viernes, 23 de febrero de 2024

Marcos 9, 2-10

 


 

En este segundo domingo de Cuaresma vamos a dejarnos iluminar por el hermoso texto de la transfiguración. Es un texto de una profundidad y un simbolismo únicos.

 

Jesús se lleva al monte a Pedro, Santiago y Juan. Los demás apóstoles se quedan a los pies del Tabor.

 

¿Jesús tenía preferencias?

 

San Pablo nos dice en la carta a los romanos (2, 11): “Y habrá gloria, honor y paz para todos los que obran el bien: para los judíos, en primer lugar, y también para los que no lo son, porque Dios no hace acepción de personas.

 

Como siempre la respuesta no puede ser definitiva, ni categórica. También Pablo cae en la contradicción cuando, por un lado, nos dice que los judíos están en primer lugar y después sugiere que “Dios no hace acepción de personas”.

 

Sin duda Jesús, como todo ser humano, tenía sus simpatías y sus amistades y, en este sentido, podemos hablar de preferencia. Esto no significa que su amor, obviamente, no fuera universal.

 

También podemos comprender la preferencia como llamado y misión. Jesús se lleva al Tabor a Pedro, Santiago y Juan porque ellos tienen una misión particular y tienen que vivir esta experiencia. Sospecho que los demás que quedaron al pie del monte, no habrán quedado muy conformes… otros textos evangélicos nos sugieren cierta rivalidad y celos entre los apóstoles del maestro.

 

Esta dinámica de rivalidad y celos continua en muchos casos adentro de la iglesia, casi siempre de manera proporcional a los lugares de poder y responsabilidad.

 

Por eso es fundamental comprender que la preferencia de Jesús va en el sentido de la vocación única y original de cada cual.

 

Por eso no tiene sentido la comparación. La madurez espiritual comienza cuando termina la comparación.

Lo fundamental es comprender el llamado único y original y ser fiel a este llamado. Cada llamado es un llamado a la plenitud, más allá de cómo se manifieste exteriormente: no hay ninguna diferencia entre ser Papa y ser la encargada de barrer el templo de la capilla más humilde del planeta.

La única diferencia radica en la respuesta a la pregunta: ¿Soy fiel al llamado único y original del Espíritu?

 

Para eso me parece maravilloso el símbolo de la carpa/tienda que nuestro texto nos ofrece.

 

Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»” (9, 5).

 

La carpa/tienda es un símbolo bíblico extraordinario y fascinante que hunde sus raíces en la cultura nómada pastoril de Israel.

En mi adolescencia y juventud escalábamos las montañas del norte de Italia con mi papá y mi hermano y, en ocasiones, llegados a la cumbre de la montaña, nos quedábamos en carpa de noche para poder disfrutar del amanecer.  

 

La carpa es intimidad, silencio, asombro.

 

Nos relata el libro del Éxodo:

 

Moisés tomó la Carpa, la instaló fuera del campamento, a una cierta distancia, y la llamó Carpa del Encuentro. Así, todo el que tenía que consultar al Señor debía dirigirse a la Carpa del Encuentro, que estaba fuera del campamento. Siempre que Moisés se dirigía hacia la Carpa, todo el pueblo se levantaba, se apostaba a la entrada de su propia carpa y seguía con la mirada a Moisés hasta que él entraba en ella. Cuando Moisés entraba, la columna de nube bajaba y se detenía a la entrada de la Carpa del Encuentro, mientras el Señor conversaba con Moisés. Al ver la columna de nube, todo el pueblo se levantaba, y luego cada uno se postraba a la entrada de su propia carpa. El Señor conversaba con Moisés cara a cara, como lo hace un hombre con su amigo. Después Moisés regresaba al campamento, pero Josué –hijo de Nun, su joven ayudante– no se apartaba del interior de la Carpa” (Ex 33, 7-11).

 

También los Salmos nos proponen la imagen de la carpa/tienda:

 

Sí, él me cobijará en su Tienda de campaña

en el momento del peligro;

me ocultará al amparo de su Carpa

y me afirmará sobre una roca” (Sal 27, 5).

 

Abandonó la Morada de Silo,

la Carpa donde habitaba entre los hombres” (Sal 78, 60).

 

Y San Pablo nos recuerda:

Nosotros sabemos, en efecto, que si esta tienda de campaña – nuestra morada terrenal – es destruida, tenemos una casa permanente en el cielo, no construida por el hombre, sino por Dios” (2 Cor 5, 1)

 

Terminamos con la cita más contundente y esencial para nuestra fe cristiana:

 

La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14).

 

La traducción más fiel al original sería justamente: “la Palabra se hizo carne y puso su carpa entre nosotros” o “acampó entre nosotros”.

 

¡Qué Misterio de Amor inefable!

Dios habita el mundo. Dios te habita. Tú eres su carpa.

Toma consciencia de esta verdad. Siéntelo. Tu vida se transformará.

 

 

 

 

 

 

sábado, 17 de febrero de 2024

Marcos 1, 12-15

 



En este primer domingo de Cuaresma se nos ofrece, como siempre, el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto y, en la versión de Marcos, el primer y gran anuncio del evangelio: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (1, 15).

 

El texto original griego subraya un matiz que se pierde en la traducción: el Espíritu “empuja” a Jesús al desierto. No es un simple “llevar”, como afirma la traducción. El texto griego sugiere que el Espíritu tiene que hacer cierta fuerza para llevar a Jesús al desierto.

 

La experiencia de Jesús es la nuestra y la nuestra es la de Jesús: instintivamente rechazamos la incomodidad, las pruebas, las dificultades.

Podemos decir que Jesús no tenía mucha gana de ir al desierto a pasar mal y este es un buen signo, un signo de salud mental.

 

Si en un desayuno nos dieran a elegir entre un pedazo de pan duro y por otro lado una suave y crocante tostada con mermelada, elegiríamos lo segundo obviamente.

 

El problema surge cuando la búsqueda de comodidad se instala y se vuelve lo único o lo prioritario. La tendencia normal a rechazar lo difícil y lo incomodo nos conduce al estancamiento y el sofá – real o simbólico – se convierte en nuestro sepulcro espiritual.

 

Por eso el Espíritu nos desinstala. El Espíritu es el gran desinstalador: nos saca de nuestras comodidades y nos empuja al crecimiento, a la búsqueda, a superarnos.

Cambia radicalmente la dinámica espiritual cuando nos buscamos nosotros las dificultades y cuando dejamos que sea el Espíritu que nos empuje y nos elija las dificultades.

 

La experiencia de Jesús en el desierto fue sumamente importante y transformadora.

Así también nuestras propias experiencias de desierto.

 

¿Acaso no crecimos en los pasajes más duros de nuestra existencia?

¿No hemos aprendido de nuestros desiertos?

 

Este es el camino que nos marca Jesús y el texto de hoy: dejarnos empujar por el Espíritu.

No estamos llamados o invitados a buscarnos neciamente los problemas y las dificultades, como tal vez invitaba, cierta espiritualidad del pasado. La vida no es una prueba a superar. La vida es un regalo hermoso a vivir y aprender a disfrutar de la existencia es también una tarea espiritual, a menudo no tan fácil como pareciera.

Este maravilloso regalo, para poder desarrollarse en plenitud, necesita del fuego del Espíritu, necesita de pasajes duros.

Es casi una regla del existir: se crece a través de las dificultades.

Hay algo de misterio ahí, pero es así y asumirlo nos instala en la paz.

 

El Espíritu es Él que sabe. Por eso, como ya lo subrayé, es mucho mejor dejar que sea Él que nos empuje, que nos elija los desiertos.

Cuando somos nosotros que nos elegimos los desiertos surgen los problemas: no crecemos, nos amargamos, nos entristecemos.

 

Cada cual es único y original. Cada cual tiene su propio y bellísimo desierto, donde el Espíritu nos hará florecer.

Por eso el camino espiritual justamente se centra en aprender a dejarnos empujar por el Espíritu; aprender a leer, detrás y en el fondo de nuestros desiertos, la Presencia amorosa del Espíritu que nos quiere conducir a la plenitud del Amor.

 

Vivirnos desde el Espíritu es la aventura más extraordinaria, una aventura que nos lleva al Corazón del Misterio, una aventura que nos conducirá de sorpresa en sorpresa y de asombro en asombro.

Una aventura que hará florecer hasta los desiertos más áridos.

Animémonos: de la mano del Maestro.

 

 

 

 

 

sábado, 10 de febrero de 2024

Marcos 1, 40-45


 


La lepra al tiempo de Jesús no era solo una terrible enfermedad física, sino también social: el leproso quedaba marginado y excluido de la sociedad y de los vínculos. El leproso se sentía solo y abandonado a su suerte. Por eso entendemos el grito desesperante que el leproso de nuestro texto le dirige al maestro: “Si quieres, puedes purificarme”.

 

Jesús se conmueve, nos dice Marcos.

 

Jesús se deja afectar por el dolor; su corazón es un corazón tierno, sensible, abierto. Jesús siente. No tiene miedo de sentir. El budismo subraya con fuerza que el ser humano es un ser sintiente. Estamos hechos para sentir, pero a menudo no queremos sentir y huimos. Nos desconectamos de nuestras emociones, nos desconectamos del sentir y perdemos la cita con la vida. La vida hay que sentirla. Jesús se abre, siente, asume sus emociones.

 

¿Y qué ocurre cuando nos dejamos sentir y no huimos?

 

Surge la compasión. El sentir nos abre a la compasión, porque la compasión vive en nosotros. La compasión va de la mano con nuestra propia esencia, porque nuestra esencia es común y compartida. Somos uno: por eso surge la compasión. Cuando sentimos no podemos quedar indiferentes frente al sufrimiento de otro ser viviente, porque lo percibimos como parte de nosotros, expresión del mismo Espíritu y de la misma Vida.

 

La compasión la podemos también entrenar, junto con el sentir. Podemos aprender a no huir frente a la realidad, al sufrimiento nuestro o ajeno. Podemos aprender a recibir sin miedo y con ternura, las emociones y los sentimientos que aparecen.

Todo esto, de a poco, nos irá haciendo más humanos, más completos, más integrales. Nos irá unificando con la Vida.

 

Y veremos milagros. El leproso se cura. La compasión cura, bien lo sabemos.

La compasión abre el espacio que permite la sanación. La compasión devuelve la dignidad y la consciencia de ser amados, así como somos.

 

Nos queda un detalle sorprendente para analizar.

 

Jesús ordena al leproso de no divulgar la sanación, pero el leproso curado, desobedece.

 

Me gusta y es muy sugerente esta sana desobediencia del leproso. El leproso no puede callar; su alegría desborda. Más allá de la sanación física, fue tocado, fue visto, fue amado.

¡Alguien lo vio, por fin!

 

La compasión de Jesús le devolvió su plena dignidad y lo reincorporó a la familia, a los vínculos, a la sociedad.

 

¿Cómo callar?

¿Cómo callar cuando el amor nos devuelve la vida?

 

La desobediencia del leproso curado, generó tanta vida que Jesús tuvo que esconderse en el desierto.

¡Cuántas personas se habrán encontrado con Jesús a motivo de la desobediencia del leproso!

Gracias a la desobediencia del leproso, muchos conocieron a Jesús y pudieron disfrutar también de sus palabras y del toque amoroso y sanador de su mano.

 

El Espíritu también actúa en la desobediencia y en la rebeldía.

 

Me imagino la sonrisa cómplice del maestro al enterarse de la desobediencia del leproso… tal vez fue uno de los acontecimientos que lo llevó a decir: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3, 8).

 

sábado, 3 de febrero de 2024

Marcos 1, 29-39

 


 

Nos encontramos hoy frente a un “sumario”: Marcos concentra en pocas frases una “jornada tipo” de Jesús; para no repetir siempre lo mismo, el evangelista nos resume lo que Jesús hacía habitualmente.

Jesús sana, enseña, predica, ora, expulsa demonios.

 

Nos concentramos en este versículo: “Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando” (1, 35).

 

Marcos nos advierte que una costumbre de Jesús, consistía en madrugar para estar solo y orar en silencio y soledad.

 

Jesús hace del silencio, la oración y la soledad algo esencial de su vida y uno de los ejes de su relación con Dios.

 

El cristiano está llamado a entrar en la misma experiencia del maestro. Jesús nos abre su consciencia, para que podamos entrar y vivir desde él, como él, por él: ¡qué hermoso!

Hablar de consciencia – la de Jesús y la nuestra – es hablar del Espíritu y San Pablo ya lo había entendido:

 

el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina” (Rom 8, 26-27).

 

No podemos entender la oración cristiana, sin la referencia al Espíritu.

 

Jesús mismo, en el texto memorable de la samaritana, nos dice: “Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23-24).

 

Dios es Espíritu” y esto significa Misterio, Profundidad, Luz inaccesible. No podemos manipular al Espíritu, no podemos encerrar al Espíritu en dogmas y conceptos. Desde siempre esta fue y es la tentación de la humanidad y de las religiones institucionalizadas: “controlar al Misterio”, maniatarlo, sujetarlo, dirigirlo. La Torre de Babel (Gen 11) es uno de los primeros intentos que nos relata la Escritura.

 

La relación con el Espíritu se establece desde el silencio y por el silencio. Silencio que no es tanto, ausencia de palabras – aunque es esencial reducirlas – sino “ausencia de ego” y quietud mental y emocional.

El Espíritu nos habita, nos sostiene, nos regala nuestra divina identidad, pero, el ruido mental y emocional nos trastorna y nos aliena de nosotros mismos y de esta Presencia luminosa y misteriosa. Necesitamos del silencio y de la soledad para volver a conectar, a redescubrir al Espíritu que nos habita.

Esta es la oración cristiana y me atrevería a decir, la única verdadera oración; porque la oración cristiana es dejar que el Espíritu ore, es entrar en la consciencia de Cristo, es estar vacíos de nosotros mismos para que el Espíritu pueda manifestarse y obrar.

 

Nos dice John Main, fundador de la Comunidad Mundial para la meditación cristiana:

 

El mensaje principal del Nuevo Testamento es que hay solo una oración y esa oración es la oración de Cristo. Es una oración que permanece en nuestros corazones día y noche. Es el manantial de amor que fluye constantemente entre Jesús y su Padre. Es el Espíritu Santo. La tarea más importante de cualquier vida plenamente humana es abrirse a este manantial de amor.

 

Y así lo expresa maestro Eckhart:

 

Si estuviera tan disponible y encontrara Dios tanto espacio en mí como en nuestro Señor Jesucristo, también a mí me inundaría con su plenitud. Porque el Espíritu Santo no puede contenerse de fluir y darse en todo espacio que se le abre y en la medida en que encuentra ese espacio.

 

No hay otra cosa que hacer.

El camino espiritual consiste en crear espacio, silenciarse, vaciarse.

 

Sobre tu silencio, respira el Espíritu.

Sobre tu silencio, actúa el Espíritu.

Sobre tu silencio, ora el Espíritu.

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