En el texto de hoy Mateo nos muestra
concretamente lo que significa que Jesús “no
vino a abolir la ley, sino a darle plenitud”.
“Ustedes
han oído que se dijo: Ojo por ojo
y diente por diente” (5, 38
– Ex 21, 24): esta era una ley del Antiguo Testamento – la famosa ley del talión
– y en aquel tiempo y contexto era un avance en humanización: la venganza por
un daño recibido no se podía dejar a la arbitrariedad, sino que tenía que ser
proporcional.
La conciencia
humana evoluciona y crece en los procesos y la Biblia es también la historia de
esta evolución humana a la luz de la presencia y la pedagogía de Dios.
Como decía el
teólogo uruguayo Juan Luis Segundo la clave para leer la Biblia está en el aprendizaje.
Todo el camino humano es un “aprender a aprender”. El proceso pedagógico que
Dios hace con la humanidad desde dentro de la historia es el proceso del
“aprender a aprender”.
Con Jesús llegamos al centro de la
cuestión, a la plenitud de la ley.
“Ustedes
han oído que se dijo: Ojo por ojo
y diente por diente”: “pero
yo les digo…” (5, 39). En este “yo les digo” está la plenitud y el
significado de toda la ley: el amor.
Como vimos la
semana pasada, toda ley está en función y a servicio del amor.
“si
alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la
otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale
también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos
con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte
algo prestado” (5, 39-42).
Con Jesús la
revelación del amor llega a su plenitud y no solo por sus palabras, sino por su
manera de vivir y por su entrega hasta la muerte en cruz y la resurrección.
Toda la ley y
todas las palabras de Jesús son herramientas que nos conducen paulatinamente al
descubrimiento del amor.
Un
amor hasta sus más altas exigencias y manifestación: “Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (5, 44).
Todo
esto puede parecernos utópico e hasta imposible para personas comunes como
todos nosotros. Tal vez pensamos que es un llamado reservados a pocos elegidos
o a personas con dones especiales.
En
realidad no es así: el llamado al amor radical es para todos. La razón es muy
simple: el amor es lo que somos, lo que define nuestra esencia, lo que nos
sostiene desde dentro a cada instante.
Por
eso que estas altas exigencias del amor no pueden ser una tarea del “yo”. No
llegamos a la cumbre del amor con la voluntad o el esfuerzo.
La
sola voluntad o el simple esfuerzo llevan a la frustración, al cansancio y al
orgullo.
La
clave la encontramos en el versículo final: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (5,
48).
“Perfecto”
traduce el término griego τέλειός (teleios), pero τέλειός tiene justamente el sentido de completo, pleno.
La traducción “perfecto” aunque es aceptable, refleja una cosmovisión y el
antropomorfismo subyacente: aplicamos a Dios nuestro concepto humano de
perfección. En este sentido la invitación de Jesús es absurda e incomprensible
y, más aún, puede llevar a trastornos psico-espirituales.
Entonces podríamos traducir de esta manera: “Sean completos como es completo el Padre que está en el cielo”.
“Sean completos” no hay que
leerlo en un sentido futuro y de un logro de algo que ahora no poseemos. “Sean completos” hay que leerlo en su
sentido afirmativo y actual: ustedes son completos y plenos como el Padre.
Justamente porque la experiencia y la visión de Jesús sugiere la no-dualidad:
Dios no es un Ser separado sino el Misterio de Amor en el cual “vivimos, nos movemos y existimos” (Hc
17, 28).
“Sean completos”: vivan a partir
de la plenitud que son y de la plena comunión de amor con el Misterio. Vivan
desde la plenitud de Dios en la cual están sumergidos y de la cual son
manifestación.
Dios es plenitud y el amor es plenitud. El amor, en su sentido estricto, no
tiene que ver con los sentimientos y las emociones. Los sentimientos y
emociones simple y maravillosamente son reflejos (pueden reflejar) del Amor que
todo lo constituye.
Amor es la esencia de lo Real. Amor es la totalidad de lo que somos y lo
que es.
Por eso que la clave para vivir este amor en lo concreto de nuestras
existencias no está en el esfuerzo de voluntad individual – esfuerzo destinado al fracaso – sino en
el reconocimiento de nuestra identidad completa.
Somos uno con este Dios, somos uno con el Amor.
Cuando descubrimos que nuestra identidad profunda, como la identidad de
todas las cosas, es amor, nos viviremos desde ahí. Nos viviremos desde el amor
que somos como un dejar fluir nuestra propia esencia. Entonces todo es posible,
entonces ocurren milagros por doquier. Descubriremos que “el otro soy yo” y por eso no existen “enemigos”; el “enemigo” es
una creación y reacción mental de quien se cree separado y se vive desconectado
de su propio ser.
Esta es la historia de los santos y los místicos: no es la historia de superhéroes
o superhombres. Es la historia de personas comunes y “normales”, con limites y
dones, que supieron ver y conectar con su propia esencia.
Desde ahí, en sentido estricto, no fueron ellos los que amaron y los que
hicieron de su propia vida una entrega.
Fue el Amor mismo, que cuando encuentra el vacío, puede expresarse libre y
plenamente.
Fue Dios mismo que se vivió a través de personas libres de su ego, de su
“yo” superficial.
Dejémonos alcanzar por la plenitud de Dios. Dejémonos vivir por el Amor que
somos y que todo lo llena.
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