El texto de hoy viene a continuación del
relato de las tentaciones de Jesús (Mt 4, 1-11).
Jesús, superadas las tentaciones,
empieza su vida publica y su anuncio del Reino de Dios.
Mateo, como es su costumbre, quiere
subrayar que Jesús es el Mesías esperado, que cumple con las profecías del
Antiguo Testamento.
Por eso que cita al profeta Isaías: “El pueblo que caminaba en
las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el
país de la oscuridad ha brillado una luz” (Is 9,
1).
Mateo sugiere que Jesús es la luz y que
su misión y predicación iluminarán la oscuridad.
Luz y oscuridad son, tal vez, los
símbolos más usados en la vida espiritual.
Nuestras existencias personales oscilan
entre luz y oscuridad, luces y sombras. Así también podemos leer el camino de
los pueblos y las naciones.
También podemos interpretar de esta
manera el camino de la humanidad en general: un proceso donde luz y oscuridad
conviven, como el trigo con la cizaña (Mt 13, 24-30).
Luz y oscuridad son una de las parejas de
opuestos que constituyen nuestra experiencia dual, así como: vida/muerte,
bien/mal, bello/feo, tiempo/eternidad.
¿Habrá
una manera para “escapar” de la dualidad que nos atrapa y vivir en plena luz?
Es la pregunta fundamental.
La respuesta, lo pueden imaginar, es si.
Pero no es tan sencillo – y tal vez imposible
– comprenderlo a nivel mental. Por una razón muy simple: la mente misma es
dual.
¿Cómo
salir de la dualidad desde la dualidad?
Imposible. En el fondo es lo mismo que
decía Albert Einstein: “Ningún problema puede ser resuelto en el mismo nivel de
conciencia en el que se creó”
Me parece algo obvio. Tan
obvio que todavía a la humanidad cuesta verlo y asumirlo.
Se intentan resolver
conflictos y arreglar las cosas desde la mente. Por eso no funciona – o funciona por breve tiempo o
superficialmente – y se regresa al conflicto, la incomprensión y la
violencia en muchos casos.
A nivel macro, solo unos
ejemplos: el mercosur, la unión europea, el dialogo en medio oriente, el
dialogo ecumenico entre cristianos y entre distintas religiones.
Hasta que quedamos atrapados
en el mundo dual no hay forma de salir definitivamente del conflicto, interno y
externo. Seguiremos zarandeados entre luces y sombras y culpando al exterior de
la sombra y, en muchos casos, maldiciendo la misma sombra.
El único camino es
trascender la mente e instalarse en el Reino del Espíritu.
Reino del Espíritu que es el
Reino de los cielos o el Reino de Dios que Jesús anuncia y vive en primera
persona. El Reino del Espíritu que es nuestra identidad no dual, nuestra Casa,
nuestra esencia.
Más allá de la mente se
abren las anchas praderas del Amor y del Ser.
¿Cómo trascender la mente?
Observandola y
silenciandola. Cuando observamos la mente tomamos distancias y nos damos cuenta
que no somos ella: ¡la podemos
observar! Somos mucho más que nuestra mente (pensamientos, sentimientos, emociones).
El silencio es la puerta de
entrada a lo UNO: salimos de la dualidad, nos instalamos en el Ser y permitimos
que el Amor que somos se exprese
dualmente.
Es esencial comprender eso:
la experiencia concreta y dual de la vida – luces
y sombras – es expresión de nuestra identidad no-dual, Luz.
Volviendo a nuestro simbolo:
somos LUZ, que se expresa y manifiesta de manera dual, luces y sombras.
Lo invisible (lo no-manifestado) es lo Uno que somos y lo
visible (lo manifiesto) la expresión
dual de Eso que somos.
Cuando, a través de la
observación y del silencio, nos instalamos en la Luz que somos podremos vivir
las manifestaciones concretas de nuestra esencia – luces y sombras – desde una
profunda paz y alegría.
Es la maravilla que Jesús
vino a revelarnos. El Misterio que llamamos “Dios” es nuestra propia esencia,
la Vida de nuestra vida. Ese Amor y esa Vida se revelan, manifiestan y expresan
en todo lo que vemos, adentro y afuera de nosotros.
Es la infinita riqueza del
Amor que desborda continuamente de sí mismo: expresandose, creandose y
reinventandose en cada momento.
A este punto: ¿Qué problema hay si la Luz se manifiesta
como sombra?
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