sábado, 29 de mayo de 2021

Mateo 28, 16-20

 

 

Celebramos hoy la fiesta de la Santísima Trinidad. Hace un par de siglos, el filosofo Immanuel Kant decía algo muy fuerte: “Desde el punto de vista práctico, la doctrina de la Trinidad es perfectamente inútil.

¿Qué les responderíamos a Kant?

Es importante no desechar o descartar las criticas y los cuestionamientos. Muchas veces la criticas apuntan a algo verdadero e indican puntos débiles en nuestra comprensión o en nuestra vivencia.

En efecto, y en mi experiencia, constato con frecuencia que la doctrina de la Trinidad, en la vida concreta de muchos cristianos, tiene poco o nada que ver; no logra producir un cambio de mentalidad, de visión y, sobretodo, no transforma la vida.

 

¿Por qué?

Antes que nada por la manera que tenemos de entender lo doctrinal. Muchas veces las doctrinas se quedan en la mente, en lo racional, y no alcanzan a la vida y a la experiencia. Cuando una doctrina no es fruto de la experiencia y de la vida es como una rama cortada – sin vida y sin savia – por cuanto linda pueda sonar. Las doctrinas pueden ser “fuente de vida” cuando surgen de la vida, ayudan a vivir y se transforman ellas mismas en vida.

En segundo lugar y en profunda conexión con lo que venimos diciendo, las doctrinas no producen frutos, cuando se quedan estancadas y se convierten en creencias e ideologías.

Hay que tener la humildad y comprensión de que toda doctrina, en cuanto surge de una mente finita y limitada, es siempre relativa y parcial. Es un dedo que apunta a la luna. Un simple indicador – a pesar de su solidez e importancia – que señala la Verdad; Verdad que ninguna doctrina puede expresar o encerrar en conceptos.

Esta humildad nos da pautas y posibilidad para hacer un esfuerzo de comprensión y, con ello, llegar a transformar la vida.

 

¿Para que sirve “creer” en la Trinidad si nuestra vida no encuentra la paz y si no crecemos en el amor?

El evangelio de hoy nos sugiere una pista maravillosa. Es el último versículo. El versículo que cierra el evangelio de Mateo. Un versículo excepcional y tal vez uno de los más famosos de todo el evangelio: “yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (28, 20).

No sabemos si fueron palabras realmente expresadas por Jesús o sin son palabras del evangelista. Poco importa. Poco importa porque expresan una profunda verdad. La verdad es más real que la historia y una verdad puede ser expresada también a través de errores históricos, de mitos, de símbolos, de metáforas.

¿Cuál verdad expresa este maravilloso versículo?

La verdad de la Presencia.

José Antonio Pagola lo expresa así: “El Señor resucitado está en la Eucaristía alimentando nuestra fe. Está en la comunidad cristiana infundiendo su Espíritu e impulsando la misión. Está en los pobres moviendo nuestros corazones a la compasión. Está todos los días, hasta el fin del mundo

Ahora nos preguntamos:

¿Qué tiene que ver el Misterio de la Presencia con la Trinidad?

 

Esta Presencia de Dios es justamente un Misterio de comunión. No es una Presencia univoca y monolítica. Dios se manifiesta y revela en todo y en todos, a través de todo y a través de todos. La comunión y la interconexión entre todo es revelación de Dios. La Unidad de Dios es comunión y conexión.

El mismo y único Espíritu se revela en las formas y a través del Espíritu entramos en comunión y conexión con el Misterio divino.

Como explicaba estupendamente Raimon Panikkar a través de un neologismo (una nueva palabra): la realidad es cosmoteandrica. La palabra puede asustar, pero es bellísima y nos revela una verdad cotidiana: lo real está compuesto en esencia de lo divino, de lo humano, del cosmos.

En nuestra vida diaria no podemos separar estas tres realidades. La separación puede ser solo mental, para su análisis y profundización. En lo concreto siempre se dan juntas.

Vivir la Trinidad es vivir desde esta conciencia. No hay algo más hermoso.

Lo que los cristianos explicamos y experimentamos - ¡ojalá así sea! – a través de la doctrina de la Trinidad, las demás tradiciones espirituales y religiosas lo expresan a través de otras palabras, mitos, relatos y ritos.

El zen por ejemplo lo expresa de esta forma: “No podemos ser conscientes del hecho de que somos uno con el universo, ni podemos comprenderlo. Y, sin embargo, vivir nuestra vida firmemente asentada en este hecho es nuestra tarea más grande como seres humanos” (Kodo Sawaki)

 

Esto indica que estamos frente a una de las verdades más profundas de lo real. Una verdad que no podemos terminar de comprender y abarcar racionalmente. Porque somos parte de esta verdad. Vivimos en esta verdad. Estamos hechos de esta verdad.

Como afirmó cabalmente y poéticamente San Pablo: “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hec 17, 28).

Solo el silencio puede comprender algo de este Misterio. Solo desde el silencio nuestra mente se aquieta y la vida brota. Solo en el silencio el Misterio de la Trinidad nos ilumina y transforma nuestra vida.

Y, tal vez, llega una inesperada luz: desde el humilde silencio mental que se convierte en amor y transforma la vida, captaremos algo de este Infinito Misterio que llamamos Trinidad.

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