sábado, 31 de julio de 2021

Juan 6, 24-35

 


 

Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna” (6, 27): así le contesta Jesús a la gente que lo buscaba.

La gente busca a Jesús porque había comido y se había saciado y, en principio, tiene su lógica. Comer, obviamente, es una necesidad básica del ser humano y sigue siendo un escandalo que en el 2021 siga el flagelo del hambre en algunos países y en algunas situaciones, cuando, lo sabemos bien, hay comida de sobra para todos. Bastaría terminar con los gastos en armamentos, la corrupción y la ambición de muchos para que todos tengan una vida digna.

 

El nivel de conciencia general de la humanidad está todavía muy bajo y hasta que no subamos nuestro nivel de conciencia será imposible resolver el flagelo del hambre y los demás problemas que afectan a la humanidad en general y a los individuos en particular.

 

La invitación tajante de Jesús va justamente en este sentido: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna”.

El “hambre” del ser humano es esencialmente “hambre de Vida” y “hambre de Amor” y si el sistema genera “hambre de pan” es porque – paradójicamente – no sació su hambre de amor.

Es experiencia cotidiana y general: una panza llena no coincide necesariamente con un corazón en paz. Es la gran crisis de las sociedades del bienestar: ¡qué absurda paradoja!

La sociedad del bienestar, del consumismo, de la comodidad, de los placeres, de los lujos, de las redes sociales, del Netflix… es la sociedad de las depresiones, los suicidios, la ansiedad, la obesidad, el sinsentido.

La sociedad del bienestar, en palabras de Jesús, trabajó exclusivamente por “el alimento perecedero” y ahora estamos pagando las consecuencias.

Es, en muchos casos, la sociedad de lo superficial y de lo efímero.

Como afirma lucidamente José Antonio Pagola: “Cuando el individuo se alimenta solo de lo efímero, se queda sin raíces ni consistencia interior. Cualquier adversidad provoca una crisis, cualquier problema adquiere dimensiones desmesuradas. Es fácil caer en la depresión o el sinsentido. Sin alimentos interior la vida corre peligro. No se puede vivir solo de pan. Se necesita algo más

 

El corazón humano tiene sed de infinito, de Vida plena, de Amor eterno.

San Agustín ya lo había visto y lo plasmó en su famosa frase: “Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en Ti.

Todavía no hemos comprendido que estamos acá para aprender a amar, para conocernos y conocer a Dios, para servir a los demás y para disfrutar de la belleza. No lo hemos comprendido y por eso nos perdemos en lo efímero y lo pasajero.

Estamos acá para crecer espiritualmente: todo lo demás es secundario y es herramienta.

Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí”, afirma Job. (Job 1, 21).

Tomar conciencia de lo efímero de la existencia, nos empuja a trabajar por el alimento no perecedero: la Vida.

 

El camino espiritual es trabajo. Trabajo duro, a menudo. No se crece espiritualmente y no se crece en conciencia “por arte de magia”. Hay que estar atentos a muchas propuestas actuales que encandilan con ofertas de crecimiento rápido, total, mágico.

Esto no existe, más allá obviamente, de una gracia excepcional del Espíritu.

En general se crece con esfuerzo, perseverancia, disciplina. No se llega a la cima de una montaña sin esfuerzo y no se contempla la belleza del paisaje sin subir, sin cansancio, sin caídas y levantadas.

El camino espiritual se centra en la búsqueda cotidiana del “alimento no perecedero”, de lo eterno que late en la finitud, de la luz que habita el mundo.

 

Todo esto no nos debe hacer olvidar el otro polo de la vida, la gratuidad: todo es regalo, don, bendición.

San Ignacio de Loyola lo plasmó maravillosamente en su famosa frase: “Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios.

El comienzo de la sabiduría es aprender a vivir los dos polos radicalmente, simultáneamente, conscientemente.

 

sábado, 24 de julio de 2021

Mateo 20, 20-28

 

 

La madre de los hijos de Zebedeo pide un lugar especial para sus hijos. En realidad Mateo “suaviza” el tema indicando que fue la madre la responsable de este pedido, cuando en cambio Marcos – más antiguo y más fidedigno – nos dice que fueron ellos mismos a pedirle al maestro un lugar de honor: “Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir»” (Mc 10, 35).

Mateo desplaza el pedido de los apóstoles a la madre porque evidentemente no quiere dejar en evidencia a la ambición de los primeros seguidores de Jesús.

 

El tema del poder, de la ambición y la necesidad de ser alguien especial acecha al ser humano desde siempre y la iglesia y los cristianos no estamos exentos de ello, obviamente.

La búsqueda de poder y prestigio en la iglesia es causa de sufrimientos inútiles. El tema de la autoridad – en la iglesia y en todos los ámbitos – necesita un reencuadre importante.

Enfrentarse al deseo de poder – consciente u oculto – parece ser un pasaje necesario en el camino de crecimiento.

El ego quiere poder, quiere ser especial.

¿Por qué ocurre esto?

Porque el ego es nuestra estructura psíquica de defensa que se preocupa esencialmente de la supervivencia. El ego quiere ser especial porque no conoce la verdadera identidad, que yace en lo profundo del ser. El ego busca siempre una identidad ficticia que le otorgue seguridad.

Ahí se enraíza el tema del poder y de la ambición.

 

El camino espiritual es un camino de crecimiento en consciencia: por un lado darnos cuenta del ego y de sus mecanismos y por el otro ahondar en nuestra verdadera identidad.

¿Dónde se encuentra nuestro verdadero “yo”?

Se encuentra más allá de los vaivenes de la mente y de las emociones. Se encuentra en la profundidad del ser. Profundidad a la cual accedemos desde el silencio mental, el autoconocimiento, el estudio, la reflexión.

Cuando conectamos con nuestro verdadero ser, con nuestra verdadera identidad, entramos en un espacio de luz y de paz, donde ya no necesitamos del poder humano ni de la necesidad de sentirnos especiales.

Descubrimos que ya somos especiales, porque somos únicos, originales, amor y amados. Ya no necesitamos del poder porque descubrimos que el verdadero y único poder es el poder del servicio: “el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo” (20, 26-27).

 

El servicio desinteresado y libre solo puede surgir desde una conexión real con nuestra verdadera identidad y después de haber trascendido el deseo de poder.

Este deseo de poder, de reconocimiento y de especialidad laten a menudo en nuestro inconsciente y por ello es tan difícil desenmascararlos y trascenderlos.

 

Jesús nos muestra el camino. Jesús vino para servir, como reconoce el evangelista: “como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (20, 28).

Jesús puede servir y puede entregar su vida porque vive en conexión permanente con la Fuente. Jesús se percibe y se vive desde el Centro, desde la experiencia de unidad con Dios.

Este Centro es nuestro verdadero “yo” y desde ahí el amor fluye sereno. Ya no necesitamos ningún poder: hemos descubierto que el único poder es el amor.

 

 

 

viernes, 16 de julio de 2021

Marcos 6, 30-34


 

Los apóstoles regresan de la misión y le cuentan a Jesús sus experiencias y aventuras, sus alegrías y dificultades, sus logros y sus fracasos… ¡qué hermoso!

El ser humano es “narrativo” y narrar tiene un poder curativo increíble.

Narrar la vida – lo que acontece “adentro” y “afuera” – a quien nos ama y en quien confiamos, nos alivia, nos sana y nos restablece en armonía y en la paz.

Jesús escucha con atención y amor e invita al descanso: “Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco” (6, 31).

 

¿Qué significa “descansar”?

¿Cómo descansar?

Parece obvio, pero no lo es.

 

No saber o no poder descansar tiene relación con un estilo de vida deshumanizante, superficial y consumista.

Afirma el teólogo estadounidense Harvey Cox que el hombre actual “ha comprado la prosperidad al precio de un vertiginoso empobrecimiento en sus elementos vitales”.

En la sociedad del consumo, de la competitividad y del progreso sin frenos, no sabemos más descansar.

Nos dice justamente José Antonio Pagola: “El hombre contemporáneo ha terminado con frecuencia por ser un esclavo de la productividad. Tanto en los países socialistas como en los capitalistas, el valor de la vida se ha reducido en la practica a producción, eficacia y rendimiento laboral

 

El evangelio nos invita a redescubrir y a recuperar la belleza y el encanto del descanso, de la fiesta, de la gratuidad.

Volvamos a las preguntas:

¿Qué significa “descansar”?

¿Cómo descansar?

 

Para comprender el descanso tenemos que comprender el cansancio.

Estamos en una sociedad a menudo cansada. Se percibe mucho cansancio y sin duda la pandemia vino a incrementar esta sensación.

El cansancio físico es el más simple y normal: es suficiente dormir bien para recuperar fuerzas.

Hay “otros cansancios” más dañinos y peligrosos.

Está el cansancio del estrés, de la rutina.

Está el cansancio emotivo y afectivo.

Está el cansancio de los conflictos en nuestras relaciones.

Está el cansancio de una vida sin rumbo y sin sentido.

Asombra y asusta ver – por ejemplo – a muchos jóvenes cansados, cuando la fuerza de la vida tendría que manifestarse en ellos a través del entusiasmo, la alegría, el coraje, la ilusión.

Todos estos cansancios tienen una raíz común; una raíz que obviamente nos dará la clave para emprender el camino de un verdadero descanso.

Esta raíz común es la falta de unidad interna, la falta de armonía. En otras palabras: estamos divididos interiormente, sin coherencia interna, dispersos.

No hay cansancio mayor que la división interior. Una persona dividida interiormente desperdicia un sinfín de energía; es una ley espiritual, psíquica, social y biológica.

Una persona sin coherencia interna y sin unificación vive una separación entre su cuerpo, su mente, su emotividad y su espíritu: cada dimensión “tira” por un lado y esto genera un desgaste energético impresionante. El cansancio se convierte espontánea y paulatinamente en una falta interior de paz.

Desde esta comprensión podemos captar con facilidad que el camino del descanso es el camino de la unificación interna, de la coherencia mental y emocional.

Un corazón en paz es un corazón que descansa.

Por eso muchas veces – es interesantísimo subrayarlo – la experiencia mística se traduce como “descanso en Dios”.

Descansar en Dios es encontrar nuestro propio centro. El centro es algo que unifica, armoniza, con-centra.

Vivir desde el Centro nos permite utilizar de la mejor manera nuestro potencial y nuestra energía. Vivir desde el Centro nos unifica interiormente. Quien tiene un Centro vive en paz y con entusiasmo.

¡Qué maravilla! ¡Qué hermosura!

Por eso el camino de la meditación es tan importante. La palabra “meditar” justamente significa “ir al centro”.

Desde el Centro encontramos energía y recursos insospechados. Como ocurre hoy en nuestro texto: ¡al final Jesús y sus discípulos no pueden descansar!

La compasión de Jesús es más fuerte que su cansancio y sigue enseñando a la multitud y atendiendo a la gente: Jesús tiene un Centro y se vive desde este Centro.

Recuperar el verdadero sentido del descanso nos hace también más compasivos y más atentos al otro.


sábado, 10 de julio de 2021

Marcos 6, 7-13

 


 

El texto de hoy nos presenta el envío de Jesús a sus discípulos. Este envío misionero es mucho más que un simple envío a predicar y a compartir el mensaje de Jesús. El envío de Jesús tiene raíces más hondas.

El envío, la misión y la vocación constituyen una triada esencial en la vida de cada ser humano.

¿Para que vine a este mundo?

¿Cuál es mi vocación única y original?

¿Cuál es mi misión?

Todo ser humano viene a este mundo para revelar una luz especial, para revelar un matiz único de Dios y para cumplir con una misión: el ser humano es revelación de Dios en el mundo.

En efecto somos enviados a este mundo y esta experiencia humana que vivimos es nuestra vocación y nuestra misión.

Nuestra esencia se manifiesta en nuestra vida: somos proyecto.

La vocación y la misión única de cada uno tiene que ver mucho más con el “ser” que con el “hacer”. El “hacer” se hace espontaneo, feliz y pleno cuando surge del ser y lo revela.

Como la luz que cumple su función cuando ilumina y cuando las cosas se dejan iluminar.

¿Cuál es la luz – única y original – que tengo que revelar en el mundo?

Descubrir esta luz es fuente inagotable de energía, alegría y entusiasmo.

Cuando descubrimos nuestra misión y somos fieles a nosotros mismos vivimos la vida con desapego, soltura y agradecimiento.

Jesús lo subraya en nuestro texto: “les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas” (6, 8-9).

Cuando somos fieles a nosotros mismos y a nuestra vocación no necesitamos de tantas cosas y vivimos todo como una herramienta, sin apropiación.

El ego siempre busca apropiarse de las cosas y las personas porque justamente no comprende que nuestra esencia y nuestra misión se encuentran en otro lado. El ego tiende siempre a identificarse con cualquier cosa – ideales, trabajo, afectos, etcetera – para encontrar y defender un ilusorio sentido de identidad.

Quién descubre su esencia y su misión, en cambio, conecta con la libertad, la libertad que define la existencia de Jesús y de todos los sabios y maestros espirituales de la humanidad.

Jesús es el hombre libre porque sabe de donde viene y adonde va. Es el hombre libre porque conoce su esencia y su misión.

Jesús es libre en sus relaciones, en sus afectos y con las cosas.

Es libre de los supuestos “exitos” y “fracasos”: “Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos” (6, 12).

Es libre hasta de sí mismo, de sus pensamientos y emociones. Todo está en función de revelar la luz y vivir su vocación y misión.

El camino espiritual se centra en este descubrimiento. Un descubrimiento que nos lleva a Casa, a nuestro Origen y a nuestra esencia divina.

Desde allí, desde esta luz que nos habita, nuestra existencia se transforma en misión, en vocación y en revelación de la luz.

Todo se transforma en misión, todo es oportunidad de manifestar la luz.

Todo lo recibimos y todo lo soltamos, porque sabemos que nuestra esencia está a salvo y segura. Ya no hay apegos ni apropiación.

Solo hay asombro, vida que fluye, luz para ver y luz para revelar.

 

 

sábado, 3 de julio de 2021

Marcos 6, 1-6

 


Jesús sale para su pueblo, Nazaret. Es sábado y Jesús, como excelente rabino que era, va a la sinagoga para rezar y enseñar.

Es fundamental recuperar el judaísmo de Jesús, para poder comprender cabalmente su vida y su mensaje. Como afirman muchos estudiosos y expertos “Jesús nació como judío, vivió como judío, murió como judío”.

Jesús enseña en la sinagoga de Nazaret entre amigos, vecinos, conocidos. Y ocurre algo sorprendente que el evangelista subraya: la gente desconfía. Surgen un sinfín de preguntas y cuestionamientos: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?” (6, 2-3).

 

La desconfianza causa estragos. La desconfianza nos desconecta del otro, de la vida, del amor.

Esta pandemia generó mucha desconfianza que, asociada al miedo, generó y genera una fuerte crisis en las relaciones humanas y en la salud psico-espiritual de muchos.

Estamos llamados a recuperar la confianza. Sin duda esta pandemia vino a mostrar el bajo nivel de conciencia y de confianza de la humanidad. Vino a despertarnos y por esto debemos estar agradecidos y ponernos a trabajar en nosotros mismos.

La desconfianza surge del miedo, de la baja autoestima y de la desconexión con uno mismo.

Cuando la persona está conectada a su propio ser, a su esencia amorosa y luminosa, no hay lugar para el miedo y la desconfianza. Por eso que el necesario y urgente trabajo espiritual se centra en cada uno, en mí mismo. Si yo no cambio el mundo no cambia, si yo no comienzo la transformación el mundo no se transforma, si yo no subo mi nivel de conciencia la humanidad no avanza.

 

Siempre habrá motivos para desconfiar del otro, de la vida y de todo lo que nos ocupa a diario: de los políticos, de los vecinos, de la religión, etcétera.

Estos motivos se ubican a nivel mental, a nivel del ego. Porque el ego vive siempre a la defensiva, protegiendo y defendiendo el ilusorio sentido de identidad. Al ego no le importa “la verdad”, le importa “tener razón”; al ego no le importa “abrirse a la vida”, le importa “sentirse seguro” en su caparazón.

 

La confianza se ubica a un nivel más profundo. La confianza surge del ser y de la conexión con nuestra esencia.

Desde ahí viviremos la vida con más sabiduría, alegría y seremos más fecundos en todo lo que haremos.

Marcos subraya – es importante notarlo – que la falta de confianza impide que Jesús realice milagros... solo cura algunos, nos dice el texto.

La sanación, especialmente la sanación espiritual, no viene desde afuera, no nos exime de nuestra responsabilidad y trabajo.

La sanación surge desde dentro y no es en absoluto – es importante decirlo – “autosanación”…. porque en nuestra identidad más profunda no hay “auto”… no existe el “yo individual y separado”.

 

Jesús, como cada auténtico maestro, nos ayuda e impulsa a ir dentro de nosotros mismos, a conectar con la luz que nos habita, a darnos cuenta de nuestra identidad más profunda.

Es urgente salir de una concepción y visión de Dios como alguien externo y mágico que nos soluciona los problemas. No es digno de nuestra humanidad, nuestra grandeza y nuestra vocación.

Dios nos creó co-creadores y responsables.

Los milagros ocurren a diario. Todo es un milagro: basta saber verlo, basta abrirse a la confianza.

Los milagros ocurren y se manifiestan cuando un serio y comprometido trabajo espiritual derrumba las barreras del “yo” y nos introduce en el universo del ser, de la vida, del amor.

Universo que vive en nuestro corazón.

 

 

 

 

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