“Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza” (15, 25).
La famosísima y bellísima parábola del “Padre misericordioso”, del “hijo prodigo” o de “los dos hijos” nos invita a escuchar la música y a danzar.
Los místicos sufíes hacen de la música y la danza, las herramientas centrales de la búsqueda y la comunión con Dios. Podemos aprender muchos de ellos y salir de una perspectiva puramente racional.
Nos dice Rumi: “Cuando estoy en silencio, llego a ese lugar, donde todo es música.”
Y Hafiz nos sugiere – y es la frase que da el nombre a mi propio blog –: “Soy un agujero en la flauta por donde se mueve el aliento de Cristo. Escucha está música.”
El evangelio nos invita a danzar la vida. Este maravilloso universo es una danza divina a la cual estamos invitados.
“Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza” (15, 25): este versículo nos regala pistas extraordinarias para nuestro caminar en este tiempo de Cuaresma.
“Al volver”: estamos volviendo, como el hijo prodigo. Estamos en el éxodo y estamos en Casa, simultáneamente. Estamos volviendo al lugar desde donde nunca nos fuimos: es la paradoja esencial y existencial. Estamos en Dios, nuestra Casa y nuestro Hogar, pero también estamos en el éxodo, en esta aventura humana, sujeta al espacio-tiempo y a múltiples limitaciones. Por eso la parábola de Jesús gira alrededor de la casa, del viaje y del regreso. Mantener la consciencia de que estamos en Casa, nos permitirá vivir la vida como una hermosa danza, en nuestro éxodo y regreso.
“Cerca de la casa”: siempre estamos cerca de la Casa. Thich Nath Hanh decía: “He llegado, estoy en casa”. En el fondo, siempre estamos en Casa, porque vivimos en la Presencia, en el Espíritu. La experiencia de estar lejos de casa es una experiencia más bien psíquica y emocional, experiencia necesaria para nuestro danzar y nuestro crecimiento en consciencia. La creatividad y la creación divina, necesitan de la sensación de separación. Si todo estuviera hecho y perfecto, ¿qué haríamos acá? Estamos acá para co-crear con el Espíritu, para danzar con el Espíritu, mientras volvamos a Casa, desde la Casa. Dios creó un mundo perfectamente imperfecto, para que tuviéramos la posibilidad y el éxtasis de la danza.
“Oyó la música”: aprender a oír es como aprender a ver. La percepción es el órgano de la consciencia. Entrenar la atención y la percepción, nos hace oír y ver con una profundidad asombrosa. No hay danza sin música. Podemos danzar la vida, porque resuena una música de fondo; es una música que los oídos no pueden oír, una música espiritual que mueve el Universo y las cosas. Es la música de la vibración y de las energías. Es la música del Espíritu, y todo lo que toca cobra vida. Como nos decía Rumi, solo desde el silencio, podemos oír esta música. El ruido incesante de los pensamientos y de las emociones descontroladas, nos impide oír. Desde el silencio, oímos esta música divina que todo lo mueve. Desde el silencio, aprendemos otro nivel de armonía, otra melodía. Y nuestra danza se hace más pura, más liviana, más libre.
“los coros acompañaban la danza”: nunca danzamos solos. Todo danza al ritmo de la música divina. Coros nos acompañan: pájaros, estrellas, nubes y vientos, árboles y flores. Y existen coros especiales: familiares, amigos y amigas, maestros y discípulos, compañeros, vecinos, amantes desconocidos, santos y pecadores. Nos acompaña el coro especial de los que escuchan la música y quieren danzar, el coro de los que vibran en la misma frecuencia de amor y de escucha. El hijo mayor escucha la música, pero no quiere entrar a la casa y no quiere danzar la vida: prefiere la esclavitud del ego y queda atrapado en una vida gris, sin música y sin danza. Es un peligro siempre presente: no escuchar o escuchar y no querer danzar. No quedemos también nosotros atrapados en los caminos extraviados del ego y en una existencia víctima de la amargura y el resentimiento.
Vivamos la vida y el vivir como una danza. Que cada movimiento, cada gesto, cada acción, responda a la música y se convierta en danza.
Danzar sin miedo, al ritmo del Espíritu, al ritmo del amor. Danzar volviendo y volver danzando. Danzar es la mejor forma de honrar la vida y celebrar el Misterio. Estamos en Casa: dancemos. Estamos volviendo: dancemos.
¿Cómo danzar?
Alineándose con el fluir de la vida y el susurro del Espíritu.
¡Qué dance tu alma!
¡Qué dance tu corazón!
Y, en la medida de lo posible, que dance también el cuerpo.