Con este domingo empezamos el tiempo de Adviento, tiempo de Aquel que viene y
siempre está viniendo. Tiempo del Misterio que nace y renace en la historia
humana. La Presencia inefable se nos está acercando continuamente. La creación
está ocurriendo en este mismo instante.
…y nosotros seguimos dormidos,
desatentos, ocupándonos de la superficie… y como consecuencia caemos en la
queja, el mal humor, la tristeza.
El texto evangélico de hoy nos invita
justamente a despertar.
“Despertar” es un término muy usado en
las tradiciones espirituales orientales para indicar el acceso a un nivel de
conciencia que nos instala en una visión luminosa y pacifica de lo real.
El término de a poco está entrando
también en la cultura occidental y cristiana.
Los que sostienen que despertaron
afirman (u otros afirman de ellos) haber penetrado en la realidad, haber visto
lo real y, en última instancia, nos dicen que lo real de lo real es Amor, Paz,
Luz. Afirman que todo es perfecto, todo está bien y estará bien.
La mística cristiana medieval Juliana de
Norwich lo dice con estas mismas palabras: “Todo irá bien, y todo irá bien,
y toda clase de cosas irán bien.”
Los
que despertaron también nos dicen que, en lo concreto, todo sigue como antes.
Todo cambia y nada cambia.
El
zen lo afirma así: “Antes de la
iluminación, cortar leña y acarrear agua. Después de la iluminación, cortar
leña y acarrear agua.”
Sin
duda el despertar espiritual es una experiencia mística y una gracia que
transforma la vida. Vale la pena confiar en quién lo vivió y nos comparte su
experiencia.
¿Qué podemos hacer?
Por
un lado, ya lo dijimos, confiar en aquellos que lo vivieron y dejarnos inspirar
por ellos.
La
acotación genial de Ken Wilber es importante:
“Así pues nos encontramos ante dos
opciones en cuanto al enjuiciamiento de la cordura, o de la realidad, o del
nivel deseable de la mente, o del conscienciamiento místico: podemos creer en
quienes lo han experimentado, o proponernos experimentarlo por nosotros mismos,
pero si no somos capaces de hacer lo uno ni lo otro, lo más sensato es no
formular ningún juicio prematuro”.
Si no creemos en quién lo
han experimentado, ni somos capaces de ponernos en juego para experimentarlo
por nosotros mismos, lo mejor sin duda es un respetuoso silencio.
Por otro lado podemos tomar
la invitación que nos viene del evangelio en este primer domingo de Adviento:
¡estemos atentos! Vigilamos.
El despertar es esencialmente una experiencia de atención.
Entrenarse en la atención
es, quizás, la mejor forma para preparar el terreno del despertar.
La atención siempre sugiere
delicada y solapadamente: ¡hay algo más!
Siempre hay algo más. La realidad es siempre mucho más profunda y bella de lo
que parece a primera vista… las personas son también mucho más buenas de lo que
aparentan.
La realidad – lo que está ocurriendo aquí y ahora – se
parece a una cebolla: tiene muchas capas y siempre se puede ir más en
profundidad.
“Despertar” es crecer en
conciencia, ver más y mejor, crecer en lucidez y en comprensión.
La palabra es un indicador y
no es necesario aferrarse a ella. Hay muchos que “despiertan” sin ni siquieran
saberlo o nombrarlo.
La atención amorosa al
momento presente y a la realidad así como se nos presenta, nos irá guiando en
el camino. Casi sin darnos cuentas creceremos en conciencia. Los frutos que
acompañarán este desarrollo de la conciencia serán la paz, la alegría, la
compasión.
Por estos frutos podremos
evaluar nuestro caminar.
Jesús, para nosotros
cristianos, es el hombre despierto, iluminado. Jesús nos invita a entrar en su
despertar y nos comparte su conciencia: ¡ánimo, solo el amor es real!
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