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lunes, 1 de enero de 2018

La Virgen del Silencio




Hoy primer día del año celebramos la fiesta de Santa María Madre de Dios.
¿Qué día mejor para presentarles la Virgen del Silencio?
La Virgen del Silencio nace de las largas horas de meditación silenciosa, solo y en grupo. Nace del amor a María y a cada mujer y madre.
Nace de mi alma y del pincel fiel de mi amiga Elizabeth.
Elizabeth, pintora salvadoreña fue mis manos en la creación de la Virgen del Silencio. Mi incapacidad como pintor encontró en Elizabeth una fiel escucha de mi corazón y el don exacto y maravilloso para dar forma a lo que mi alma veía.
Otro testimonio más de la unidad, por si era necesario. Todo florece en el jardín del amor cuando entregamos nuestros dones particulares y originales.
¡Gracias Elizabeth!

La Virgen del Silencio los acompañe en este año. Acompañe a los amantes del silencio y los meditadores y también a los que andan perdidos en el ruido y a los que buscan la paz.

Los invito a contemplar la imagen y dejarse mirar, amar, cuestionar, preguntar.
Pronto tendré estampitas para compartir con los que quieran.
Qué este año sea un año donde cada cual pueda encontrar todos los días un espacio de silencio. Que cada día nos podamos detener unos minutos frente a esta imagen para dejarnos empapar por el silencio de la Virgen y su misma invitación al silencio. Sin silencio no hay paz, sin silencio no hay amor.
Dejémonos enamorar por el silencio y entramos en sus fecundos y brillantes caminos.
La Virgen del Silencio está con cada uno. Silenciosamente.

Explicación de la imagen

La postura del loto de la Virgen indica una actitud meditativa (Lc 2, 19). Actitud meditativa que une a todas las tradiciones místicas de la humanidad. La Virgen del Silencio une, no divide. En el silencio todos nos encontramos.
En la maternidad silenciosa de la Virgen toda la humanidad se encuentra: todos se pueden sentir acogidos y respetados.
La mano izquierda sobre el corazón expresa todo el amor de una madre, la bondad y la ternura. En el corazón de una madre siempre hay lugar para el perdón y la escucha.
La mano derecha con el dedo índice tapando la boca: es el gesto típico del silencio. la Virgen nos invita al silencio, a la escucha, a la interioridad. No es posible engendrar al Cristo sin silencio. El dedo que se usa para acusar es el mismo que nos invita a callar y a mirar dentro de nosotros antes de juzgar a los demás (Mt 7, 3).
Se nota que está embarazada. El silencio no es infecundo, al revés es fuente de suma fecundidad: se engendra a Dios.
El Espíritu solo puede fecundar un corazón abierto, humilde, silencioso.
El silencio es apertura, escucha, disponibilidad. Por esa la Virgen es fecunda y ahí encontramos la raíz de nuestra fecundidad.
Los ojos grandes: el silencio lleva a la visión. La Virgen ve lo que los demás no ven. Ver es comprender. Y solo desde la comprensión podemos amar. No hay amor sin comprensión. En consecuencia no hay amor sin silencio.
Los colores
El rojo del vestido indica la divinidad: nuestra esencia es divina. El lugar más íntimo y profundo de nuestro ser es divino, eterno, inmaculado.
El manto azul indica la humanidad: la Virgen es humana, como nosotros. Dios se hace carne y se manifiesta en la humanidad. Nuestra humanidad es, al mismo tiempo, revelación de Dios y camino hacia Dios.
El velo amarillo expresa la luz. El velo cubre la cabeza y baja hasta tierra. El silencio lleva a la claridad mental, a la lucidez. La claridad y la quietud mental se reflejan en todo el cuerpo: en nuestro hablar, escuchar y sentir.
La mariposa en la rodilla izquierda expresa el misterio del crecimiento y la transformación: el silencio transforma. El silencio nos va humanizando y divinizando.
En el fondo las montañas. La montaña desde siempre es símbolo de la ascesis cristiana. Crecer supone entrega y dolor. No se sube una montaña sin esfuerzo. No se crece sin dolor. El silencio exige entrega, perseverancia, combate.
La luna llena hace juego con la aureola de la Virgen. La luna no brilla de luz propia: refleja la luz del sol. Como la Virgen estamos llamados a ser reflejos del Amor. La luna también es símbolo de la iglesia que no brilla de luz propia sino que refleja a Cristo.
El silencio es el camino más directo para aprender a manejar nuestro ego y volvernos puro reflejo de Cristo.



martes, 11 de agosto de 2015

¿Dueña o Madre?


Sin duda, unos de los aspectos esenciales de la Iglesia es su maternidad. La Iglesia Madre. ¡Qué linda imagen para expresar su identidad y su misión!
Más allá de que siempre a lo largo de su historia supo vivir, sobretodo a través de la santidad de sus hijos, este hermoso don, no podemos negar que en otras ocasiones la Iglesia se volvió más dueña que madre.
Todavía siguen algunos rasgos de esta enfermedad en camino de curación. Para acelerar esta sanación va este pequeño aporte.

La Iglesia que veo es Madre serena. 
Iglesia que simplemente engendra, alienta y deja vivir.
Una Iglesia que sabe acompañar desde la oración silenciosa, desde el último rincón de la cocina, donde queda el último plato por lavar.
Una Iglesia que no juzgue más. A ninguno, por ningún motivo. Una Iglesia donde se pueda pensar libremente y sin rencores discutir, aceptarse y respetarse.
Veo una Iglesia que me cuida y no me controla. Acompaña mis pasos sin forzarlos. 
Una Iglesia que ya no necesite la Congregación para la Doctrina de la fe.
¿Quién se encuentra con el Amor a través de doctrinas, dogmas y catecismo?
Una Iglesia donde el Derecho canónico se lea solo por curiosidad o como ultimísimo recurso... y siempre acompañando la lectura con una copa de buen vino.
Una Iglesia que deja que sus hijos se equivoquen y está pronta esperando con inmensa ternura para curar las heridas con perfumado aceite.
¿Quién aprende el Amor sin equivocarse?
Una Iglesia que ya no necesite de vestimentas raras para que algunos de sus hijos se sientan especiales o más importantes que los demás.
Una Iglesia donde ya no haya privilegios ni títulos. 
Donde los roles y los servicios fluyan serenos.
Una Iglesia que suelta el poder y no lo justifica con el Evangelio. Donde se mira la inevitable institución casi sorprendidos y sanamente asustados. 
Una Iglesia libre de moralismos insanos que sólo expresan inseguridad, miedos y lejanía del Esposo.
Si sólo está el Esposo ¿por qué tanto miedo?
Una Iglesia que no me diga de antemano lo que está bien y lo que está mal, sino que me acompañe a descubrirlo por mi mismo. 
Una Iglesia donde cada cual pueda expresarse en todo, con libertad y creatividad.
Veo una Iglesia donde siempre es fiesta. 
Donde se sonríe mucho, sin ruido ni tensiones.
Donde vivimos atentos al otro.
Una Iglesia que solo viva el gran don de toda madre: la escucha. 
Solo basta escuchar para que todo funcione.
Veo una Iglesia con menos templos y más casas. Mi casa, tu casa. Cada casa como iglesia.
Una Iglesia que viva del Silencio de la noche del Amor, donde todo fue engendrado.
El Silencio de la Creación, el Silencio de la Cruz. 
Sin Silencio no hay Iglesia. 
Sin Silencio no hay maternidad.
Veo una Iglesia maestra de interioridad, más que preocupada por lo exterior.
Veo una Madre sin prisa, experta en contemplar.
Una Iglesia donde la belleza del culto refleja la belleza de la Vida Una y del corazón de todo ser viviente.
Veo una Iglesia de puertas abiertas, donde cada cual encuentra su sitio: adornado y limpio.
Veo la Iglesia como una fuente de agua cristalina donde todos alivian su sed. Todos, más allá de sus credos y errores.
Una Iglesia con más poesía que tratados, más música que sermones, más flores que cemento. 
Una Iglesia que me enseñe a descubrir la Presencia del Cristo... en un hilo de frágil hierba, en la agonía del moribundo, en cada amanecer. 
Una Iglesia despierta que despierta, reflejo de la Luz que invita a la Luz.
Veo una Madre con la mesa siempre pronta. Invitando al banquete del Amor y de la Vida.



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