Uno de los grandes temas en el tapete
del mundo moderno es la relación entre dogmáticos y relativistas, entre
dogmatismo y relativismo.
Esta oposición se da en todas las
facetas y dimensiones de la realidad: desde los religioso hasta la política,
desde la ciencia hasta el deporte, desde el arte y la cultura hasta la cocina.
En realidad cuando hablamos de “dogmat-ismo” y “relativ-ismo” ya estamos afuera del camino. El sufijo “ismo” – lo sabemos – indica una postura rígida en dirección al
fanatismo.
Desde los –ismos una diálogo y un intento de comprensión reciproca se hace
difícil, sino imposible.
Si tomamos “dogmatismo” y “relativismo”
sin la fuerza excluyente de los ismos,
podemos comprender las dos posturas que se oponen en nuestra cultura
posmoderna.
La postura dogmática defiende el “todos y para siempre” y la postura
relativista defiende el “todo vale y nada
importa”.
El dogmático cree que “su verdad” vale para todos y para siempre.
El relativista cree que no hay ninguna verdad universal y que todo da igual.
En los dos casos, obviamente,
fundamentan sus posturas con argumentos filosóficos y/o religiosos. No voy a
entrar en un tema que nos llevaría demasiado lejos para una breve reflexión.
El primer paso es darse cuenta de la
falacia interna de la cuestión. Las dos posturas son creencias.
Una creencia, por definición, es algo
mental, algo que surge de la mente racional.
La creencia por lo tanto, no puede tener
en ningún caso una pretensión de validez universal y atemporal. La creencia
surge de una mente humana limitada y finita y se expresa en un lenguaje humano,
igualmente limitado y finito.
Por lo tanto:
¿No
es absurdo y hasta arrogante otorgar una dimensión absoluta a una creencia?
Un ejemplo cercano lo puede aclarar: el
dogma cristológico fue expresado en los primeros cuatro concilios de la Iglesia
(325-451) y fue expresado por seres humanos limitados, condicionados por su
tiempo, cultura, educación y fue expresado en el griego clásico.
¿Cómo
puede ser que este dogma no venga revisado, actualizado y expresado hoy?
¿Acaso
no evolucionó el conocimiento y la conciencia humana?
¿Acaso
todos hablan y entienden el griego clásico?
La postura dogmática afirma que el dogma
no puede ser revisado y actualizado.
La postura relativista afirma que el
dogma ya no nos dice nada y no sirve para nada. Hay que desecharlo.
Este criterio lo podemos aplicar, como
dije, a todas las dimensiones de lo real.
En el fondo las dos posturas hacen un
uso incorrecto de la mente y desconocen su funcionamiento.
El dogmático se identifica tanto con su
mente que no puede ver otra cosa y se
cree que “es lo que piensa”: por eso no puede soltar el dogma porque se
imagina que perderá su misma identidad.
El relativista deja que su mente lo
lleve por doquier sin criterios ni rumbo. Es esclavo de la mente por la
identificación opuesta al dogmático.
El dogmático es demasiado excluyente y
el relativista demasiado incluyente.
¿Dónde
podemos encontrar una solución?
La solución no será nunca definitiva,
sino siempre “haciéndose”.
La solución la llamaría “atención
silenciosa”.
El ejercicio de una atención silenciosa de nuestros estados mentales y emocionales nos
da la llave de comprensión.
Empezamos a ver con claridad que “no
somos la mente”: la mente es una herramienta a nuestra disposición. Es una
herramienta de nuestro ser profundo, de nuestra esencia.
Empezamos a usar la mente en lugar de
ser utilizados por ella.
La mente se convierte en una herramienta
práctica para la vida cotidiana y una
herramienta filosófica y poética para expresar el ser y darle
forma concreta, única y original.
Ya no hay lugar para el dogmatismo: vamos tomando conciencia de
la relatividad del pensar y del pensamiento y de las formas de expresarlo.
Ya no hay lugar para el relativismo: vamos tomando conciencia
que hay pensamientos que nos acercan al ser y le dan forma y hay otros que nos alejan del ser y lo de-forman.
Ningún pensamiento y pensar es absoluto
y valido para todos y para siempre.
No todo pensamiento y pensar es igual y
vale lo mismo. Hay una forma de pensar y pensamientos que revelan nuestro ser esencial
y otros que lo ocultan y nos alejan de él.
La atención
silenciosa nos hace descubrir que todo está al servicio del Amor y de la
Vida Una y que todo es instrumento para que el Misterio que nos constituye se
revele, exprese, manifieste.
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