Zaqueo es etiquetado por la gente como
“pecador”, mientras que Jesús ve en él un “hijo de Abraham”: acá radica la
clave esencial del texto de hoy.
“Etiquetar” a personas o situaciones –
aunque nos cuesta reconocerlo – es “juzgarlas”. Y, si juzgamos, no estamos
amando. Así de simple, así de profundo.
Zaqueo es un hombre rico y su riqueza
parece también fruto de una vida deshonesta. Es un cobrador de impuestos a
servicio de los romanos y es mal visto por todos.
Pero Zaqueo es mucho más que esto. Ver simplemente esto es no reconocer su
esencia, su fuente divina. También Zaqueo es hijo de Abraham. También Zaqueo es
hijo de Dios, expresión única y maravillosa de la Vida de Dios en este mundo.
Como todos.
El juicio
– las etiquetas – logra tapar y enterrar esta tremenda verdad.
Cuando hablamos de juicio no nos estamos refiriendo solo a su sentido moral o
jurídico.
El juicio no es solo moral: bien y mal.
Tampoco solo jurídico: inocente y culpable.
Juicio es toda definición mental que nos
separa de la realidad. Juicio es el olvido de la Unidad. En su sentido más
amplio y más profundo el juicio es “no-aceptación” de la realidad.
“Esto
debería ser de otra manera”, “lo que
hay en este momento presente no tendría que ser”: frases que continuamente
nos repetimos sin ser conscientes de ellas.
Zaqueo es etiquetado como mala persona y
pecador: pero nadie le conoce en profundidad, nadie ha vivido su vida, nadie ha
transitado su dolor. Y nadie se acerca para verle en su inocencia y su esencia.
¡A menudo no sabemos nada del otro y lo
juzgamos con extrema facilidad!
Si ya de por sí es absurdo juzgar,
cuanto menos si no conocemos en profundidad al otro.
Juzgamos sin saber la historia de vida
del otro, sin conocer su sufrimiento, sus heridas, sus deseos.
“Somos
adictos a lo que nos destruye”, decía Dostoyevski y por eso nos cuesta tanto
salir de la mente que juzga y del juicio que nos destruye y destruye a los
demás.
El juicio cae por sí mismo cuando caemos
en la cuenta que “yo en lugar del otro
hubiera hecho lo mismo”. Es la clave de comprensión que puede anclarnos en
la esencia inocente de la Vida.
En lugar
del otro, sería el otro: tendría su
familia, su historia de vida, su genética, su educación, sus heridas… y por eso
actuaría como el otro. Visto esto, todo juicio cae y solo queda una serena y
amorosa aceptación.
En el fondo Zaqueo está buscando a
alguien que lo acepte, que no lo juzgue. Algo se mueve en el corazón de Zaqueo.
Es el anhelo eterno que nos quiere llevar a una vida plena.
Es el anhelo de cada corazón humano, es
el aliento divino que nos empuja desde dentro. Zaqueo escucha este anhelo.
Zaqueo se escucha. Y va en busca de
Jesús.
Es bajito Zaqueo y se sube a un árbol
para ver al Maestro.
Pero Jesús lo ve antes y lo ve en su
esencia, despojado de etiquetas y juicios. Jesús siempre ve la inocencia, la
belleza de la persona. Por eso puede perdonar, aceptar y guiar a la persona a
reconciliarse consigo misma.
Las miradas puras tienen el poder de
sanar.
¡Cuan
importante y maravilloso es aprender a ver!
Aprender a ver lo profundo, lo real, más
allá de las apariencias. Aprender a ver lo esencial, lo eterno, lo sano.
Afirma Eugene Drewermann: “El amor puede iluminar todo el interior del
hombre con el calor y la esperanza. Y es posible reconocer en el otro lo que
hay en él de origen divino… Yo creo que ese poder lo tiene el amor: el ver al
otro en su forma divina”
Solo una mirada así nos libera de
los juicios; y la mirada la
entrenamos desde el silencio interior. Nos daremos cuenta que el silencio está
libre de juicio. El silencio es siempre inocente, ve la inocencia y nos hace
inocentes.
Personalmente me sorprendo muchas veces
“juzgando”: a mí mismo, a las personas, a las situaciones. Cuando me doy cuenta
– muchas veces gracias al silencio, a
detenerme, a estar atentos a mis sensaciones – la luz de la conciencia
disuelve instantáneamente el juicio y sobreviene una gran paz.
Es la paz profunda de la aceptación y
del amor incondicional.
El amor incondicional es lo que somos y
es la raíz de todo lo que es. Solo existe el Amor: un Amor a menudo no
reconocido, no visto, no asumido.
Cuando pasamos de la mente que juzga al
corazón que acepta ese mismo Amor aparece, se manifiesta en todo su esplendor y
transforma nuestras existencias.
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