sábado, 5 de junio de 2021

Marcos 14, 12-26

 


Celebramos hoy la fiesta del “Corpus Domini”, fiesta de la Eucaristía, memorial de la última cena de Jesús.

Se nos presenta hoy el relato del evangelio de Marcos.

La celebración de la Misa está en una profunda crisis. Las razones son, como siempre, múltiples y de distintas envergaduras.

Hay razones teológicas, lingüísticas, rituales, sociales, culturales.

Lo cierto es que la Eucaristía perdió mucho de su fuerza y sentido.

¿Cómo recuperar el sentido original y transformador de la Eucaristía?

Sin duda nos ayuda volver al origen, a la fuente, con el coraje y la humildad de poner entre paréntesis las cuestiones secundarias y de adorno que son transitorias y no afectan a la esencia.

La última cena del Maestro fue la última de muchas cenas y la primera cena eucarística y la última también. Es decir: Jesús “celebró” una Misa sola. Este simple hecho tendría que hacernos reflexionar: ¿es tan necesario celebrar tantas Misas? ¿No sería mejor menos y con más calidad, atención, compromiso, entrega?

Nos preguntamos:

¿Por qué Jesús no lo hizo antes, en una de sus muchas cenas con amigos?

Porque la cena eucarística de Jesús es el resumen de su vida, el gesto de entrega total que anticipa la muerte y nos revela el Misterio de la Unidad.

 

Celebrar la Eucaristía entonces tiene tres ejes esenciales.

 

1.   La memoria de Jesús

La Eucaristía es “memorial”: memoria viva, memoria del maestro que nos trae, a través del Espíritu, su Presencia y sus enseñanzas. Celebrar la Eucaristía es actualizar el mensaje de Jesús para nosotros hoy. El recuerdo de Jesús se hace vivo y vida, hoy.

 

2.   La entrega

La Eucaristía es la celebración ritual de la entrega de Jesús. Jesús hizo de su vida un don, un regalo para todos. ¿Estamos dispuestos a recorrer el mismo camino? Tal vez la Misa está en crisis porque está en crisis nuestra capacidad de entregar la vida. Si la celebración de la Eucaristía no nos convierte en seres más capaces de amor y de entrega, significa que no hemos todavía entendido su significado más profundo. Celebrar la Eucaristía es entregarnos, estar dispuestos a morir, como los budistas “mueren” en sus almohadones de meditación. No hay verdadera entrega que no pase por la muerte del “yo”.

 

3.   La unidad

Las palabras de Jesús sobre el pan reflejan el sentido más hondo de la unidad. Es muy probable que Jesús haya dicho: “Este soy yo”, expresión semítica que, traducida al griego dio origen al famoso: “este es mi cuerpo”. En realidad, lo hemos visto antes, es Jesús que se entrega. No entrega “algo” de él, sino que se entrega a sí mismo. Su “esencia” es entrega. En esta entrega se identifica con el pan. Es el Misterio de la unidad, de lo Uno, que subyace a todo lo existente. Durante su vida – el evangelio de Juan es el más atento al tema – Jesús sugirió varias veces esta Unidad que lo habitaba: “el Padre y yo somos uno” (10, 30), “quien me ve a mi, ve al Padre” (14, 9), “Yo soy” (8, 58).

Celebrar la Eucaristía es sumergirse en lo Uno. Es la experiencia central que toda la mística subraya y nos invita a vivir.

El fondo de lo real es el mismo, es la conciencia Una que se manifiesta en infinitas formas.

Jesús era consciente de este Misterio luminoso y, en la última cena, nos regala el gesto que nos lo recuerda: somos uno. Somos uno con él, como él lo que es con el Padre. Somos uno con la divinidad y entre nosotros.

El Universo entero se asienta sobre el Misterio de lo Uno. Lo Uno es nuestro origen y nuestra meta, es nuestra Casa y nuestro Hogar.

 

 


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