sábado, 12 de septiembre de 2020

Mateo 18, 21-35

 

El tema central del texto evangélico es el perdón. Mateo nos presenta el tema del perdón a través de una de las parábolas más conocidas y de más difícil interpretación.

Todo empieza con la pregunta clave de Pedro: “¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?

Jesús responde a la pregunta a través de la parábola, dando antes la clave de lectura de la misma: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.” Es decir: el perdón tiene que ser total e incondicional.

Propiamente en este punto encontramos una importante contradicción en la parábola: el rey que había perdonado la deuda al servidor, viendo su poca compasión con otro compañero, pasa rápidamente del perdón a la venganza: “lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.

El rey de la parábola no es ejemplo de un perdón incondicional y total… ¡no perdonó “hasta setenta veces siete!

El rey, en el fondo, refleja bastante bien nuestra condición humana: intentamos perdonar y a veces lo logramos… hasta un limite.

Siempre nos ponemos unos limites a nuestra capacidad de perdonar. Tal vez Jesús quiso mostrar que el proceso del perdón es siempre “in crescendo” y que es importante reconocer y asumir este proceso y – en muchos casos – asumir nuestra incapacidad de perdonar radicalmente.

Podemos leer todo el evangelio y el mensaje cristiano como un aprendizaje del perdón.

Perdonarse a uno mismo y perdonar a los demás van de la mano y crecen juntos.

No hay uno sin el otro y, si estamos atentos, la experiencia lo muestra y demuestra con claridad.

Aprender el perdón es tal vez la clave para una vida serena y fecunda.

 

Nos recuerda el sacerdote dominico francés Henry Lacordaire (1802-1861): “¿Quieres ser feliz un momento. Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona.

En la misma línea se sitúa el teólogo francés Jacques Pohier cuando sugiere que “quién pretenda curar su herida infligiendo sufrimiento al agresor, se equivoca.

 

La parábola del Padre misericordioso en Lucas 15, 11-32 es un maravilloso icono del perdón. Comentando este texto el monje italiano Enzo Bianchi nos recuerda algo fundamental: “No es el arrepentimiento el que merece el perdón, sino el perdón el que causa el arrepentimiento.

Un individuo, una comunidad y una sociedad que esperan el arrepentimiento para poder perdonar no comprendieron el corazón y el poder del perdón y seguirán alimentando una sociedad triste, amarga y vengativa.

Por eso el psicoanalista italiano Massimo Recalcati habla del “poder subversivo del perdón”.

Es el perdón subversivo e inesperado del Padre misericordioso (Lc 15, 20-23) que transforma al hijo perdido, lo renueva y le abre el camino a la verdadera filiación y vocación.

Afirma Recalcati: “El regalo del perdón no pide nada a cambio, no responde a ninguna lógica de intercambio, no reacciona a una simetría. El perdón hace saltar por los aires toda representación retributiva de la justicia.

 

Nos preguntamos entonces:

¿Cuál es y cuales son las claves de un perdón gratuito e incondicional?

Sin duda la clave principal es la comprensión. No hay perdón auténtico sin una verdadera comprensión.

¿Qué tipo de comprensión? ¿Qué hay que comprender?

Comprender que siempre hacemos lo mejor que podemos y sabemos y los demás hacen lo mejor que pueden y saben en un momento dato.

Siempre actuamos a partir de un cierto nivel de conciencia, de la luz que tenemos en el momento.

Esta fundamental comprensión nos devuelve a la inocencia esencial del ser humano y de la vida misma y nos ancla a la paz radical.

Empezamos a vernos de manera distinta y a ver a las personas y a las situaciones de manera distinta.

Esta visión destierra la culpa y abre a una sana y fecunda responsabilidad.

Esta comprensión/visión no es prioritariamente racional, sino es una comprensión/visión interior, espiritual, integral. Una comprensión que surge desde nuestro ser esencial y por eso necesita de silencio y crece desde el silencio y la soledad.

Es un proceso imprescindible y hermoso que todos estamos llamados a recorrer y a vivir.

Hasta que comprendamos lo más revolucionario y fascinante: todo ya está perdonado. No hay nada que perdonar.

 

 

 

 

 

 

 

 

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