El texto de hoy es un texto de profunda
sabiduría. Lucas nos muestra a Jesús como un maestro sabio que enseña los
secretos de la vida. Jesús se inserta en la tradición de sabiduría de su pueblo
y de la humanidad entera. Jesús no inventó la sabiduría ni es el primer sabio.
Es importante reconocer la profunda humanidad de Jesús el cual da continuidad a
lo que lo precedió y es también importante saber captar la novedad de su
enseñanza y propuesta de vida.
La primera enseñanza de hoy se resume en
el refrán: “donde tengan su tesoro,
tendrán también su corazón” (Lc 12, 34).
¿Qué
quiere expresar? ¿Qué quiere decir?
En el versículo anterior Jesús había
invitado a construir la vida sobre algo eterno: “Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en
el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla” (12, 33)
Es este un versículo que podríamos
tranquilamente escribir en un papel y tenerlo siempre a la vista, sobre nuestro
escritorio, mesa de luz, o pegado a la heladera.
Es uno de los grandes secreto de la
vida: el desapego de lo pasajero. Todo pasa. Jesús reafirma uno de los ejes de
la tradición budista.
Aferrarse a lo que pasa y construir una
existencia sobre lo pasajero es sinónimo seguro de sufrimiento.
Descubrir lo eterno y construir a partir
de ello y sobre ello es una de las claves de la sabiduría.
Podemos ahora comprender más cabalmente
la máxima: “donde tengan su tesoro,
tendrán también su corazón.”
El “tesoro” expresa la dimensión de
comprensión y el “corazón” expresa la dimensión emocional y afectiva.
Muchas veces nuestra comprensión del
“tesoro” es superficial: sueños y deseos pasajeros. Cuando es así nuestra
emotividad y nuestros sentimientos se aferran a este “tesoro” frágil y
vulnerable y entonces nuestra vida se encuentra perdida y sacudida.
Desarrollar una comprensión más profunda
y real es fundamental. No es una simple cuestión de inteligencia racional. Hay muchísima
gente muy preparada e inteligente que no tiene una comprensión profunda del
“tesoro”. Lo vemos en el mundo de la fama, del dinero, del deporte, del
espectáculo: personas con todas las posibilidades que desperdician su vida. Y
sufren.
La comprensión del “tesoro” no es
entonces cuestión de racionalidad o de capacidades intelectuales. Es cuestión
de sabiduría. Es una comprensión intuitiva e integral. Es la comprensión
interior que logra ver lo eterno y la uno.
Es una compresión que surge justamente
del corazón. Por eso que el corazón encuentra ahí su plenitud y su paz.
Como todos los maestros de sabiduría
siempre supieron y como la tradición bíblica confirma: conocer y amor son las
dos caras de la misma moneda.
No se puede amar lo que no se conoce y
no se conoce lo que no se ama. Dicho de otra forma: amor y conocimiento son lo
mismo desde distintas perspectiva.
¿Cómo
aprender y ejercer una comprensión que nos lleva a la unidad de “tesoro” y
“corazón”?
¿Cómo
desarrollar una compresión que permita a nuestro corazón descansar seguro en el
“tesoro”?
El texto evangélico de hoy nos da la
segunda pista de sabiduría: la atención.
“Estén
preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas” (12, 35).
Es un llamado a despertar, un llamado a
ser más conscientes.
“Despertar
es darnos cuenta que vivimos dormidos. Para vivir despiertos es importante
vivir más despacio, cuidar mejor el silencio y estar más atentos a las llamadas
del corazón. Sin duda lo más decisivo es vivir amando. Solo quien ama vive
intensamente, con alegría y vitalidad, despierto a lo esencial.” (J.A.
Pagola).
¿Por
qué es tan importante la atención?
Porque la atención nos conduce a niveles
más altos de conciencia. La atención – amorosa y sostenida – nos abre a la
comprensión profunda.
Cuando estamos atentos no entramos en
los juicios y enredos mentales. Simple y maravillosamente “estamos ahí”.
Entramos en el rol del observador imparcial de la vida: “Deja que tus ojos permanezcan vacíos de interpretación y el Ver
ocurrirá en Silencio” (Mooji).
Estando atentos aprendemos a amar y
recibir la vida, integral y amorosamente… y, de repente ocurre lo insospechado y maravilloso:
cuando tú estás atento a la Vida, la Vida está atenta a ti. Cuando tu te ocupas
de vivir, la Vida se preocupa por ti.
“Les aseguro que él mismo
recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos” (12,
37).
Practicar la atención es la clave de la comprensión, la
comprensión nos llevará a elegir sabiamente nuestro “tesoro” y el “corazón”
encontrará ahí plenitud y paz.
Ejercitamos entonces la atención. Démonos espacios y tiempos de
profunda atención. Atentos a la Vida que siempre y solo está ocurriendo aquí y
ahora. Regalémonos espacios de silencio interior donde podamos estar atentos a
lo que nos ocurre adentro.
Caminemos por la Vida y en la Vida más despacio: atentos al
otro, atentos a cada expresión que la Vida tiene preparada para nosotros. Toda
una maravilla, todo un regalo.
Recibiendo el regalo, tu misma vida se transformará en el regalo
más hermoso: para ti mismo y para los demás.
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