“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos” (15, 5): la vid y los sarmientos, ¿son una sola cosa o son dos?
Ni una, ni dos. Son no-dos.
Esta metáfora tan bella y tan conocida nos abre a la clave del salto de conciencia que se está abriendo camino: la no-dualidad.
Otra metáfora muy usada es la de la ola y el océano: ni uno, ni dos.
¿Cómo explicar o expresar lo que es la no-dualidad?
Es algo difícil, que solo puede ser dicho a través de metáforas o símbolos.
Porque justamente la no-dualidad “rompe” con el esquema mental y racional y con la lógica a la cual estamos acostumbrados.
Escuchamos dos intentos de explicación de dos filósofos españoles:
Antonio Blay afirma: “Solo hay una Realidad. Pero no la vivimos directamente, sino a través de la mente, y la mente la fracciona: cuando la ve dentro, la llama «yo»; cuando la ve fuera, la llama «mundo»; cuando la ve arriba, la llama «Dios»”.
Mónica Cavalle por su parte nos dice: “La expresión “no-dualidad” alude a la intuición y a la constatación vivencial de que el fondo de la realidad es no-dual, es decir, de que, en su última raíz, no hay separación ni dualidad entre el fundamento de la realidad, lo Absoluto, y el mundo, ni entre lo Absoluto y el yo, ni entre el yo y los otros, como no la hay entre el percibidor y lo percibido, el sujeto y el objeto. Si bien en ningún caso los no-dualismos niegan que la dualidad sea la lógica propia del mundo relativo, consideran que la visión no-dual es la modalidad más profunda y radical de experimentar la realidad.”
Si queremos salir de los conceptos, la poesía nos abre con más facilidad la puerta de la intuición.
Uno de los más grandes poetas no-duales es el místico sufí Rumi:
“¡Oh, Dios grande!,
mi alma con la tuya se ha mezclado,
como el agua con el vino.
¿Quién puede separar el vino del agua?
¿Quién, a ti y a mí, de nuestra unión?
Tú te has convertido en mi yo más grande:
ya no quiero volver a ser el pequeño yo.”
El texto del evangelio que hoy reflexionamos es un texto profundamente místico que apunta a la visión no-dual.
Desde siempre la mística – de todas las latitudes y tradiciones – tiene un marcado acento no-dual. Porque la mística justamente vive de la unidad y apunta a la unidad. La mística busca la unión con la divinidad, respira lo Uno y vive de lo Uno.
Jesús sin duda fue un místico: experimentó la plena unidad con Dios y nos invita a entrar en su experiencia: “El padre y yo somos una sola cosa” (Juan 10, 30).
Hay un verbo en nuestro texto que nos puede ayudar a comprender esta tema y, sobre todo a vivirlo.
Es el verbo: “permanecer”. Es uno de los verbos más queridos y más usados por el evangelista Juan. Para él, “permanecer en Dios” (permanecer en el amor) es la síntesis de la vida cristiana.
Y - ¡o casualidad! – es también la síntesis de todas las religiones y tradiciones espirituales de la humanidad. La cumbre de la experiencia espiritual a la cual invitan todas las religiones es la plena comunión y unidad con la divinidad: ¡Vivir en Dios!
“No soy yo que vivo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20) afirma San Pablo.
Esto es valido para todos y no es un logro individual fruto de nuestros esfuerzos o virtudes. Es lo que somos.
Los esfuerzos que se nos piden son para tomar conciencia de nuestra verdadera identidad: Uno con la divinidad. Uno con Cristo.
El camino ascético – con su parte de esfuerzo y disciplina – sirve esencialmente para purificar la mente y des-aprender, para que podamos conectar con la común y maravillosa identidad: la única Fuente, el Misterio sin nombre, el Amor eterno.
Es el “Yo Soy” de Jesús (Jn 8, 58).
Este el salto de conciencia en el cual estamos entrando colectivamente y no habrá vuelta atrás.
Ser conscientes de todo eso y comprometernos en este camino acelerará el desarrollo de la conciencia humana con los respectivos y ansiados frutos: paz, alegría, comunión, fraternidad.
Respiro en calma y percibo la Vida Una,
me hundo en el silencio y encuentro la Fuente.
Me entrego sereno al fluir amoroso de la Vida,
y me percibo Uno con lo divino.
De la mano el silencio me lleva y siento;
siento el Amor Uno que me vive
y el Espíritu Uno que me respira.
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