El evangelista Lucas nos regala hoy una
hermosa catequesis sobre la misión y la escucha de la palabra.
Una lectura en el Espíritu – desde la unidad – sugiere que esta
catequesis es para nosotros hoy.
Somos nosotros que hemos echado las redes
y no hemos sacado nada, somos nosotros que hemos vivido y vivimos a menudo esta
dura experiencia de frustración, inutilidad, fracaso.
Y también somos nosotros que – si estamos abiertos y atentos – nos
asombramos de la abundancia de Vida que siempre toca nuestras existencias.
Desde esta lectura contemplativa del
texto – es decir desde el silencio mental y la percepción de la unidad – podemos
vislumbrar el centro de la cuestión.
El centro es la interioridad, el “desde dónde”
actuamos.
¿Cuál
es la diferencia entre la primera e infructuosa pesca de Simón Pedro y
compañeros y la segunda, tan abundante?
Las hermosa invitación de Jesús: “Navega mar adentro, y echen las redes”
(5, 4) la podemos leer no solo en un sentido externo – hacia afuera – sino
también interno: hacia las profundidades de uno mismo y de la realidad.
La escucha de la Palabra de Jesús - que
tantos frutos produce – no es algo exterior o ajeno a nosotros: es nuestra
verdadera identidad, es nuestro auténtico ser. Jesús no nos aliena de nosotros
mismos y de lo mejor de nosotros sino que nos conecta con lo que somos.
Su Palabra no viene “desde afuera” sino
que brota desde adentro. Es la Palabra que nos engendró, que vive en nosotros y
que nos sostiene.
Lo que ocurre es que vivimos alienados
de nosotros mismos, de nuestro centro, de la Palabra creadora. Vivimos desde el
ego y por eso el fracaso está asegurado. El ego vive de los deseos y las necesidades
y por eso su satisfacción es siempre superficial, parcial, temporal.
Cuando vivimos y actuamos desde
“dentro”, desde lo que somos – en nuestro texto la Palabra de Jesús – los
frutos vienen solos. Es la gratuidad en acción.
En realidad no importa tanto lo que
hacemos, sino el “desde dónde”.
Muchas veces lo que hacemos está afuera de nuestro control o depende de las
circunstancias de la vida. En cambio el “desde dónde” – la interioridad y la
conexión con nuestro centro – depende de nuestra atención y nuestro silencio.
Dicho en otras y evangélicas palabras: “Porque al que tiene, se le dará, pero al que
no tiene, se le quitará aun lo que tiene” (Mc 4, 25).
Cuando actuamos desde la gratuidad que
somos todo es Presencia, todo es regalo, todo es sobreabundancia de Vida.
Percibimos que la raíz de lo real es también gratuidad. La reacción normal
entonces es la de Simón Pedro: asombro y sensación de pequeñez.
Cuando actuamos desde el ego – queriendo
satisfacer nuestros deseos y lo que supuestamente nos falta – todo se
transforma en esfuerzo, decepción, amargura y tristeza.
Podemos entrenarnos a mirarnos a nosotros
mismos y a la realidad que nos rodea con los ojos de la gratuidad. La gratuidad
destierra también los miedos.
“No
temas”, le dice Jesús a Pedro. Sin miedo. Amor y miedo son incompatibles: o
vivimos desde el amor o vivimos desde el miedo.
¡Qué hermoso es mirar el mundo sin miedo
y con los ojos de la gratuidad!
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