Más allá del “género”: el rol de la mujer desde una mirada contemplativa.


El tema del género está arriba del tapete: es uno de los temas más actuales y que más da para hablar. En el gran baúl del género encontramos distintas realidades: sexualidad, feminismo, perspectiva, ideología, machismo, laicidad, salud, derechos, valores.
Por eso tal vez está tan de moda: con la “escusa” del género sacamos a relucir todas nuestras dudas y conflictos.
En primer lugar aclaramos unos conceptos que nos sirven de premisa para entrar en nuestro tema.
No hay que confundir sexualidad con género.
El sexo se refiere a lo biológico (varón y mujer) y el género a la construcción simbólica y de valores que una sociedad y una cultura hace de los sexos y sus diferencias.
También hablando de género no nos referimos solo a las mujeres, sino también a los varones.

Lo importante del concepto de género es que al emplearlo se designan las relaciones sociales entre los sexos. La información sobre las mujeres es necesariamente información sobre los hombres. No se trata de dos cuestiones que se puedan separar. Dada la confusión que se establece por la acepción tradicional del término género, una regla útil es tratar de hablar de los hombres y las mujeres como sexos y dejar el término género para referirse al conjunto de ideas, prescripciones y valoraciones sociales sobre lo masculino y lo femenino. Los dos conceptos son necesarios: no se puede ni debe sustituir sexo por género. Son cuestiones distintas. El sexo se refiere a lo biológico, el género a lo construido socialmente, a lo simbólico.” (Marta Lamas).

En segundo lugar me parece importante distinguir entre “ideología de género” y “perspectiva de género”.
Estoy convencido que el término “ideología” con todo lo que se esconde atrás en cuanto a posturas y maneras de abordar la realidad no es ni conveniente ni – mucho menos – humanizante. Detrás de toda ideología se esconden fanatismos, rigideces, violencias. Porque en el fondo, toda ideología, es la creencia que las ideas son más importantes que la vida y que una idea vale más que una persona. Creencias que la historia desmintió y desmiente continuamente. Pero nos cuesta horrores aprender.

La ideología marxista con su apología del pueblo y del trabajador generó millones de muertos. No está mal el marxismo en sí – casi cada postura tiene aspectos valiosos y rescatables – está mal ideologizar al marxismo. La ideología neoliberal y capitalista – con su apología del individuo y del mercado – genera de igual manera opresión, pobreza y muerte. Y otra vez: no nos negativos por sí mismos la búsqueda de la libertad, el crecimiento individual y el mercado. Está mal ideologizar todo eso. La ideología cristiana tampoco se escapa a la crítica: en nombre del cristianismo también generamos sufrimiento y muerte y sigue todavía la paradoja de un sacramentalismo ideológico y mágico que poco tiene que ver con el evangelio y la conversión a un amor concreto, justo y fraterno.

Hace unos días leí que Maradona hizo una apología del pueblo y los oprimidos desde uno de los restaurantes más caros de Dubai donde estaba cenando… la vida desenmascara siempre las ideologías. El teólogo uruguayo Juan Luis Segundo hablaba de Jesús como el gran desenmascarador. El evangelio cuestiona continuamente nuestra tendencia a la hipocresía, al fariseísmo y a la apariencia.

A veces como iglesia nos ponemos en contra de una supuesta “ideología de género” creando una “contra-ideología”. Atrás siempre hay miedo. Como dice el pastor metodista Raúl Sosa: “es propio de la ideología pretender despojarse del carácter de ideología endosándoselo a todo aquello que se le opone[1].
Por todo eso, sin duda, me parece más sano y respetuoso hablar de “perspectiva”.
Todo conocimiento humano se da siempre desde una perspectiva: esencialmente las coordinadas espacios-temporales. Coordinadas que significan: biología, época, cultura, economía, política, religión. Siempre aprendemos desde perspectivas concretas y limitadas. Aprendemos desde el “aquí y ahora”.
Hablar de “perspectiva” entonces es más respetuoso de nuestra condición humana limitada, más humilde, más abierto a “otras perspectivas”.

Aclaradas estas cuestiones entramos directamente en el tema.

¿Por qué ir más allá del género?
¿Por qué es necesaria una mirada contemplativa?

Esencialmente por una cuestión de identidad y profundidad.
¿Quién soy yo?” es la pregunta clave. Pregunta clave de toda la historia de la mística, a veces expresada explícitamente y a veces oculta detrás del silencio.
En la búsqueda espiritual del hinduismo es la pregunta fundamental y explicita.
¿Quién soy yo?: nuestras respuestas se quedan siempre a un nivel superficial. Confundimos la identidad con lo que llamamos “yo”.  Ahí radica el gran error; error que lleva a gran parte de nuestro sufrimiento y a los enfrentamientos.
Nuestras respuestas: soy fulano de tal, soy hijo de…, soy carpintero, soy un varón, soy mujer, soy… son respuestas superficiales que se basan en la identificación con nuestra mente. Es la ecuación: “yo” (ego) = lo que pienso y siento dentro de un cuerpo.
En realidad todo esto es pasajero, inestable, cambiante.
¿Podemos ser todo esto que cambia continuamente? Sin duda que no.
¿Dónde radica entonces nuestro verdadero ser?
Darse cuenta de eso es un ejercicio relativamente simple: basta darse el tiempo de aquietarse un poco y observarnos. Podemos observar nuestros pensamientos que van y vienen, podemos observar (darnos cuenta de) nuestros sentimientos y emociones.
La conclusión es tajante: no puedo ser lo que estoy observando, sino soy el observador.
¿Y quién es este Observador?
La mística indaga eso. La mirada contemplativa se hunde en este Misterio.
Hoy en día la palabra más usada para indicar este Observador es Conciencia. Porque justamente somos conscientes de todo lo que no-somos, somos la Conciencia que es consciente.
Parecen juegos de palabras. En realidad no podemos decir mucho más. Estamos rozando el Misterio que no puede ser dicho. Por eso toda mística hace hincapié en el silencio.
El descubrimiento y la experiencia más hermosa de la mirada contemplativa tienen que ver con la Unicidad. Es la experiencia de lo UNO.
Todas las tradiciones espirituales y místicas de la humanidad lo confirman y lo subrayan.
¿Por qué hablo de Unicidad y no de Unidad?
A lo largo de los siglos los místicos y maestros espirituales se esmeraron para encontrar palabras que expresaran la experiencia luminosa de lo divino.
Para decir la unión mística encontraron varias imágenes: el lenguaje nupcial, el lenguaje sexual, de la naturaleza, la música, la danza, etcétera…
A la raíz está siempre la Unicidad. Hablar de Unidad supone que antes hay dos que después se vuelven uno. “Unicidad” expresa que en realidad nunca hubo dos, sino siempre el Uno, lo Divino expresándose en millones de formas.
La experiencia mística desplaza la supuesta experiencia del “yo” al “Yo”. Solo existe un Yo, el Yo divino: la Subjetividad Absoluta. Jesús lo experimentó cuando dijo: «Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy». (Jn 8, 58. También 8, 24 y 8, 28).

Mirar contemplativamente la realidad supone y exige mirarse así. Las dos miradas – adentro y afuera – son simultaneas y se funden en una.
La mirada contemplativa, en síntesis, descubre lo común antes de las diferencias, descubre el ser antes del hacer, descubre la Unicidad antes que la multiplicidad. Me parece que esta es la prioridad y es un signo de los tiempos. Acá entra de lleno la primera parte del título de esta charla: “más allá del género”.
Los esfuerzos que generalmente se hacen – en la sociedad y las religiones – para “llegar” a la Unidad/Unicidad recorren el camino inverso: se dialoga desde las diferencias para encontrar lo común. Sin duda es un camino también valido, que dio y da sus frutos. Pero es mucho más lento y difícil. Y no llega al Centro. Justamente porque no se puede llegar adonde ya estamos: la Unicidad/Unidad ya está, no es una conquista, es un descubrimiento y una experiencia.
Su carácter de experiencia se vuelve esencial en nuestros tiempos. Los niños y los jóvenes ya no creen por el simple criterio de autoridad (familiar, civil, eclesial). Quieren ver, tocar, experimentar. Y quieren ver coherencia.
Es la Vida que toma el mando. En términos religiosos: el pasaje de un Dios pensado y/o imaginado a un Dios vivido. Como ya decía Blaise Pascal: “Dios no hay que pensarlo, hay que vivirlo”. Y se vive viviendo conscientemente y en plenitud. Hasta experimentar que en realidad es Dios que nos vive, es la Vida que nos vive.

Cuando tocamos, palpamos la Unicidad todo se transforma: nos convertimos instantáneamente en más tolerantes, abiertos, disponibles, compasivos. Tocamos el Ser común. Todos Somos y todo es: antes de cualquier diferencia.
Dice poéticamente el místico sufí Rumi: “¡Cuántas palabras contiene el mundo! Pero todas tienen el mismo significado. Cuando rompes las jarras, el agua es la misma.
Desde esta experiencia las diferencias se perciben como riqueza, como expresión distinta de lo mismo. Esto vale, obviamente, también por la cuestión del género.
Antes de ser varones o mujeres, somos.
El Nuevo Testamento da testimonio de esta experiencia. Tal vez por miedo no supimos hasta ahora captar toda la importancia y profundidad del mensaje.
Subrayo dos textos: Gal 3, 23-29[2] y Marcos 12, 18-27[3]
Desde la mirada contemplativa ya no tienen cabida la comparación, la reivindicación, la lucha (por lo menos entendida como en contra de…).
Consciente de mi propio ser y valor no necesito comparar ni compararme: se termina el juego del ego de “más o menos”, “mejor y peor”.
Tampoco necesito reivindicar nada: ya soy completo y sumamente digno. Acá cae también el mito de la “mitad naranja”, la creencia que en la vida afectiva el otro me completa. Creencia que está en la base de numerosos “fracasos” (por el sufrimiento que generan, no por el aprendizaje que se adquiere) en muchas parejas.
La lucha “en contra de” también se acaba: porque en el fondo descubro que el “otro soy yo” más allá de las horribles apariencias que pueda tomar. El otro también me refleja mi imagen con todos sus vacíos y de “enemigo” se convierte en “maestro”.
Comparación, reivindicación y lucha son síntomas de nuestro ego en acción. Es el ego que compara (y se compara), reivindica y lucha. El Ser desconoce todo eso: el Ser es puro y simple agradecimiento, conciencia de sí mismo y de la Unicidad que todo sostiene y funda.
Sospecho que el feminismo (y con él, todo lo que termina en –ismo) proyecta en el machismo (supuesto o real en este caso poco importa) la baja autoestima de la mujer.
La mujer que no se acepta radicalmente – las causas pueden ser distintas – “necesita” del machismo donde descargar su falta de aceptación y encontrar un culpable[4].
Esencialmente es lo que pasa con la baja autoestima de la gran mayoría de la población mundial; investigar las causas a veces puede resultar útil: traumas en el parto, infancia difícil, abandono, falta de uno de los padres, abusos, etcétera… pero lo esencial para sanar radicalmente es la conexión con nuestro “ser esencial”, la Unicidad: ahí nos descubrimos totalmente completos, sanos y dignos. Y desde ahí se podrá también recurrir – cuando sea necesaria – a una terapia psicológica.
Todo lo dicho no quiere obviamente pasar por alto la dimensión histórica con toda su carga de injusticia y dolor.
Sin duda el mundo occidental fue y es en buena parte machista. La iglesia también no supo dar protagonismo a la mujer y en muchos casos es víctima de cierto machismo y – peor – lo fundamenta bíblicamente.
Pero esto no se “resuelve” a través del ego: la igualdad que surge del ego es inestable y, en el fondo, mentirosa.
Justamente porque no hay nada que resolver: en el plano del Ser somos uno. Solo desde esta experiencia surgirá la expresión histórica correcta y adecuada al momento del rol de la mujer y del varón.
Hacer coincidir sin más la igualdad con el hacer y situaciones concretas es un arma de doble filo. La realidad nos muestra que hay mujeres que se sienten y son plenamente mujeres criando hijos, atendiendo a la familia, cocinando y planchando…y hay mujeres de gran éxito social, laboral y económico que no son felices ni generan felicidad a su alrededor.

La mirada contemplativa es un derecho de nacimiento. Es un regalo: la tenemos. Sin duda tuvimos experiencias más o menos fugaces de contemplación donde la percepción de la Unicidad se hace visible y transparente. Generalmente son experiencias puntuales que no logran arraigarse en lo cotidiano. Por eso necesitamos entrenar la mirada contemplativa. Necesitamos ejercitarla.

¿Cómo ejercitar la mirada contemplativa?

1)             Silencio

La práctica del silencio es esencial. Por un simple motivo: la mente (lo racional, lo conceptual) conoce y aprende fragmentando. No puede captar la Unicidad detrás de la multiplicidad. Solo la experiencia radical del silencio (cuerpo, mente, espíritu) capta e intuye esa misma Unicidad. Por eso que los místicos dicen que lo más parecido a Dios en la creación es el silencio. Hay que decirlo: no se puede dar una auténtica experiencia de Dios sin silencio. Los caminos son muchos y distintos y cada cual tendrá que encontrar una manera para que el silencio arraigue en su vida y su existencia concreta.


2)             Atención

La atención es la virtud espiritual por excelencia. La dispersión y la distracción son – no es casualidad – unas de las características de nuestras sociedades: tal vez ahí encontramos uno de los ejes de la crisis actual. Todo nos distrae y nuestra atención anda continuamente dispersa. Los supermercados están tan llenos de productos que los ojos se nos van, nos distraemos y nos cuesta elegir. Pasa lo mismo a nivel espiritual: hay tantas propuestas que pasamos de una a otra como los picaflores. Por no hablar de los medios de comunicación: televisión, computadoras, redes sociales. Tantos estímulos que nos dispersan. Por eso también tanto estrés y cansancio: nuestra energía está dispersada.
La atención nos centra, nos enfoca, nos unifica, nos enseña a elegir. No podemos hacerlo todo y hacerlo bien, no podemos elegirlo todo. El secreto es el momento presente: la vida siempre es aquí y ahora. Dios solo se encuentra en este preciso instante. Por eso la atención: darse cuenta de la Presencia de y en este momento.
Entonces me doy cuenta automáticamente que no puedo estar hablando con una persona y contestar a la vez un whatsapp; no puedo escuchar a mis hijos mientras miro la televisión, no puedo cocinar y hablar por teléfono.
Obviamente mucho depende de la persona. Pero el ejercicio de la atención nos hace más responsables y nos educa al amor.
Estando atentos al momento presente y viviéndolo con todo nuestro ser, nuestra mirada se purifica y se profundiza. Nos daremos cuenta de la sobreabundante Presencia de Dios (Lc 6, 38). Probar para creer.





3)             Observarse desde el malestar.

La auto-observación y el auto-conocimiento son también esenciales para educar y ejercitar la mirada contemplativa. Sin auto-conocimiento nuestra mirada estará continuamente limitada y condicionada por el ego: deseos y necesidades.
Especialmente útil es la auto-observación desde el malestar. Cuando algo nos molesta, adentro y afuera, es el momento ideal para investigar. El malestar – que es siempre emocional – revela los puntos oscuros e inmaduros de nuestras psique: heridas, miedos, fantasías. 

¿Por qué esta actitud me molesta, enoja, entristece?
¿Por qué en esta situación me pongo nervioso?

Estar atentos a los que nos molesta y duele es un camino hermoso de conocimiento y crecimiento. La mirada sobre nosotros mismos se hará más lúcida y verdadera y, simultáneamente, miraremos a la realidad con esta misma mirada.

El rol de la mujer

A partir de la mirada contemplativa, esa mirada que descubre la Unicidad antes que las diferencias, me atrevo a dar unas pistas sobre el rol de la mujer en este tiempo de crisis y de cambio.
Son tres pistas que conectan la dimensión del cuerpo de la mujer con la espiritualidad. En otras palabras: lo especifico y lo manifiesto (cuerpo) con el Ser y lo invisible (espíritu).

Me parece que ahí se da una fecunda síntesis. El cuerpo, en este mundo manifiesto, es lo más concreto y real. En nuestra experiencia cotidiana es lo que vemos y tocamos. Desde el cuerpo arranca también lo propio psicológico del varón y de la mujer. Hemos visto como la perspectiva de género influencia sin duda la experiencia psicológica subjetiva de ser varón o mujer. Pero sin duda es valido y cierto también lo contrario: la experiencia psicológica de ser (de sentirse) varón o mujer atañe irremediablemente a la perspectiva de género.
La experiencia del cuerpo y de lo que es propio de cada sexo a nivel biológico, tiene su reflejo en lo psicológico y espiritual.
El hecho de que es la mujer la que, concretamente y a través de su cuerpo, da a luz a los hijos tiene un reflejo psicológico que no tienen los varones.
La espiritualidad por su parte nos conecta y recuerda la mirada contemplativa y la experiencia común de ser y del Ser.
Como siempre entra la dimensión paradójica del Ser: el cuerpo es lo más básico y sencillo y también lo más olvidado. Se busca igualdad a nivel de ideas y conceptos – siempre cuestionables – y nos olvidamos del cuerpo.
¿No será que en el actual feminismo – se reitera lo mismo – hay una falta de aceptación del cuerpo de la mujer?
También eso es paradójico cuando los poetas y los enamorados cantan la belleza del cuerpo de una mujer. El uruguayo Mario Benedetti lo canta así:

Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
de modo que si ocurre un desconsuelo
un apagón o una noche sin luna
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera un resplandor que da confianza
entonces dominguea el almanaque
vibran en su rincón las telarañas
y los ojos felices y felinos
miran y de mirar nunca se cansan.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
es una vocación para las manos
para los labios es casi un destino
y para el corazón un despilfarro
una mujer desnuda es un enigma
y siempre es una fiesta descifrarlo.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera una luz propia y nos enciende
el cielo raso se convierte en cielo
y es una gloria no ser inocente
una mujer querida o vislumbrada
desbarata por una vez la muerte.

No hay muchos poemas que cantan la belleza del cuerpo del varón… ¿tendríamos que enojarnos los varones? ¿Será cuestión de género? ¿O será que el Ser se revela de manera distinta?

Dos advertencias:

·      Estas pistas no quieren ser exclusivas de la mujeres, pero si peculiares. El varón también vive – o puede vivir – los aspectos que señalaré a continuación. Pero me parece que justamente a partir del cuerpo de la mujer, son dimensiones peculiares de lo femenino que determinan también su especifico aporte al mundo.
·      No perder de vista los dos ejes: la dimensión de la Unicidad y del Ser (somos uno) y la dimensión de la distinción. Cuando la balanza se inclina por uno de los dos lados perdemos el rumbo y entramos en conflicto. La paradoja va continuamente mantenida y vivida. O, más bien: es la paradoja que nos mantiene.

La igualdad de género que el feminismo pregona y busca con tanto ahínco tiene que ser comprendida como igualdad de derechos, dignidad, oportunidades. Igualdad no es uniformidad.
Somos lo mismo, pero distintos: hay que mantener esta paradoja. Es la paradoja del Ser, de la Vida, del Amor.
El mismo y único Amor se manifiesta, revela, expresa de manera distinta. Suprimir las distinciones es suprimir la manifestación original del Amor.

A partir de esta visión que abraza conjuntamente lo mismidad y la distinción propongo tres ejes de espiritualidad para la mujer de nuestros tiempos: espiritualidad del útero, espiritualidad del parto, espiritualidad de las mamas.
         Vivir estas dimensiones de la espiritualidad requiere un camino de aceptación radical del cuerpo (en este caso de la mujer) en todos sus aspectos, funciones y sus reflejos en lo psíquico y espiritual. Requiere que la mujer se conecte íntimamente con su cuerpo.

1)             Espiritualidad del útero

La mujer tiene útero y es en el útero donde la vida empieza, se engendra y crece. Algunos místicos compararon a Dios con un Gran Útero. Vivimos adentro del Útero divino: ¡qué hermosa imagen!
La espiritualidad del útero es la espiritualidad que cuida la vida y especialmente la vida en sus comienzos y la vida frágil.
¿No será este un aporte especial y característico de la mujer en estos tiempos?
Estamos en tiempo de cambio donde se caen muchas certezas y a menudo nos parece caminar sin la tierra bajo los pies y sin rumbo. En época de cambio la vida se vuelve más frágil.
La espiritualidad del útero puede ser un aporte importante de las mujeres en esta época.
Podemos vislumbrar unos ejes de esta espiritualidad:

·                El cuidado de toda forma de vida: lo humano, la naturaleza, lo artístico, los proyectos. Cuidar es un verbo excepcional: subraya contención, ternura, entrega.
·                Una atención especial a la vida frágil: lo que comienza, lo que sufre, lo que muere, lo que termina. Vida frágil expresa también lo pequeño, lo débil, lo cotidiano.
·                El cuidado de los procesos: no se crece de golpe ni por automatismos impuestos. La vida crece por sí sola (Mc 4, 26: ¡maravilloso y provocador versículo!) pero necesita nuestros cuidados. Un énfasis especial merece todo el tema educativo. Educar y acompañar. ¿Será casualidad que la inmensa mayoría de las maestras sean mujeres?


2)             Espiritualidad del parto

La mujer vive en su cuerpo la experiencia del parto. Esta experiencia hermosa tiene su reflejo en lo psicológico y espiritual. Parir es doloroso aunque hoy en día se puede parir casi sin dolor. Pero necesariamente vivimos otras experiencias donde parir algo va de la mano con el dolor. Parece una ley universal: no se crece sin dolor, no se engendra vida sin dolor.
En la espiritualidad del parto podemos vislumbrar estos ejes:

·                Generar vida. Desarrollar la creatividad en todos los sentidos. El camino artístico.
·                Ahondar en la experiencia del dolor y transformarlo en vida. Aprender a no huir del dolor, sino aceptarlo, asumirlo y transformarlo. El arte más hermoso es justamente este: transformar el dolor en perlas. Ya lo decía mi amiga Hildegarda de Bingen… hablaremos de ella al terminar.
·                Asumir el dolor parece ser más característico de las mujeres. Lo que se definió como el “sexo débil” (perspectiva de género) es en realidad más fuerte que el masculino. Lo sabemos bien – y tendríamos que reconocerlo – los varones somos frágiles y “quejosos”.

3)             Espiritualidad de las mamas

¿En qué se parecen el pecho de la madre y un coche eléctrico? En que ambos están hechos para el hijo, pero con los dos acaba jugando el padre.” (Chiste anónimo… de tinte machista me hicieron notar).

Creo que es importante recuperar y rehabilitar lo “erótico”. Es una palabra que a los oídos cristianos asusta y preocupa. Asociamos automáticamente erótico con pecado y perversión. Ya el Papa emérito, Benedicto XVI, recuperó el tema en su carta encíclica “Deus caritas est”[5]. El eros es parte de nuestra humanidad: negarlo no sirve para nada. Necesitamos asumirlo, purificarlo, vivirlo y ponerlo a servicio del ágape.
Los senos son una de las partes más erógenas del cuerpo de la mujer y que más atraes a los varones (creo también en las experiencias homosexuales). Es curioso: en realidad son unas simples reservas de lípidos con una glándula que tienen la función de amamantar.
En las mamas podemos entonces descubrir dos grandes necesidades del ser humano: placer y alimentación. En el bebé suponemos que las dos se dan contemporáneamente: mamar no solo lo alimenta sino que le provoca placer, esencialmente el placer de sentirse amado, protegido, seguro.

La espiritualidad de las mamas puede ayudarnos a vivir estos aspectos:

·                Cuidar el tema alimentar en todos sus aspectos.
Devolver la experiencia de alimentarse a un rol humano y humanizante. Crecer en una alimentación consciente. En nuestra sociedad perdimos el sentido del gusto: comemos rápido, tragamos sin saborear. Comemos para sobrevivir, pero perdimos la experiencia del comer como experiencia espiritual y fuente de humanización. Comer puede volverse una experiencia hermosa de Dios. Los cristianos tenemos el comer en el centro de nuestro culto: la Eucaristía. Recuperar el sentido espiritual del comer y del alimentarse puede ayudar a recuperar la vivencia de la Eucaristía.

·                Recuperar la sana experiencia del placer.
Hemos demonizado el placer. En el mundo occidental hay que reconocer que una buena porción de responsabilidad es de la iglesia. Sobretodo hemos demonizado y censurado el placer sexual pero también otros placeres eran mal vistos. Los llamados “pecados capitales” están ahí a atestiguarlo. Parecía que todo lo relacionado al placer era pecado y había que evitarlo. Atrás de esto hay, obviamente, cierta visión de Dios y de la espiritualidad. La moral de la iglesia se centró casi exclusivamente – y en modo exagerado y absurdo – en la moral sexual. Tal vez por dos motivos: en primer lugar el placer sexual tiene una intensidad mayor que los demás “placeres” (por eso hay que condenarlo con más fuerza). En segundo lugar las leyes de conducta sexual fueron redactadas casi exclusivamente por varones y varones llamados a la castidad y la continencia. Cuando esa misma (y supuesta) castidad no es asumida sino reprimida, se condena “afuera” (obviamente descargando sobre las mujeres) lo que se desearía pero se reprime. O también se cae en la contradicción de negarse el placer sexual y vivir una vida totalmente anti-evangélica siendo esclavos del otros placeres: el dinero, la comida, la comodidad, el lujo. La historia enseña abundantemente.

En realidad todo es bueno y todo es un don cuando lo respetamos y lo vivimos humanamente. La experiencia y la búsqueda del placer es natural y puede convertirse también en experiencia de Dios.
La espiritualidad – no olvidémoslo – nos sitúa en el Centro, en el lugar sin-lugar del Amor donde somos uno. Desde ahí comprendemos y vivimos también la experiencia de placer. Y desde ahí se nos abre la inteligencia, como a los discípulos de Emaús: comprendemos, discernimos. Todo placer que nos conecta con nuestro ser profundo y nos hace más humanos es bueno y sano. Todo placer buscado por sí mismo nos aleja de nuestro centro y nos deshumaniza.
La espiritualidad de las mamas invita entonces a generar sanas experiencias de placer, a vivir la sexualidad con serenidad y libertad, a disfrutar del don maravilloso de la vida.

·      Aprender a disfrutar.
Hemos perdido la capacidad natural de disfrute de lo sencillo y lo cotidiano. No sabemos más disfrutar de las pequeñas cosas de todos los días: el desayuno, el amanecer, una charla con un amigo, un momento de descanso, una ducha reparadora.
La espiritualidad de las mamas nos invita a recuperar la capacidad de disfrute y a crear oportunidades sanas y sencillas donde nuestro espíritu puede descansar y agradecer el magnifico don de la vida.


Concluyendo. Una amiga en el camino: Hildegarda

La amistad es una de las experiencias humanas más universales y hermosas. Jesús mismo vivía con intensidad la amistad y nos llamó “amigos” (Jn 15, 15). Cultivar las amistades es un muy buen recurso para nuestro camino y crecimiento espiritual. Gracias a todos mis amigos y amigas. Hoy especialmente gracias a mis amigas que me revelaron y revelan la originalidad y belleza de ser mujer.
Hay también amigos y amigas que terminaron su recorrido humano y viven y nos acompañan misteriosamente desde el Espíritu, Océano de Amor. Es bueno tener también estos amigos y amigas.
En mi caso una de mis más queridas amigas es Hildegarda de Bingen (1098-1179).
En una época de conflictos y de decadencia Hildegarda desarrolló todo su potencial de ser humano y de mujer.
Abadesa, poeta, escritora, mística, música, botánica, medico, predicadora y misionera. Se enfrentó a curas y obispos, escribió a emperadores, desafió reglas y costumbres para ser fiel a sí misma y a su experiencia de Dios.
Hildegarda tenía visiones interiores de la que llamaba “la Luz Viva”.
Esta Luz sigue viva y es la misma que arde en el corazón de cada mujer y de cada ser humano.
Encontrarse con esta Luz y ser fiel a su voz es nuestra tarea más importante. Tal vez, la única.



Stefano Cartabia OMI
stefanocartabiaomi@gmail.com
www.agujeroflauta.blogspot.com.uy
Mayo 2018




[1] Raúl Sosa, Carta pastoral sobre “ideología de género”, 3 de febrero de 2018.
[2] Antes que llegara la fe, estábamos cautivos bajo la custodia de la Ley, en espera de la fe que debía ser revelada. Así, la Ley fue nuestro preceptor hasta la llegada de Cristo, para que fuéramos justificados por la fe. Y ahora que ha llegado la fe, ya no estamos sometidos a un preceptor. Porque todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa.

[3] Se le acercaron unos saduceos, que son los que niegan la resurrección, y le propusieron este caso: «Maestro, Moisés nos ha ordenado lo siguiente: “Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda”. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda y también murió sin tener hijos; lo mismo ocurrió con el tercero; y así ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos ellos, murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?». Jesús les dijo: «¿No será que ustedes están equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error».
El texto paralelo de Lucas (20, 27-40) traslada al presente la experiencia: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y, al ser hijos de la resurrección, son hijos de Dios.” (20, 34-36).


[4] Un discurso parecido se puede hacer sin duda para el machismo: la baja autoestima del varón y la falta de aceptación de su fragilidad se proyecta afuera en términos de “poder” y opresión de la mujer.
[5]A menudo, en el debate filosófico y teológico, estas distinciones se han radicalizado hasta el punto de contraponerse entre sí: lo típicamente cristiano sería el amor descendente, oblativo, el agapé precisamente; la cultura no cristiana, por el contrario, sobre todo la griega, se caracterizaría por el amor ascendente, vehemente y posesivo, es decir, el eros. Si se llevara al extremo este antagonismo, la esencia del cristianismo quedaría desvinculada de las relaciones vitales fundamentales de la existencia humana y constituiría un mundo del todo singular, que tal vez podría considerarse admirable, pero netamente apartado del conjunto de la vida humana. En realidad, eros y agapé —amor ascendente y amor descendente— nunca llegan a separarse completamente. Cuanto más encuentran ambos, aunque en diversa medida, la justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general. Si bien el eros inicialmente es sobre todo vehemente, ascendente —fascinación por la gran promesa de felicidad—, al aproximarse la persona al otro se planteará cada vez menos cuestiones sobre sí misma, para buscar cada vez más la felicidad del otro, se preocupará de él, se entregará y deseará « ser para » el otro. Así, el momento del agapé se inserta en el eros inicial; de otro modo, se desvirtúa y pierde también su propia naturaleza. Por otro lado, el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don. Es cierto —como nos dice el Señor— que el hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva (cf. Jn 7, 37-38). No obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios (cf. Jn 19, 34).” (n. 7)

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