Silencio.
La mente (pensamientos, emociones,
sentimientos) no puede ver lo que está más allá de ella.
La mente siempre separa, fragmenta,
analiza, juzga, discrimina.
Lo que somos es el Amor Uno que la mente
no puede aferrar. La mente misma es expresión de ese Amor Uno.
Dicho desde otra perspectiva: es la
Conciencia que crea la mente y no la mente que crea la Conciencia.
“Ver” este Amor Uno es entonces el
camino.
Este “ver” los místicos lo expresan afirmando la apertura del “tercer ojo”: justamente un ojo no
físico, sino espiritual. El “ojo” del Silencio, el “ojo” que ve más allá de la
mente.
Poéticamente:
“Un Cielo sin límites,
una Tierra sin fronteras,
un Océano sin palabras...
Un Corazón inmenso...
que explota, y se expande...
Eso somos...
...Amor sin límites.
Y más allá de Eso este
Silencio...
que todo lo acoge,
que todo penetra.
...y lloro...
...de tanta Belleza.” (Jaitór)
“Hay
una voz que no usa palabras: escúchala” (Rumi)
Desde esta visión comprendemos más
cabalmente el significado de la paz que Jesús nos regala: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo”
(Jn 4, 27).
La paz que Jesús nos regala es la paz
que somos, la paz que es una cosa sola con nuestro ser más profundo.
“Que
la paz de Cristo reine en sus corazones” (Col 3, 15) y “la paz de Dios, que supera todo lo que
podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de
ustedes en Cristo Jesús” (Fil 4, 7) afirma San Pablo.
La paz que el mundo busca e intenta
construir es todavía una paz superficial. Es la paz como ausencia de
conflictos, como fruto de dialogo, como un simple compromiso de no interferir
en los intereses del otro.
La paz de Jesús es la posibilidad y el
regalo de la interioridad y la conexión con nuestro verdadero ser.
Cuando vemos/experimentamos que somos
paz y somos amor: ¿cómo viviremos?
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