El texto que la liturgia nos propone hoy
es extraordinario y único.
¡Mateo nos muestra la conversión de Jesús!
La mujer cananea que clama por la
sanación de la hija no pertenece al pueblo de Israel y por eso Jesús no quiere
atenderla.
La creencia de Israel era que el Mesías
y la salvación tenían que llegar en primer lugar al pueblo de Dios; Jesús como
buen judío acepta esta creencia. Jesús, plenamente humano, tenía también ego y creencias. ¡Qué buena y alentadora noticia! Estamos en buena
compañía…
El acontecimiento que Mateo nos relata
hoy produce la conversión de Jesús.
El Maestro, como todos los sabios, se
deja cuestionar por la vida y suelta esta creencia para abrirse a la novedad
del Espíritu.
El encuentro entre Jesús y la mujer
cananea es un icono de la transformación y de la posibilidad siempre abierta de
dejar nuestras creencias.
Las creencias son formaciones mentales
que todos tenemos y que, en general, se configuran desde la infancia o
posiblemente desde el vientre materno, como atestiguan estudios científicos.
Tienen que ver con la familia, la educación, la cultura, la sociedad, la
religión.
Las creencias pueden ser útiles – y a
veces necesarias – por un tramo del
camino, para ubicarnos en la vida y tomar decisiones. Pero, en el camino
espiritual, llega siempre el momento en el cual se nos pide soltar algunas
creencias y, si no las soltamos, nos estancamos en el camino.
Cuando no logramos soltar una creencia y
nos aferramos a ella como si fuera la
verdad, nos convertimos en fanáticos, con las consecuencias trágicas y de
dolor que todos conocemos.
Las creencias son reflejos de nuestro
estado situado y concreto: siempre estamos mirando desde una perspectiva. Como
ocurre a nivel físico y corporal, ocurre a nivel mental y psíquico.
Cuando miramos un paisaje, por ejemplo,
siempre lo estamos mirando desde un punto concreto: no tenemos la visión a 360
grados y nuestra visión es limitada y parcial. Para tener una visión completa
hay que moverse y este moverse es justamente – siguiendo la metáfora – la
capacidad de soltar las creencias.
Solo el espíritu no conoce perspectivas,
aunque se manifiesta y revela en ellas y a través de ellas.
El problema radica en creer que “mi”
perspectiva y “mi” acercamiento a la verdad es el único y el más ajustado.
Así como debemos de evitar el absolutismo dogmático (“mi” perspectiva
es la única o la mejor), también debemos de evitar el relativismo extremo (no existen perspectivas o no existen
perspectivas o creencias más humanizantes que otras).
Cuanto más una creencia es reflejo del
amor y nos humaniza, más cerca está de la verdad inaferrable del Espíritu.
Mantener la paradoja es esencial y nos
conecta a nuestra esencia y a la libertad del Espíritu.
Jesús, hombre humilde y sabio, se deja
cuestionar por la mujer cananea y logra dejar atrás su creencia: la salvación
es para todos, aquí y ahora.
El camino espiritual y de sabiduría
consiste en aprender a vivir la paradoja existencial: somos espíritu viviendo
una experiencia humana concreta y situada.
El Infinito viviéndose a través de lo
finito y los limites.
Lo Eterno expresándose en el tiempo.
El Silencio revelándose en palabras.
El Ser siendo en cada cosa.
Cuando nos percibimos y nos vivimos
desde nuestra esencia somos capaces de ubicarnos correctamente en lo que nos
toca vivir y tendremos la capacidad – cuando sea necesario – de soltar o
cambiar las creencias.
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