“Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco”: esta es la hermosa invitación que Jesús hace a sus discípulos en el texto que vamos a reflexionar hoy.
Jesús invita al descanso: ¡qué invitación tan humana, tan sencilla, tan extraordinaria y revolucionaria!
Invitación revolucionaria sobre todo para nuestras sociedades occidentales enfermas de productividad, eficiencia, apuro.
El virus del hacer y de la eficiencia se infiltró en las heridas – como sabe hacer todo virus – de la superficialidad, del progreso y la competitividad y afectó también a la espiritualidad. Parecería que también en el desarrollo espiritual todo es trabajo, esfuerzo, hacer cursos de todo tipo y color, competir, superar a los demás.
No olvidemos la tajante pregunta del maestro: “¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?” (Mt 6, 27).
Corremos el riesgo de perder de vista lo esencial: la gratuidad.
“Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente” nos dice Jesús en el evangelio de Mateo (5, 8) y San Pablo le recuerda a los corintios y a nosotros hoy: “¿qué tienes que no hayas recibido?” (1 Cor 4, 7).
Volver a la gratuidad es fundamental. Sin duda la vida y el camino de crecimiento, nos piden y nos pedirán esforzarnos – es la inevitable dimensión ascética – pero todo esfuerzo y todo caminar hacia la cumbre de la montaña, debe partir de una actitud interior de gratuidad.
Gratuidad que está en la raíz y desde el arranque: ¡tu vida es un regalo! ¡Tu vida es el milagro! ¡Tu existir es un don! Don infinito y para la eternidad.
El descanso nos recuerda todo eso.
Aprender a descansar es una tarea espiritual.
Es el famoso y tan central sentido del Shabat judío, que encuentra su origen en el descanso divino después de la creación: “y Dios descansó el séptimo día” (Gen 2, 2).
Profundizando en la metáfora podemos decir que Dios ama descansar y se regala un tiempo para disfrutar de su obra, contemplar, felicitarse y reposar.
El descanso, entonces, es parte esencial de la vida. Todo lo que vive, descansa… y todo lo que descansa, vive. Es el ritmo natural de la vida, como nos recuerda el libro del Eclesiastés en el capítulo 3.
Descansa la vegetación en el invierno, descansa el cachorro, descansan las aves, descansa la tierra, descansa la energía y descansan las galaxias.
Todo descansa… menos los seres humanos. Nos parece que descansar es perder el tiempo; entonces estamos siempre haciendo o pensando en que vamos a hacer o que haremos.
Parece que nos vamos a dormir simplemente por obligación o estricta necesidad… ¡no hay más remedio!
¡Recuperemos el sano sentido del descanso!
Hoy sabemos también por la ciencia cuán importante es, por ejemplo, el dormir bien y lo suficiente. Durante el sueño el cuerpo se repara y regenera, se restablece el sistema hormonal, la psique se armoniza. La falta de un sueño reparador, afecta a la salud física y mental.
Aprender a descansar es también fundamental para nuestra vida espiritual y nuestro crecimiento.
En la tradición mística se utiliza un concepto fascinante: el descanso en Dios.
¿Qué significa?
Descansar en Dios, es rendirse a la vida y al amor.
Descansar en Dios, es el suspiro de la entrega total y serena.
Descansar en Dios, es aceptar la vida con todas sus luces y sombras.
Descansar en Dios, es descubrir que la gratuidad es la fuente de la Vida.
A veces el Espíritu nos regala experiencias puntuales del “descanso en Dios”: son momentos extáticos, de pura dicha y serenidad. Momentos donde comprendemos desde dentro que todo está bien, todo es perfecto. Son momentos de disfrute integral de la vida y de la Presencia.
No podemos terminar nuestro compartir sin traer al corazón estos famosos y extraordinarios versículos:
“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11, 28-30).
Jesús nos resuelve el agobio y el cansancio: volvamos a él, volvamos a descansar en Dios.
¿Por qué el yugo de Jesús es suave y su carga es liviana?
Porque Jesús vive desde la gratuidad y desde la consciencia de la Presencia. Jesús sabe que todo es para bien, todo tiene un sentido, aunque no lo veamos.
Por eso Jesús puede aflojar la tensión interior y entregarse al dinamismo maravilloso del amor.
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