El
tema del género está arriba del tapete: es uno de los temas más actuales y que
más da para hablar. En el gran baúl del género
encontramos distintas realidades: sexualidad, feminismo, perspectiva,
ideología, machismo, laicidad, salud, derechos, valores.
Por
eso tal vez está tan de moda: con la “escusa” del género sacamos a relucir
todas nuestras dudas y conflictos.
En
primer lugar aclaramos unos conceptos que nos sirven de premisa para entrar en
nuestro tema.
No
hay que confundir sexualidad con género.
El sexo se refiere a lo biológico (varón y
mujer) y el género a la construcción
simbólica y de valores que una sociedad y una cultura hace de los sexos y sus
diferencias.
También
hablando de género no nos referimos solo a las mujeres, sino también a los
varones.
“Lo importante del concepto de género es que
al emplearlo se designan las relaciones sociales entre los sexos. La
información sobre las mujeres es necesariamente información sobre los hombres.
No se trata de dos cuestiones que se puedan separar. Dada la confusión que se
establece por la acepción tradicional del término género, una regla útil es
tratar de hablar de los hombres y las mujeres como sexos y dejar el término
género para referirse al conjunto de ideas, prescripciones y valoraciones
sociales sobre lo masculino y lo femenino. Los dos conceptos son necesarios: no
se puede ni debe sustituir sexo por género. Son cuestiones distintas. El sexo
se refiere a lo biológico, el género a lo construido socialmente, a lo
simbólico.” (Marta Lamas).
En
segundo lugar me parece importante distinguir entre “ideología de género” y “perspectiva
de género”.
Estoy
convencido que el término “ideología” con todo lo que se esconde atrás en
cuanto a posturas y maneras de abordar la realidad no es ni conveniente ni –
mucho menos – humanizante. Detrás de toda ideología se esconden fanatismos,
rigideces, violencias. Porque en el fondo, toda ideología, es la creencia que
las ideas son más importantes que la vida y que una idea vale más que una
persona. Creencias que la historia desmintió y desmiente continuamente. Pero
nos cuesta horrores aprender.
La ideología marxista con su apología del
pueblo y del trabajador generó millones de muertos. No está mal el marxismo en
sí – casi cada postura tiene aspectos valiosos y rescatables – está mal ideologizar
al marxismo. La ideología neoliberal
y capitalista – con su apología del individuo y del mercado – genera de igual
manera opresión, pobreza y muerte. Y otra vez: no nos negativos por sí mismos la
búsqueda de la libertad, el crecimiento individual y el mercado. Está mal
ideologizar todo eso. La ideología
cristiana tampoco se escapa a la crítica: en nombre del cristianismo
también generamos sufrimiento y muerte y sigue todavía la paradoja de un sacramentalismo ideológico y mágico que
poco tiene que ver con el evangelio y la conversión a un amor concreto, justo y
fraterno.
Hace
unos días leí que Maradona hizo una apología del pueblo y los oprimidos desde uno
de los restaurantes más caros de Dubai donde estaba cenando… la vida desenmascara
siempre las ideologías. El teólogo uruguayo Juan Luis Segundo hablaba de Jesús
como el gran desenmascarador. El evangelio cuestiona continuamente nuestra
tendencia a la hipocresía, al fariseísmo y a la apariencia.
A
veces como iglesia nos ponemos en contra de una supuesta “ideología de género”
creando una “contra-ideología”. Atrás siempre hay miedo. Como dice el pastor
metodista Raúl Sosa: “es propio de la
ideología pretender despojarse del carácter de ideología endosándoselo a todo
aquello que se le opone”[1].
Por
todo eso, sin duda, me parece más sano y respetuoso hablar de “perspectiva”.
Todo
conocimiento humano se da siempre desde una perspectiva: esencialmente las
coordinadas espacios-temporales. Coordinadas que significan: biología, época,
cultura, economía, política, religión. Siempre aprendemos desde perspectivas
concretas y limitadas. Aprendemos desde el “aquí y ahora”.
Hablar
de “perspectiva” entonces es más respetuoso de nuestra condición humana
limitada, más humilde, más abierto a “otras perspectivas”.
Aclaradas
estas cuestiones entramos directamente en el tema.
¿Por
qué ir más allá del género?
¿Por
qué es necesaria una mirada contemplativa?
Esencialmente
por una cuestión de identidad y profundidad.
“¿Quién
soy yo?” es la pregunta clave. Pregunta clave de toda la historia de la
mística, a veces expresada explícitamente y a veces oculta detrás del silencio.
En
la búsqueda espiritual del hinduismo es la pregunta fundamental y explicita.
¿Quién
soy yo?: nuestras respuestas se quedan siempre a un nivel superficial.
Confundimos la identidad con lo que llamamos “yo”. Ahí radica el gran error; error que lleva a
gran parte de nuestro sufrimiento y a los enfrentamientos.
Nuestras
respuestas: soy fulano de tal, soy hijo de…, soy carpintero, soy un varón, soy
mujer, soy… son respuestas superficiales que se basan en la identificación con
nuestra mente. Es la ecuación: “yo” (ego) = lo que pienso y siento dentro de un
cuerpo.
En
realidad todo esto es pasajero, inestable, cambiante.
¿Podemos
ser todo esto que cambia
continuamente? Sin duda que no.
¿Dónde
radica entonces nuestro verdadero ser?
Darse
cuenta de eso es un ejercicio relativamente simple: basta darse el tiempo de
aquietarse un poco y observarnos. Podemos observar nuestros pensamientos que
van y vienen, podemos observar (darnos cuenta de) nuestros sentimientos y emociones.
La
conclusión es tajante: no puedo ser
lo que estoy observando, sino soy el
observador.
¿Y
quién es este Observador?
La
mística indaga eso. La mirada contemplativa se hunde en este Misterio.
Hoy
en día la palabra más usada para indicar este Observador es Conciencia.
Porque justamente somos conscientes de todo lo que no-somos, somos la Conciencia que es consciente.
Parecen
juegos de palabras. En realidad no podemos decir mucho más. Estamos rozando el
Misterio que no puede ser dicho. Por eso toda mística hace hincapié en el
silencio.
El
descubrimiento y la experiencia más hermosa de la mirada contemplativa tienen
que ver con la Unicidad. Es la experiencia de lo UNO.
Todas
las tradiciones espirituales y místicas de la humanidad lo confirman y lo subrayan.
¿Por
qué hablo de Unicidad y no de Unidad?
A
lo largo de los siglos los místicos y maestros espirituales se esmeraron para
encontrar palabras que expresaran la experiencia luminosa de lo divino.
Para
decir la unión mística encontraron varias imágenes: el lenguaje nupcial, el
lenguaje sexual, de la naturaleza, la música, la danza, etcétera…
A
la raíz está siempre la Unicidad. Hablar de Unidad supone que antes hay dos que después se vuelven uno. “Unicidad” expresa que en realidad nunca
hubo dos, sino siempre el Uno, lo Divino expresándose en millones de formas.
La
experiencia mística desplaza la supuesta experiencia del “yo” al “Yo”. Solo
existe un Yo, el Yo divino: la Subjetividad Absoluta. Jesús lo experimentó
cuando dijo: «Les aseguro que desde antes
que naciera Abraham, Yo Soy». (Jn 8, 58. También 8, 24 y 8, 28).
Mirar contemplativamente la realidad supone y exige mirarse así. Las dos miradas – adentro y
afuera – son simultaneas y se funden en una.
La mirada contemplativa, en síntesis, descubre lo común
antes de las diferencias, descubre el ser antes del hacer, descubre la Unicidad
antes que la multiplicidad. Me parece que esta es la prioridad y es un signo de
los tiempos. Acá entra de lleno la primera parte del título de esta charla: “más allá del género”.
Los esfuerzos que generalmente se hacen – en la sociedad
y las religiones – para “llegar” a la Unidad/Unicidad recorren el camino
inverso: se dialoga desde las diferencias para encontrar lo común. Sin duda es
un camino también valido, que dio y da sus frutos. Pero es mucho más lento y difícil.
Y no llega al Centro. Justamente porque no se puede llegar adonde ya estamos:
la Unicidad/Unidad ya está, no es una conquista, es un descubrimiento y una
experiencia.
Su carácter de experiencia se vuelve esencial en
nuestros tiempos. Los niños y los jóvenes ya no creen por el simple criterio de autoridad (familiar, civil,
eclesial). Quieren ver, tocar, experimentar. Y quieren ver coherencia.
Es la Vida que toma el mando. En términos religiosos: el
pasaje de un Dios pensado y/o imaginado a un Dios vivido. Como ya decía Blaise
Pascal: “Dios no hay que pensarlo, hay
que vivirlo”. Y se vive viviendo conscientemente y en plenitud. Hasta
experimentar que en realidad es Dios que nos vive, es la Vida que nos vive.
Cuando tocamos, palpamos la Unicidad todo se transforma:
nos convertimos instantáneamente en más tolerantes, abiertos, disponibles,
compasivos. Tocamos el Ser común. Todos Somos y todo es: antes de cualquier
diferencia.
Dice poéticamente el místico sufí Rumi: “¡Cuántas palabras contiene el mundo! Pero
todas tienen el mismo significado. Cuando rompes las jarras, el agua es la
misma.”
Desde esta experiencia las diferencias se perciben como
riqueza, como expresión distinta de lo mismo. Esto vale, obviamente, también
por la cuestión del género.
Antes de ser varones o mujeres, somos.
El Nuevo Testamento da testimonio de esta experiencia.
Tal vez por miedo no supimos hasta ahora captar toda la importancia y
profundidad del mensaje.
Desde
la mirada contemplativa ya no tienen cabida la comparación, la reivindicación,
la lucha
(por lo menos entendida como en contra de…).
Consciente
de mi propio ser y valor no necesito comparar ni compararme: se termina el
juego del ego de “más o menos”, “mejor y peor”.
Tampoco
necesito reivindicar nada: ya soy completo y sumamente digno. Acá cae también
el mito de la “mitad naranja”, la creencia que en la vida afectiva el otro me
completa. Creencia que está en la base de numerosos “fracasos” (por el
sufrimiento que generan, no por el aprendizaje que se adquiere) en muchas
parejas.
La
lucha “en contra de” también se acaba: porque en el fondo descubro que el “otro
soy yo” más allá de las horribles apariencias que pueda tomar. El otro también
me refleja mi imagen con todos sus vacíos y de “enemigo” se convierte en
“maestro”.
Comparación, reivindicación y lucha son síntomas de nuestro ego en acción. Es el ego que compara
(y se compara), reivindica y lucha. El Ser desconoce todo eso: el Ser es puro y
simple agradecimiento, conciencia de sí mismo y de la Unicidad que todo
sostiene y funda.
Sospecho
que el feminismo (y con él, todo lo
que termina en –ismo) proyecta en el
machismo (supuesto o real en este caso poco importa) la baja autoestima de la
mujer.
La
mujer que no se acepta radicalmente – las causas pueden ser distintas –
“necesita” del machismo donde descargar su falta de aceptación y encontrar un
culpable[4].
Esencialmente
es lo que pasa con la baja autoestima de la gran mayoría de la población
mundial; investigar las causas a veces puede resultar útil: traumas en el
parto, infancia difícil, abandono, falta de uno de los padres, abusos,
etcétera… pero lo esencial para sanar radicalmente es la conexión con nuestro
“ser esencial”, la Unicidad: ahí nos descubrimos totalmente completos, sanos y
dignos. Y desde ahí se podrá también recurrir – cuando sea necesaria – a una
terapia psicológica.
Todo
lo dicho no quiere obviamente pasar por alto la dimensión histórica con toda su
carga de injusticia y dolor.
Sin
duda el mundo occidental fue y es en buena parte machista. La iglesia también
no supo dar protagonismo a la mujer y en muchos casos es víctima de cierto
machismo y – peor – lo fundamenta bíblicamente.
Pero
esto no se “resuelve” a través del ego: la igualdad que surge del ego es
inestable y, en el fondo, mentirosa.
Justamente
porque no hay nada que resolver: en
el plano del Ser somos uno. Solo desde esta experiencia surgirá la expresión
histórica correcta y adecuada al momento del rol de la mujer y del varón.
Hacer
coincidir sin más la igualdad con el hacer y situaciones concretas es un arma
de doble filo. La realidad nos muestra que hay mujeres que se sienten y son
plenamente mujeres criando hijos, atendiendo a la familia, cocinando y
planchando…y hay mujeres de gran éxito social, laboral y económico que no son
felices ni generan felicidad a su alrededor.
La
mirada contemplativa es un derecho de nacimiento. Es un regalo: la tenemos. Sin
duda tuvimos experiencias más o menos fugaces de contemplación donde la
percepción de la Unicidad se hace visible y transparente. Generalmente son
experiencias puntuales que no logran arraigarse en lo cotidiano. Por eso necesitamos
entrenar la mirada contemplativa. Necesitamos ejercitarla.
¿Cómo
ejercitar la mirada contemplativa?
1)
Silencio
La
práctica del silencio es esencial. Por un simple motivo: la mente (lo racional,
lo conceptual) conoce y aprende fragmentando. No puede captar la Unicidad
detrás de la multiplicidad. Solo la experiencia radical del silencio (cuerpo,
mente, espíritu) capta e intuye esa misma Unicidad. Por eso que los místicos
dicen que lo más parecido a Dios en la creación es el silencio. Hay que decirlo:
no se puede dar una auténtica experiencia de Dios sin silencio. Los caminos son
muchos y distintos y cada cual tendrá que encontrar una manera para que el
silencio arraigue en su vida y su existencia concreta.
2)
Atención
La atención
es la virtud espiritual por excelencia. La dispersión y la distracción son – no
es casualidad – unas de las características de nuestras sociedades: tal vez ahí
encontramos uno de los ejes de la crisis actual. Todo nos distrae y nuestra
atención anda continuamente dispersa. Los supermercados están tan llenos de
productos que los ojos se nos van, nos distraemos y nos cuesta elegir. Pasa lo
mismo a nivel espiritual: hay tantas propuestas que pasamos de una a otra como
los picaflores. Por no hablar de los medios de comunicación: televisión,
computadoras, redes sociales. Tantos estímulos que nos dispersan. Por eso
también tanto estrés y cansancio: nuestra energía está dispersada.
La
atención nos centra, nos enfoca, nos unifica, nos enseña a elegir. No podemos
hacerlo todo y hacerlo bien, no podemos elegirlo todo. El secreto es el momento
presente: la vida siempre es aquí y ahora. Dios solo se encuentra en este
preciso instante. Por eso la atención: darse cuenta de la Presencia de y en
este momento.
Entonces
me doy cuenta automáticamente que no puedo estar hablando con una persona y
contestar a la vez un whatsapp; no puedo escuchar a mis hijos mientras miro la
televisión, no puedo cocinar y hablar por teléfono.
Obviamente
mucho depende de la persona. Pero el ejercicio de la atención nos hace más
responsables y nos educa al amor.
Estando
atentos al momento presente y viviéndolo con todo nuestro ser, nuestra mirada
se purifica y se profundiza. Nos daremos cuenta de la sobreabundante Presencia
de Dios (Lc 6, 38). Probar para creer.
3)
Observarse
desde el malestar.
La
auto-observación y el auto-conocimiento son también esenciales para educar y
ejercitar la mirada contemplativa. Sin auto-conocimiento nuestra mirada estará
continuamente limitada y condicionada por el ego: deseos y necesidades.
Especialmente
útil es la auto-observación desde el malestar. Cuando algo nos molesta, adentro
y afuera, es el momento ideal para investigar. El malestar – que es siempre
emocional – revela los puntos oscuros e inmaduros de nuestras psique: heridas,
miedos, fantasías.
¿Por qué esta actitud me molesta, enoja,
entristece?
¿Por qué en esta situación me pongo
nervioso?
Estar
atentos a los que nos molesta y duele es un camino hermoso de conocimiento y crecimiento.
La mirada sobre nosotros mismos se hará más lúcida y verdadera y,
simultáneamente, miraremos a la realidad con esta misma mirada.
El rol de la mujer
A
partir de la mirada contemplativa, esa mirada que descubre la Unicidad antes
que las diferencias, me atrevo a dar unas pistas sobre el rol de la mujer en
este tiempo de crisis y de cambio.
Son
tres pistas que conectan la dimensión del cuerpo
de la mujer con la espiritualidad. En
otras palabras: lo especifico y lo manifiesto (cuerpo) con el Ser y lo
invisible (espíritu).
Me
parece que ahí se da una fecunda síntesis. El cuerpo, en este mundo manifiesto,
es lo más concreto y real. En nuestra experiencia cotidiana es lo que vemos y
tocamos. Desde el cuerpo arranca también lo propio psicológico del varón y de
la mujer. Hemos visto como la perspectiva de género influencia sin duda la
experiencia psicológica subjetiva de ser varón o mujer. Pero sin duda es valido
y cierto también lo contrario: la experiencia psicológica de ser (de sentirse)
varón o mujer atañe irremediablemente a la perspectiva de género.
La
experiencia del cuerpo y de lo que es propio de cada sexo a nivel biológico,
tiene su reflejo en lo psicológico y espiritual.
El
hecho de que es la mujer la que, concretamente y a través de su cuerpo, da a
luz a los hijos tiene un reflejo psicológico que no tienen los varones.
La
espiritualidad por su parte nos conecta y recuerda la mirada contemplativa y la
experiencia común de ser y del Ser.
Como
siempre entra la dimensión paradójica del Ser: el cuerpo es lo más básico y
sencillo y también lo más olvidado. Se busca igualdad a nivel de ideas y
conceptos – siempre cuestionables – y nos olvidamos del cuerpo.
¿No será que en el actual feminismo – se
reitera lo mismo – hay una falta de
aceptación del cuerpo de la mujer?
También
eso es paradójico cuando los poetas y los enamorados cantan la belleza del
cuerpo de una mujer. El uruguayo Mario Benedetti lo canta así:
Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
de modo que si ocurre un desconsuelo
un apagón o una noche sin luna
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda.
—
Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera un resplandor que da confianza
entonces dominguea el almanaque
vibran en su rincón las telarañas
y los ojos felices y felinos
miran y de mirar nunca se cansan.
—
Una mujer desnuda y en lo oscuro
es una vocación para las manos
para los labios es casi un destino
y para el corazón un despilfarro
una mujer desnuda es un enigma
y siempre es una fiesta descifrarlo.
—
Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera una luz propia y nos enciende
el cielo raso se convierte en cielo
y es una gloria no ser inocente
una mujer querida o vislumbrada
desbarata por una vez la muerte.
No hay muchos
poemas que cantan la belleza del cuerpo del varón… ¿tendríamos que enojarnos
los varones? ¿Será cuestión de género? ¿O será que el Ser se revela de manera
distinta?
Dos
advertencias:
· Estas
pistas no quieren ser exclusivas de
la mujeres, pero si peculiares. El
varón también vive – o puede vivir – los aspectos que señalaré a continuación.
Pero me parece que justamente a partir del cuerpo de la mujer, son dimensiones
peculiares de lo femenino que determinan también su especifico aporte al mundo.
· No
perder de vista los dos ejes: la dimensión de la Unicidad y del Ser (somos uno)
y la dimensión de la distinción. Cuando la balanza se inclina por uno de los
dos lados perdemos el rumbo y entramos en conflicto. La paradoja va
continuamente mantenida y vivida. O, más bien: es la paradoja que nos mantiene.
La
igualdad de género que el feminismo pregona y busca con tanto ahínco tiene que
ser comprendida como igualdad de derechos, dignidad, oportunidades. Igualdad no
es uniformidad.
Somos
lo mismo, pero distintos: hay que mantener esta paradoja.
Es la paradoja del Ser, de la Vida, del Amor.
El
mismo y único Amor se manifiesta, revela, expresa de manera distinta. Suprimir
las distinciones es suprimir la manifestación original del Amor.
A
partir de esta visión que abraza conjuntamente lo mismidad y la distinción
propongo tres ejes de espiritualidad para la mujer de nuestros tiempos:
espiritualidad del útero, espiritualidad del parto, espiritualidad de las
mamas.
Vivir estas dimensiones de la
espiritualidad requiere un camino de aceptación radical del cuerpo (en este
caso de la mujer) en todos sus aspectos, funciones y sus reflejos en lo
psíquico y espiritual. Requiere que la mujer se conecte íntimamente con su
cuerpo.
1)
Espiritualidad
del útero
La
mujer tiene útero y es en el útero donde la vida empieza, se engendra y crece. Algunos
místicos compararon a Dios con un Gran Útero. Vivimos adentro del Útero divino:
¡qué hermosa imagen!
La
espiritualidad del útero es la espiritualidad que cuida la vida y especialmente
la vida en sus comienzos y la vida frágil.
¿No será este un aporte especial y
característico de la mujer en estos tiempos?
Estamos
en tiempo de cambio donde se caen muchas certezas y a menudo nos parece caminar
sin la tierra bajo los pies y sin rumbo. En época de cambio la vida se vuelve
más frágil.
La
espiritualidad del útero puede ser un aporte importante de las mujeres en esta
época.
Podemos
vislumbrar unos ejes de esta espiritualidad:
·
El cuidado de toda forma de vida: lo
humano, la naturaleza, lo artístico, los proyectos. Cuidar es un verbo excepcional: subraya contención, ternura,
entrega.
·
Una atención especial a la vida frágil:
lo que comienza, lo que sufre, lo que muere, lo que termina. Vida frágil
expresa también lo pequeño, lo débil, lo cotidiano.
·
El cuidado de los procesos: no se crece
de golpe ni por automatismos impuestos. La vida crece por sí sola (Mc 4, 26: ¡maravilloso y provocador versículo!) pero
necesita nuestros cuidados. Un énfasis especial merece todo el tema educativo. Educar
y acompañar. ¿Será casualidad que la inmensa mayoría de las maestras sean
mujeres?
2)
Espiritualidad
del parto
La
mujer vive en su cuerpo la experiencia del parto. Esta experiencia hermosa
tiene su reflejo en lo psicológico y espiritual. Parir es doloroso aunque hoy
en día se puede parir casi sin dolor. Pero necesariamente vivimos otras
experiencias donde parir algo va de
la mano con el dolor. Parece una ley universal: no se crece sin dolor, no se
engendra vida sin dolor.
En
la espiritualidad del parto podemos vislumbrar estos ejes:
·
Generar vida. Desarrollar la creatividad
en todos los sentidos. El camino artístico.
·
Ahondar en la experiencia del dolor y
transformarlo en vida. Aprender a no huir del dolor, sino aceptarlo, asumirlo y
transformarlo. El arte más hermoso es justamente este: transformar el dolor en
perlas. Ya lo decía mi amiga Hildegarda de Bingen… hablaremos de ella al
terminar.
·
Asumir el dolor parece ser más
característico de las mujeres. Lo que se definió como el “sexo débil”
(perspectiva de género) es en realidad más fuerte que el masculino. Lo sabemos
bien – y tendríamos que reconocerlo – los varones somos frágiles y “quejosos”.
3)
Espiritualidad
de las mamas
“¿En
qué se parecen el pecho de la madre y un coche eléctrico? En que ambos están
hechos para el hijo, pero con los dos acaba jugando el padre.” (Chiste
anónimo… de tinte machista me hicieron notar).
Creo que es
importante recuperar y rehabilitar lo “erótico”. Es una palabra que a los oídos
cristianos asusta y preocupa. Asociamos automáticamente erótico con pecado y
perversión. Ya el Papa emérito, Benedicto XVI, recuperó el tema en su carta
encíclica “Deus caritas est”[5].
El eros es parte de nuestra
humanidad: negarlo no sirve para nada. Necesitamos asumirlo, purificarlo,
vivirlo y ponerlo a servicio del ágape.
Los
senos son una de las partes más erógenas del cuerpo de la mujer y que más
atraes a los varones (creo también en las experiencias homosexuales). Es curioso:
en realidad son unas simples reservas de lípidos con una glándula que tienen la
función de amamantar.
En
las mamas podemos entonces descubrir dos grandes necesidades del ser humano:
placer y alimentación. En el bebé suponemos que las dos se dan contemporáneamente:
mamar no solo lo alimenta sino que le provoca placer, esencialmente el placer
de sentirse amado, protegido, seguro.
La
espiritualidad de las mamas puede ayudarnos a vivir estos aspectos:
·
Cuidar el tema alimentar en todos sus
aspectos.
Devolver
la experiencia de alimentarse a un rol humano y humanizante. Crecer en una alimentación
consciente. En nuestra sociedad perdimos el sentido del gusto: comemos rápido,
tragamos sin saborear. Comemos para sobrevivir, pero perdimos la experiencia del
comer como experiencia espiritual y fuente de humanización. Comer puede
volverse una experiencia hermosa de Dios. Los cristianos tenemos el comer en el
centro de nuestro culto: la Eucaristía. Recuperar el sentido espiritual del
comer y del alimentarse puede ayudar a recuperar la vivencia de la Eucaristía.
·
Recuperar la sana experiencia del
placer.
Hemos
demonizado el placer. En el mundo occidental hay que reconocer que una buena
porción de responsabilidad es de la iglesia. Sobretodo hemos demonizado y
censurado el placer sexual pero también otros placeres eran mal vistos. Los
llamados “pecados capitales” están ahí a atestiguarlo. Parecía que todo lo
relacionado al placer era pecado y había que evitarlo. Atrás de esto hay,
obviamente, cierta visión de Dios y de la espiritualidad. La moral de la
iglesia se centró casi exclusivamente – y en modo exagerado y absurdo – en la
moral sexual. Tal vez por dos motivos: en primer lugar el placer sexual tiene
una intensidad mayor que los demás “placeres” (por eso hay que condenarlo con
más fuerza). En segundo lugar las leyes de conducta sexual fueron redactadas
casi exclusivamente por varones y varones llamados a la castidad y la
continencia. Cuando esa misma (y supuesta) castidad no es asumida sino
reprimida, se condena “afuera” (obviamente descargando sobre las mujeres) lo
que se desearía pero se reprime. O también se cae en la contradicción de
negarse el placer sexual y vivir una vida totalmente anti-evangélica siendo
esclavos del otros placeres: el dinero, la comida, la comodidad, el lujo. La
historia enseña abundantemente.
En
realidad todo es bueno y todo es un don cuando lo respetamos y lo vivimos
humanamente. La experiencia y la búsqueda del placer es natural y puede
convertirse también en experiencia de Dios.
La
espiritualidad – no olvidémoslo – nos sitúa en el Centro, en el lugar sin-lugar del Amor donde somos
uno. Desde ahí comprendemos y vivimos también la experiencia de placer. Y desde
ahí se nos abre la inteligencia, como a los discípulos de Emaús: comprendemos,
discernimos. Todo placer que nos conecta con nuestro ser profundo y nos hace
más humanos es bueno y sano. Todo placer buscado por sí mismo nos aleja de
nuestro centro y nos deshumaniza.
La
espiritualidad de las mamas invita entonces a generar sanas experiencias de
placer, a vivir la sexualidad con serenidad y libertad, a disfrutar del don
maravilloso de la vida.
·
Aprender a disfrutar.
Hemos
perdido la capacidad natural de disfrute de lo sencillo y lo cotidiano. No
sabemos más disfrutar de las pequeñas cosas de todos los días: el desayuno, el
amanecer, una charla con un amigo, un momento de descanso, una ducha
reparadora.
La
espiritualidad de las mamas nos invita a recuperar la capacidad de disfrute y a
crear oportunidades sanas y sencillas donde nuestro espíritu puede descansar y
agradecer el magnifico don de la vida.
Concluyendo. Una amiga en el camino: Hildegarda
La amistad
es una de las experiencias humanas más universales y hermosas. Jesús mismo
vivía con intensidad la amistad y nos llamó “amigos” (Jn 15, 15). Cultivar las
amistades es un muy buen recurso para nuestro camino y crecimiento espiritual. Gracias
a todos mis amigos y amigas. Hoy especialmente gracias a mis amigas que me
revelaron y revelan la originalidad y belleza de ser mujer.
Hay
también amigos y amigas que terminaron su recorrido humano y viven y nos
acompañan misteriosamente desde el Espíritu, Océano de Amor. Es bueno tener
también estos amigos y amigas.
En
mi caso una de mis más queridas amigas es Hildegarda de Bingen (1098-1179).
En
una época de conflictos y de decadencia Hildegarda desarrolló todo su potencial
de ser humano y de mujer.
Abadesa,
poeta, escritora, mística, música, botánica, medico, predicadora y misionera.
Se enfrentó a curas y obispos, escribió a emperadores, desafió reglas y
costumbres para ser fiel a sí misma y a su experiencia de Dios.
Hildegarda
tenía visiones interiores de la que llamaba “la Luz Viva”.
Esta
Luz sigue viva y es la misma que arde en el corazón de cada mujer y de cada ser
humano.
Encontrarse
con esta Luz y ser fiel a su voz es nuestra tarea más importante. Tal vez, la
única.
Stefano Cartabia OMI
stefanocartabiaomi@gmail.com
www.agujeroflauta.blogspot.com.uy
Mayo 2018
[1] Raúl Sosa, Carta pastoral sobre “ideología de género”, 3 de febrero de 2018.
[2] Antes
que llegara la fe, estábamos cautivos bajo la custodia de la Ley, en espera de
la fe que debía ser revelada. Así, la Ley fue nuestro preceptor hasta la
llegada de Cristo, para que fuéramos justificados por la fe. Y ahora que ha
llegado la fe, ya no estamos sometidos a un preceptor. Porque todos ustedes,
por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron
bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay
judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón
ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si
ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos
en virtud de la promesa.
[3] Se le
acercaron unos saduceos, que son los que niegan la resurrección, y le
propusieron este caso: «Maestro, Moisés nos ha ordenado lo siguiente: “Si
alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle
descendencia, se case con la viuda”. Ahora bien, había siete hermanos. El
primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda y
también murió sin tener hijos; lo mismo ocurrió con el tercero; y así ninguno
de los siete dejó descendencia. Después de todos ellos, murió la mujer. Cuando
resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por
mujer?». Jesús les dijo: «¿No será que ustedes están equivocados por no
comprender las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni
los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo.
Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de
Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Él no es un Dios de muertos, sino
de vivientes. Ustedes están en un grave error».
El texto paralelo de
Lucas (20, 27-40) traslada al presente la experiencia: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son
juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y, al ser hijos de la
resurrección, son hijos de Dios.” (20, 34-36).
[4] Un discurso parecido se puede hacer
sin duda para el machismo: la baja
autoestima del varón y la falta de aceptación de su fragilidad se proyecta
afuera en términos de “poder” y opresión de la mujer.
[5] “A
menudo, en el debate filosófico y teológico, estas distinciones se han
radicalizado hasta el punto de contraponerse entre sí: lo típicamente cristiano
sería el amor descendente, oblativo, el
agapé precisamente; la cultura no cristiana, por el contrario, sobre
todo la griega, se caracterizaría por el amor ascendente, vehemente y posesivo,
es decir, el eros. Si se
llevara al extremo este antagonismo, la esencia del cristianismo quedaría
desvinculada de las relaciones vitales fundamentales de la existencia humana y
constituiría un mundo del todo singular, que tal vez podría considerarse
admirable, pero netamente apartado del conjunto de la vida humana. En realidad, eros y agapé —amor ascendente y amor descendente— nunca llegan a
separarse completamente. Cuanto más encuentran ambos, aunque en diversa medida,
la justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor se realiza la
verdadera esencia del amor en general. Si bien el eros inicialmente es sobre todo vehemente, ascendente
—fascinación por la gran promesa de felicidad—, al aproximarse la persona al
otro se planteará cada vez menos cuestiones sobre sí misma, para buscar cada
vez más la felicidad del otro, se preocupará de él, se entregará y deseará «
ser para » el otro. Así, el momento del
agapé se inserta en el eros inicial;
de otro modo, se desvirtúa y pierde también su propia naturaleza. Por otro
lado, el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo,
descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe recibir. Quien
quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don. Es cierto —como nos dice el
Señor— que el hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua
viva (cf. Jn 7, 37-38). No
obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de
nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón
traspasado brota el amor de Dios (cf. Jn
19, 34).” (n. 7)
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