sábado, 26 de septiembre de 2020

Mateo 21, 28-32

 


 

La parábola que la liturgia de la iglesia nos ofrece este domingo es clara y sencilla. No por eso menos profunda. Siempre podemos encontrar vetas de profundidad y de crecimiento.

Un padre manda a trabajar a los dos hijos a su viña: el primero responde que no va y después en cambio va y el segundo que va y después no va.

¿Quién hizo la voluntad del Padre?

El mensaje es claro y hasta responden correctamente los sumos sacerdotes: el primero, sin duda.

Lo importante es hacer, no hablar.

Otro versículo anterior de Mateo lo recuerda:

No son los que me dicen: Señor, Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7, 21)

 

José Antonio Pagola lo afirma así: “El mensaje de la parábola es claro. También los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Ante Dios, lo importante no es «hablar», sino «hacer». Para cumplir la voluntad de Padre del cielo, lo decisivo no son las palabras, promesas y rezos, sino los hechos y la vida cotidiana”.

Tal vez podríamos plantearnos una pregunta:

¿Por qué con frecuencia caemos también nosotros en esta hipocresía?

Decimos que Dios es amor y nos cuesta sentirnos amados y amar a nuestro prójimo.

Decimos que la sociedad es superficial y perdió muchos valores y seguimos alimentando esta misma superficialidad.

Decimos que es importante regalarse tiempos de silencio y soledad y seguimos enroscados en el activismo.

¿Qué ocurre?

Obviamente las posibles motivaciones son muchas y complejas.

Subrayo dos: la falta de auto-conocimiento y la falta de experiencia directa.

No nos conocemos en profundidad y por eso seguimos esclavos – inconscientemente – de los mecanismos psíquicos de defensa, deseo, rechazo, miedo.

Nos falta experiencia directa y personal del Misterio que llamamos Dios. Vivimos de renta y vivimos en la mente.

No hay transformación posible sin el “toque inmediato” del Amor. Solo cuando el Misterio “toca” mi ser, puedo crecer radicalmente.

Volviendo a nuestro texto el eje del mensaje evangélico se encuentra en la escandalosa frase – exclusiva de Mateo – que Jesús le dice a los sumos sacerdotes: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios” (21, 31).

Fue por situaciones y declaraciones como esta que Jesús fue perseguido y condenado a muerte.

Los “publicanos” eran los recaudadores de impuestos al servicio de los romanos y eran odiados por el pueblo y marginados.

Así también las prostitutas: “pecadoras publicas” destinadas a la lapidación.

Jesús se atreve a afirmar que publicanos y prostitutas están por delante en el Reino de Dios, que los dirigentes religiosos oficiales, de los que “hablan” con autoridad en nombre de Dios.

Para poder comprender el alcance de la cuestión propongo una versión actual del escandaloso versículo 31: “los corruptos, los ladrones y los desechados de la sociedad están por delante, en el Reino de Dios, que los obispos y los curas…

Sería bueno que la jerarquía y todos los que tienen responsabilidad en la iglesia no se olviden de este bendito versículo 31.

 

¿Qué quiso decir Jesús?

Subrayo dos aspectos.

Por un lado, desinstalar a los “religiosos oficiales” de su supuesta seguridad. Nadie tiene a Dios “comprado”. De Dios no sabemos nada o casi nada… somos humildes y simples buscadores ciegos del Eterno y de la luz. Nadie es más que nadie y – a menudo – quien cree saber, no sabe.

 

Por el otro, Jesús nos quiere decir que la cercanía real a Dios no pasa tanto por seguir reglas y rituales exteriores ni tampoco por una vida moral intachable. La cercanía al Misterio pasa por la apertura del corazón y la disponibilidad al encuentro y a la conversión.

Sin duda no todos los publicanos ni todas las prostitutas del tiempo de Jesús tenían esta apertura y disponibilidad, pero Jesús supo ver en muchos de ellos y ellas el dolor de una vida poco digna, el dolor de la marginación, el dolor de la tristeza. Este dolor que muchas veces, abre el corazón a la transformación.

Como afirma la psiquiatra suiza-estadounidense Elizabeth Kubler-Ross, experta sobre la muerte y en acompañar a los moribundos: “Las personas más bellas con las que me he encontrado son aquellas que han conocido la derrota, conocido el sufrimiento, conocido la lucha, conocido la perdida, y han encontrado su forma de salir de las profundidades. Estas personas tienen una apreciación, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de compasión, humildad y una profunda inquietud amorosa. La gente bella no surge de la nada.

 

El sufrimiento abre al crecimiento, a la gratuidad, al perdón. Abre al escandaloso y sorprendente amor de Dios.

Esto ve Jesús y esto alaba en los publicanos y las prostitutas.

Dejémonos sorprender por el Amor y vivamos de acuerdo a este mismo Amor que nos constituye y nos sostiene desde dentro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 19 de septiembre de 2020

Mateo 20, 1-16

 



 

La parábola que Mateo nos presenta hoy es otra parábola de difícil interpretación y, sin duda, una de las más revolucionarias y cuestionadora de todo el evangelio.

El mensaje central es tan claro cuanto escandaloso: la gratuidad del amor de Dios. Gratuidad incondicional y absoluta.

 

El propietario de la viña sale a las seis de la mañana, a las nueve, a mediodía y a las tres de la tarde para buscar obreros para su viña… también sale, sorprendentemente, a la cinco de la tarde, apenas una hora antes de cerrar la jornada laboral.

Al momento de pagar el jornal, los obreros de la cinco de la tarde reciben el mismo sueldo – un denario era el sueldo para una jornada de trabajo – que todos los demás. Los demás se quejan, gritando a la injusticia.

Ahí empieza el problema y ahí descubrimos el eje de la parábola.

Sin duda parece injusto.

Es la injusticia del ego, de la mentalidad mercantilista occidental, de una religión farisaica.

Detrás de todo esta el tema del merito.

Los trabajadores de la mañana se merecen más que los últimos. Trabajaron más y no es justo que reciban el mismo sueldo que los demás. ¡Nos parece tan obvio y tan justo!

 

Esta mentalidad del merito entró terriblemente en la iglesia y en el cristianismo, construyendo una “religión del ego”. La “religión del ego” vive del merito, del querer ganarse la salvación, del intentar manipular a Dios. Obviamente, en muchos casos, son mecanismos inconscientes, pero no por eso, menos peligrosos y deshumanizantes.

La “religión del ego” tiene una relación estricta con el fariseísmo que Jesús tanto criticó y desarmó en su predicación y enseñanza.

Los fariseos – no todos obviamente – se manejaban con muchas reglas e intentaban ganarse el favor de Dios a través de su fidelidad al cumplir con las reglas. Esto, en muchos casos, llevaba a una terrible hipocresía: cumplían exteriormente las reglas pero su vida estaba lejos del espíritu que animaba a la norma.

Ya lo había dicho el profeta Isaías: “Este pueblo se acerca a mí con la boca y me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, y el temor que me tiene no es más que un precepto humano, aprendido por rutina.

 

La parábola de hoy es radicalmente subversiva, radicalmente sorprendente.

A través de la parábola, Jesús nos dice que Dios no se maneja con el criterio del merito y de la idea de justicia que tenemos normalmente.

Nuestro ideal de justicia es retributivo y equitativo. Así funcionan también los tribunales, que en muchos casos, hacen alarde de la famosa frase: “la ley es igual para todos”.

La ley es igual para todos”: una de las grandes mentiras que nos creemos y creamos. Por un lado queda demasiado evidente que la ley no se cumple de igual manera para ricos y pobres, poderosos y humildes… por otro lado, la ley nunca es igual para todos y no puede ser igual, porque todos somos distintos y cada situación es distinta, única, original.

Una aplicación estricta de la ley – una ley que no admita la excepción y no considere lo original de la persona y la situación – es sumamente antihumana.

 

La parábola de Mateo y el evangelio van por otro camino.

El evangelio es gratuidad. El amor es gratuidad. La Vida es gratuidad. Dios es gratuidad.

Esto es lo revolucionario. Este es el eje del evangelio.

El Padre misericordioso de la parábola de Lucas (15, 11-32) no es justo y no cumple con la justicia. Es, justamente, misericordioso. No aplica la ley, sino la humaniza… capta el sentido interior de la ley y por eso puede transgredirla. Vive desde el amor.

Jesús lo tenía sumamente claro en su conciencia: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27).

La ley está a servicio de la gratuidad, de la vida, del amor. Cuando ya no sirve para eso, es deber moral trascenderla y, a veces, transgredirla.

 

La parábola de la viña nos cuestiona profundamente: hasta que no comprendamos la gratuidad del corazón de Dios, no podemos atrevernos a decirnos cristianos.

Somos seres humanos y cristianos en proceso de comprensión de la ley de la gratuidad: todo es un don, todo es regalo.

No tienen ningún sentido la comparación, la envidia, los celos.

No tiene ningún sentido relacionarse con Dios intentando ganarse su favor y su atención a través de nuestras oraciones, sacrificios, gestos de amor.

Todo lo que Dios es, nos lo regaló en Cristo. Ya somos la plenitud que estamos buscando con afán.

Estamos en Casa, estamos en el Amor. Pura gratuidad.

Solo podemos vivir agradecidos y agradeciendo.

 

sábado, 12 de septiembre de 2020

Mateo 18, 21-35

 

El tema central del texto evangélico es el perdón. Mateo nos presenta el tema del perdón a través de una de las parábolas más conocidas y de más difícil interpretación.

Todo empieza con la pregunta clave de Pedro: “¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?

Jesús responde a la pregunta a través de la parábola, dando antes la clave de lectura de la misma: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.” Es decir: el perdón tiene que ser total e incondicional.

Propiamente en este punto encontramos una importante contradicción en la parábola: el rey que había perdonado la deuda al servidor, viendo su poca compasión con otro compañero, pasa rápidamente del perdón a la venganza: “lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.

El rey de la parábola no es ejemplo de un perdón incondicional y total… ¡no perdonó “hasta setenta veces siete!

El rey, en el fondo, refleja bastante bien nuestra condición humana: intentamos perdonar y a veces lo logramos… hasta un limite.

Siempre nos ponemos unos limites a nuestra capacidad de perdonar. Tal vez Jesús quiso mostrar que el proceso del perdón es siempre “in crescendo” y que es importante reconocer y asumir este proceso y – en muchos casos – asumir nuestra incapacidad de perdonar radicalmente.

Podemos leer todo el evangelio y el mensaje cristiano como un aprendizaje del perdón.

Perdonarse a uno mismo y perdonar a los demás van de la mano y crecen juntos.

No hay uno sin el otro y, si estamos atentos, la experiencia lo muestra y demuestra con claridad.

Aprender el perdón es tal vez la clave para una vida serena y fecunda.

 

Nos recuerda el sacerdote dominico francés Henry Lacordaire (1802-1861): “¿Quieres ser feliz un momento. Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona.

En la misma línea se sitúa el teólogo francés Jacques Pohier cuando sugiere que “quién pretenda curar su herida infligiendo sufrimiento al agresor, se equivoca.

 

La parábola del Padre misericordioso en Lucas 15, 11-32 es un maravilloso icono del perdón. Comentando este texto el monje italiano Enzo Bianchi nos recuerda algo fundamental: “No es el arrepentimiento el que merece el perdón, sino el perdón el que causa el arrepentimiento.

Un individuo, una comunidad y una sociedad que esperan el arrepentimiento para poder perdonar no comprendieron el corazón y el poder del perdón y seguirán alimentando una sociedad triste, amarga y vengativa.

Por eso el psicoanalista italiano Massimo Recalcati habla del “poder subversivo del perdón”.

Es el perdón subversivo e inesperado del Padre misericordioso (Lc 15, 20-23) que transforma al hijo perdido, lo renueva y le abre el camino a la verdadera filiación y vocación.

Afirma Recalcati: “El regalo del perdón no pide nada a cambio, no responde a ninguna lógica de intercambio, no reacciona a una simetría. El perdón hace saltar por los aires toda representación retributiva de la justicia.

 

Nos preguntamos entonces:

¿Cuál es y cuales son las claves de un perdón gratuito e incondicional?

Sin duda la clave principal es la comprensión. No hay perdón auténtico sin una verdadera comprensión.

¿Qué tipo de comprensión? ¿Qué hay que comprender?

Comprender que siempre hacemos lo mejor que podemos y sabemos y los demás hacen lo mejor que pueden y saben en un momento dato.

Siempre actuamos a partir de un cierto nivel de conciencia, de la luz que tenemos en el momento.

Esta fundamental comprensión nos devuelve a la inocencia esencial del ser humano y de la vida misma y nos ancla a la paz radical.

Empezamos a vernos de manera distinta y a ver a las personas y a las situaciones de manera distinta.

Esta visión destierra la culpa y abre a una sana y fecunda responsabilidad.

Esta comprensión/visión no es prioritariamente racional, sino es una comprensión/visión interior, espiritual, integral. Una comprensión que surge desde nuestro ser esencial y por eso necesita de silencio y crece desde el silencio y la soledad.

Es un proceso imprescindible y hermoso que todos estamos llamados a recorrer y a vivir.

Hasta que comprendamos lo más revolucionario y fascinante: todo ya está perdonado. No hay nada que perdonar.

 

 

 

 

 

 

 

 

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