Reinterpretando la oración cristiana por excelencia
El Padre
Nuestro es sin duda la oración cristiana más conocida y utilizada. La
encontramos en Mateo 6, 9-14 y Lucas 11, 2-4.
Encuentra sus raíces en el mismo Jesús,
aunque, es muy probable, con adaptaciones de los evangelistas.
De toda forma el “Padre Nuestro” entró
en la tradición cristiana y es la oración vocal por excelencia del
cristianismo.
Sin duda refleja la experiencia de Jesús
y por eso tuvo tanto éxito y sigue siendo importante.
Pero, como todo el evangelio, necesita
una revisión y una reinterpretación a la luz de la evolución de la conciencia
humana y, con ella, de la espiritualidad. Un paradigma nuevo está emergiendo y
querer resistirnos – con todas las escusas que somos hábiles en encontrar –
simplemente nos generará sufrimiento y nos situará al margen de la historia y
de la vida concreta de la gente.
Esta reinterpretación en realidad va al
centro de la cuestión:
¿Cuál
es el mensaje eterno contenido en esta oración?
¿Cuáles
son las cosas que podemos dejar de lado?
Reinterpretar no significa anular o
borrar, sino profunda y simplemente, convertirlo en algo actual, vivo,
presente. Significa también re-significar y captar el mensaje perenne.
Analizamos frase por frase.
“Padre
Nuestro”
Jesús se refiere a Dios como “Padre”.
Jesús es un judío y se inserta en la fe y la tradición de su pueblo. Hay que
tomarse en serio la humanidad de Jesús y la encarnación.
Jesús utiliza la palabra “Padre” porque tal vez era la única
palabra más o menos comprensible y aceptable en su cultura con la cual
transmitir su experiencia. Aunque, por el otro lado, la misma palabra “Padre”
es bastante revolucionaria y novedosa porque sugiere toda una cercanía con la
divinidad que no era característica de la fe judía. En Mc 14, 36 encontramos el
único testimonio del uso de la palabra Abbá
(papá) que, según los expertos, podemos atribuir al mismo Jesús. En el Nuevo
Testamento tenemos otros dos lugares que trasmiten la palabra Abbá: Rom 8, 15 y Gal 4, 6.
Hoy en día sabemos que todo lenguaje
sobre lo divino tiene que ser necesariamente simbólico. El Misterio que
llamamos “Dios” está siempre más allá de nuestras palabras y definiciones. Por
eso también la palabra “Padre” hay que tomarla en sentido simbólico.
“Padre” nos dice algo sobre el Misterio, pero es mucho más lo que no dice. Por eso podemos utilizar otras
metáforas o símbolos: Madre, Espíritu, Vida, Amor, Conciencia, Fuente, Origen,
Ser, Luz, Vacío.
Cuando utilizamos la palabra “Padre” hay
que estar atentos a no caer en un absolutismo o antropomorfismo. Es simplemente
una posible manera – relativa y
parcial – de dirigirnos al Misterio.
Con
“nuestro” se subraya el carácter de comunión del Misterio. Indica el
Misterio de la Unidad y de lo Uno. La Fuente es Una y todo participa de la
misma Fuente.
En este sentido “nuestro” hay que
ampliarlo a toda la creación y no solo a los seres humanos. Es un “nuestro” con
el cual resuena el fuerte llamado ecológico de nuestro tiempo. “Todo es de
ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios” (1 Cor 3, 22-23); “Que todos
sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17, 21).
Es un “nuestro” universal y totalmente
inclusivo.
Lo esencial es salir del dualismo: del
lenguaje y existencial. Cuando decimos “Padre” (o cualquier otra palabra con la
cual nos referimos al Misterio último) no nos estamos dirigiendo a un Ser
Todopoderoso “afuera”, existente en un mundo aparte. ¡No hay nadie “ahí
afuera”!
Nos estamos refiriendo al Espíritu que
es uno con todo, que todo sostiene en el ser y que está más allá de todo; el
Espíritu de interconexión que nos constituye y en el cual y desde el cual
somos. Ni uno, ni dos: como el bailarín y el baile.
El viejo paradigma se está lentamente extinguiendo.
El teísmo ha caducado. Nos dimos
cuenta de que no existe un “Dios Todopoderoso” como Algo independiente,
separado y externo. Este supuesto “Dios” era una creación mental.
El fin del teísmo supone el fin del
dualismo y la toma de conciencia del Misterio divino desde otro nivel de
conciencia y otro paradigma.
Esta lectura mística o no-dual de
“Padre” hay que tenerla siempre muy presente porque es la piedra angular de
todo lo que sigue. Cuando el lector se encuentra confundido con lo que sigue,
tendrá que volver a este primer párrafo. La visión no-dual o mística es la que
sostiene todo y si no estamos anclados en este punto no podremos comprender lo
que sigue.
Desde esta comprensión se deriva
naturalmente que cada pedido del “Padre Nuestro” no está dirigido “afuera” (¡no
hay nadie afuera!): está dirigido adentro, al Misterio que nos hace ser, aquí y
ahora. Hay que mantener viva la paradoja: nos dirigimos al Misterio que nos
constituye y nos trasciende y con el cual no somos ni uno, ni dos. Por eso que,
de cierta manera, los pedidos del Padre
Nuestro son dirigidos a nosotros mismos.
“que
estás en el cielo”
A partir de lo que dijimos antes queda
claro que “cielo” es una metáfora. Es una metáfora de la trascendencia: Dios es
totalmente otro, es el Misterio inalcanzable. “Cielo” no indica un lugar, sino
un no-lugar. Tampoco indica lejanía.
Expresa simple y profundamente que el Misterio último de lo real (lo que en
términos cristianos llamamos “Dios”) no es accesible a nuestras mentes, no es
manipulable, es indefinible e innombrable.
“santificado
sea tu nombre”
El nombre en la tradición judía expresa
a la persona, a su identidad y su misión. Tiene mucha importancia. Santificar el nombre es llevar a
plenitud lo que el nombre expresa y significa. Podemos expresarlo así: que el
Misterio de Vida y de Amor – lo que somos
y del cual participamos – se manifieste y resplandezca en el Universo
entero.
“venga
a nosotros tu reino”
Pedimos que la Presencia de Dios – Misterio de Amor y Vida – impregne
nuestras existencias. Pedimos apertura de mente y corazón para recibirlo. Nos
disponemos a estar abiertos y receptivo. El Reino es un regalo y en el fondo
expresa lo que somos. Cuando conectamos con el Reino que vive en nosotros
podemos co-crear para que este Reino tome forma socialmente y tomará la formas
del Amor que es: justicia, fraternidad, solidaridad, igualdad. Es el mundo
nuevo que surge de la gratuidad y de la conexión con nuestra verdadera
identidad. El mundo nuevo no se construye desde la lucha y la voluntad, sino
desde el reconocimiento agradecido del Amor que somos y como expansión
espontanea de ese mismo Amor. Ser receptivos: no podemos dar lo que no tenemos.
“hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo”
Desde la comprensión mística y
silenciosa del Misterio podemos captar fácilmente que la “Voluntad de Dios” no
es algo externo e impuesto. En el anterior paradigma mítico-racional hemos
aplicado a Dios – sin más – nuestras
experiencias humanas y duales. En este caso, a partir de nuestra experiencia de
tener una “voluntad”, hemos aplicado a Dios una “voluntad divina”. Detrás de la
creencia de “la voluntad de Dios” está siempre una concepción teísta de lo divino (volver al primer
punto); Dios sería un Ser superior separado con tanto de cualidades humanas elevadas
a lo infinito: voluntad, pensamientos, sentimientos, etcétera.
La visión mística nos hace ver las cosas
de otra manera. Si el Misterio que llamamos “Dios” es la raíz vital de todo lo
que existe, la Vida de toda vida, el Espíritu de interconexión y la esencia de
todo lo que es y existe, podemos comprender la “voluntad de Dios” como lo que
es, aquí y ahora. Si Dios es, lo que ocurre (lo que está siendo) es expresión de lo que es. Entonces no hay una “voluntad de
Dios” afuera o independiente de la realidad concreta del momento presente. Por
cuanto nuestra mente se rebele y juzgue, lo que es es lo que es. Y si algo está siendo, Dios está ahí, siendo también.
No podría ser de otra manera. Dicho esto podemos dar un paso más. Hay
situaciones en la existencia de mucha personas que son muy dolorosas y hay
situaciones de violencia, odio, opresión. ¿Está también Dios ahí? ¿Es también
esto “voluntad de Dios”?
Sin duda Dios está ahí, porque “también en el infierno floreces las violetas”,
como dijo el poeta (Domenico Ciardi). O, como dice Maestro Echkart, “Dios se manifiesta tanto en el bien, como en
el mal”. También puede ayudarnos a comprender lo que dice Simone Weil: “No ejercer todo el poder de
que se dispone significa soportar el vacío. Esto va en contra de todas las
leyes de la naturaleza: sólo la gracia puede conseguirlo. La gracia colma, pero
sólo puede entrar allí donde hay un vacío para recibirla, y ella es quien hace
ese vacío.”
¿No será la experiencia del
dolor y del mal este vacío necesario para que la gracia lo llene?
Dios está ahí porque la situación de
dolor es, está siendo. Solo en Dios y desde Dios algo puede ser. Podemos decir
que, paradójicamente, Dios está Presente como
Ausencia y como grito de que solo el Amor es real. El dolor entonces se
convierte en el gran maestro. Como afirma el místico sufí Hafiz: “El dolor es maestro, que va buscando a los que huyen del
Amor”. El
sufrimiento que experimentamos – tanto a nivel individual, como colectivo – es
perfecto y necesario para nuestro aprendizaje y despertar al Amor que somos.
Cielo y tierra expresan la dualidad de
la existencia. En el paradigma teísta indicaban dos mundos separados: “cielo”
el lugar de lo divino y “tierra” el lugar de los humanos (y, debajo de la
tierra, el lugar de los muertos).
Desde el paradigma no-dual hemos comprendido que solo hay un mundo, solo un Universo:
divinidad y humanidad (con toda la creación incluida) son dos caras de lo
mismo. El dogma cristológico lo expresa acertadamente: en Jesús hay dos
naturalezas “no confundidas, no
cambiadas, no divididas, no separadas”. Todavía no hemos comprendido su
alcance universal y su profundidad.
“Cielo” y “tierra” son expresión de lo
mismo desde dos perspectivas.
“hágase tu voluntad en la tierra como en
el cielo” vendría a expresar algo parecido: que podamos aceptar radical y totalmente el aquí y el ahora, darnos cuenta que
la Presencia lo llena todo y que nosotros somos esa misma Presencia en forma
humana y estamos llamados a vivir desde esta Presencia.
“Hágase tu voluntad” en el nuevo paradigma
místico sería: acepto lo que viene y dejo ir lo que se va, desde la profunda
paz de la presencia consciente. Es el principio fundamental de la aceptación.
Cuando aceptamos radicalmente la realidad se nos abren los ojos y nos
encontramos en Dios.
“Danos
hoy nuestro pan de cada día”
El pan simboliza distintas dimensiones:
las necesidades concretas, lo cotidiano, la realidad universal. Pedimos la
capacidad de vivir el presente – “danos hoy”
– desde la conciencia que en el presente tenemos todo lo que necesitamos para
nuestro crecimiento y desarrollo. Todo es un don y si algo no lo tenemos es
porque no lo necesitamos. Como decía San Francisco: “necesito poco y lo poco que necesito lo necesito poco”. Pedimos la
conciencia de la plenitud del presente.
“perdona
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”
No podía faltar en esta hermosa oración
el tema del perdón. Perdón que también es uno de los mensajes claves de Jesús y
del evangelio.
Desde la comprensión/visión no-dual nos
damos cuenta que no hay nada que perdonar en realidad. Entrar en la dinámica
del perdón es comprender que no hay nada que perdonar: hay errores que
reconocer y responsabilidades para asumir.
No hay nada que perdonar porque no
existe la culpa y no existe el “pecado” entendido moralmente. El sentido
evangélico de “pecado” es “errarle al centro”, es decir, equivocarse, no lograr
ver bien.
Cada cual actúa siempre desde el nivel
de conciencia en el cual se encuentra. Por eso no hay culpa, hay ignorancia e
irresponsabilidad. Hay ceguera y esta ceguera no es culpable, porque es fruto
de la inconsciencia. Jesús se dio cuenta de todo eso cuando dijo antes de
morir: “Padre perdónalos porque no saben
lo que hacen” (Lc 23, 34).
Si “no saben lo que hacen” en realidad
son inconscientes y, por eso mismo, sin culpa.
El tema de la consciencia e
inconsciencia es esencial.
¿Un asesino es consciente que está
matando? En un nivel muy superficial – diríamos racional – obviamente es
consciente, a menos que sufra graves trastornos psíquicos. Pero en un nivel más
profundo es inconsciente, es decir, no es consciente de lo que significa matar
a un ser humano, no percibe el valor de la vida y la gravedad del acto de
matar.
Un ser humano plenamente consciente de sí
mismo y de la cualidad de lo real puede hacer solo una cosa: amar. Por eso que
Jesús, Buda y tantos otros vivieron siempre en un amor total y radical. Su
consciencia era plena y diáfana.
La plena conciencia es la visión diáfana
que lo único real es el Amor. Por eso que cada vez que no estamos amando, de
cierta manera, hemos entrado en cierto nivel de inconsciencia.
Perdonarse y perdonar es darse cuenta
que en el fondo nunca hubo culpa, solo Amor no reconocido, no visto, no
asumido.
Con el perdón también nos damos cuenta
de la esencial reciprocidad y unidad entre el Misterio divino y las relaciones
humanas. Desde la visión mística de lo real se nos regala la experiencia de la
Unidad: percibimos que realmente “somos uno”, procedemos de la misma Fuente y
somos expresión de la misma Vida. Vemos claramente que en el fondo “el otro soy yo”. Por eso que perdonar es
perdonarse y perdonarse es perdonar.
“Perdona
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”:
Con esta frase pedimos la conciencia de
la inocencia de todos y de todo y el don de la visión correcta y de la
comprensión.
El verdadero y definitivo “perdón” es
darse cuenta de la inocencia y, cuando nos damos cuenta de la inocencia, ya no
hay nada que perdonar.
En el fondo toda la enseñanza y la
practica de Jesús sobre el perdón van en este sentido. “Entonces se
adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi
hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No
te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-22).
“Setenta veces
siete” equivaldría a “siempre”, pero lo
podemos interpretar así: hasta que te puedas dar cuenta de la inocencia.
Todo esto no significa que en un nivel
más superficial sigamos “perdonándonos” y “pidiéndonos perdón”: en lo concreto
de las relaciones humanas puede ser de gran ayuda. Pero lo hacemos desde la
inocencia radical que hemos descubierto: nada que perdonar, solo la necesidad
de ser más responsables y de crecer en consciencia.
“no
nos dejes caer en la tentación”
Desde la visión teísta de la divinidad podemos ver claramente el absurdo de este
pedido: ¿Cómo Dios – Misterio de Amor
Infinito – puede tentarnos o dejarnos caer en la tentación? Desde esta
visión se derivó también el absurdo concepto de la vida como una prueba: Dios
nos probaría en esta vida y si nos portamos bien nos salva. ¿Qué sentido tiene
un Dios que crea un mundo maravilloso, lleno de vida, simplemente como una
prueba para la “otra vida”? Una imagen así de lo divino no es muy alentadora
que se diga y menos cristiana.
“Dios” no tienta a nadie y la vida no es
una prueba. “Dios” mismo está involucrado en la vida, es la Vida misma, la mismidad (esencia) de cada cosa. Si
somos coherentes con la visión no-dual podemos decir que Dios mismo está
confundido en nuestra confusión, Dios mismo se deja “tentar” en nuestras
“tentaciones”. Repito: no hay separación. Ni uno, ni dos: el océano y las olas.
Lo que, a nivel psicológico, experimentamos como
tentaciones no es otra cosa que el necesario proceso psico-espiritual de
purificación y crecimiento.
Desde la experiencia mística y no-dual
podemos comprender la frase de esta manera: no dejes – no dejemos – que la ilusión de la separación nos atrape, no dejes –
no dejemos – que la ceguera nos
impida ver la realidad y darnos cuenta del Amor que todo lo llena.
“y
líbranos del mal”
Hemos visto que desde la experiencia
mística lo que muchas veces – apurándonos
– llamamos “mal” también puede ser el lugar de una experiencia del Misterio.
Más aún. Dijimos que también en lo que llamamos “mal” Dios está presente y se
manifiesta.
Desde la visión no-dual comprendemos
entonces que el único “mal” real es la ignorancia y la ceguera. Dicho de otra
manera: la inconsciencia. Vivir esclavo del pensamiento, en la superficie, sin
interioridad ni profundidad.
Con esta petición pedimos la liberación –
liberarnos – de la ignorancia y la
ceguera para saber descubrir la Presencia del Misterio que nos constituye y que
todo lo llena.
Conclusión
¿Tiene
sentido seguir rezando el “Padre Nuestro” hoy?
La
pregunta que puse como titulo para la reflexión era un poco provocativa, soy
consciente. A veces es necesario “provocar” y “dejarse provocar” para
desinstalarnos de nuestras creencias y comodidades, para salir de cierta zona
de confort espiritual que bloquea el desarrollo.
Se
puede seguir rezando el “Padre Nuestro”, si claro. Con unas aclaraciones.
El
“Padre Nuestro” nos mantiene conectados a la experiencia histórica de Jesús, a
su sentir y su caminar por las tierras de Palestina. También nos mantiene
unidos a la tradición y a la historia del cristianismo. Es un vinculo de unión
y nos hace sentir familia.
Por
el otro sería importante rezarlo desde el nivel de conciencia que hemos tratado
de explicar en esta reflexión. Conscientes que las palabras no pueden aferrar ni poseer a Dios, sino que son símbolos que nos invitan a mirar más
allá.
En
mi experiencia personal rezo el Padre Nuestro en ámbito litúrgico o en la
catequesis. En la liturgia nos hace sentir familia y nos une y en la catequesis
tiene una importancia pedagógica para los niños. La oración vocal es una etapa
del desarrollo espiritual y los niños necesitan algo concreto y común al cual agarrarse.
En
mi oración personal ya no rezo el Padre Nuestro. Ya no necesito rezarlo. Mi
oración personal está hecha total y radicalmente de silencio. Ahí,
paradójicamente, encuentro todo y las palabras, simplemente sobran.
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